También se cae Colombia
Por: Gustavo Páez Escobar
La caída de puentes es una radiografía del país: Colombia está caída. Viene en lento derrumbe desde hace mucho tiempo y sólo ahora, cuando se desploma un puente por semana, se aprecia mejor la obsolescencia nacional. Todo anda herrumbroso, carcomido por el comején, obsoleto. Este comején material y moral arruina los cimientos de los puentes y los cimientos de la patria.
Nuestros dirigentes piensan con sentido caduco, con afán de momento, por el término de un período, y por eso las obras no se proyectan hacia el futuro. No se les pone cemento consistente. No se supervisan. Se fingen severas interventorías y se pagan magníficos honorarios. Por no hacer nada. Por firmar actas.
Todos en Bogotá nos quejamos del puente de la 92. Puente que se hizo a la carrera, sin técnica, contra viento y marea. Para colorear una imagen. Este mamotreto, una y otra vez, ha estado a punto de desintegrarse, como castillo de naipes, y producir una tragedia incalculable. Cuando la amenaza es inminente y antes de que se pulverice como tantos otros puentes en el país, los sabios –siempre los sabios– corren, le toman el pulso, le hacen sacar la lengua, lo inyectan, lanzan otro veredicto sensacional, le ponen muletas, lo inmovilizan por unos días, crean otro caos vehicular de infarto, le gastan otra millonada al moribundo…
¿Cuánto se ha gastado en reparaciones de este puente, que parece maldito? Con ellas, ya se habría erigido otro puente, no tan enclenque. Ejemplos como éste se multiplican en el país como prueba de incapacidad, de torpeza administrativa. Los impuestos, en lugar de hacer florecer verdaderas obras de progreso, se malgastan en parches, en remiendos, en rectificaciones inútiles, en serruchos, en despilfarros y, desde luego, en puentes de cartón. Nadie va a la cárcel por robarse el presupuesto. Los juicios de responsabilidades terminan en lo de siempre: en nada.
En Boyacá, una vía básica para salvar la riqueza de grandes regiones inexplotadas lleva cien años construyéndose. Si no hubiera sido por el presidente Rafael Reyes –que sí sabía de obras públicas, y la llevó hasta Santa Rosa de Viterbo–, Soatá (mi patria chica) todavía estaría en el limbo. A la vía pavimentada le faltaban, hace cuatro años, 17 kilómetros para llegar a mi pueblo. Dos años después, le faltaban 15. Regreso ahora, con motivo de los 450 años de la población, y le faltan 13.
¿Alguna vez habrán ido por aquellas sufridas latitudes el ministro de Transporte, Juan Gómez Martínez, y el director de Invías, Guillermo Gaviria Correa, dos personajes de pura cepa antioqueña a quienes no los tumban los puentes? Esta es Colombia, Sancho. País desvertebrado. Tierra dominada por mafias y caciques, sin rumbos de grandeza. Este es el Gobierno, Sancho. Territorio infiltrado por el narcotráfico y bailando en la cuerda floja, e incapaz de levantarse.
A Colombia le entró el gorgojo. Está casi paralizada por la ruina de las vías y, sobre todo, por la ruina moral. Aquí están las peores vías del mundo. A los gobernantes se les fueron las luces. El deterioro del patrimonio público es inocultable. Los puentes se caen y sube la carestía. Más tarde, a la vuelta de la esquina, aparecerán nuevos impuestos. El tabaco de Perry y las artes de trapecista de Mockus enrarecen el ambiente. Se fuga un criminal y todo el país se va detrás a perseguirlo. Mientras tanto, se deja de hacer gobierno. Colombia está caída, Sancho. Nos llevó el diablo. Nos entró la roya.
El Espectador, Bogotá, 2-II-1996.