Humberto Senegal
Por: Gustavo Páez Escobar
Junio de 1977. Me correspondió aquella vez, en el salón de conferencias del Banco Cafetero de Calarcá, imponer una medalla literaria al escritor Humberto Jaramillo Restrepo. Pasado el tiempo, él se cambiará su nombre de pila (para caracterizarse mejor, supongo) por el de Humberto Senegal, con el que se le conoce y reconoce hoy en el mundo de las letras. Su padre, Humberto Jaramillo Ángel, dispensador de las preseas calarqueñas, me cogió de sorpresa, en medio de la ceremonia, para que yo le entregara la medalla al novel escritor.
No me sonaba muy bien que el padre condecorara al hijo. Hoy, 19 años después, comprendo el sentido de aquel acto: no se trataba de una complacencia paternal y menos de una dádiva, sino del reto para quien ya tenía garra de escritor. Pasé a escena y clavé en la solapa del graduando, como si tratara de una premiación escolar, la medalla Eduardo Arias Suárez.
Me sentía estrafalario dentro de mi encargo. Mi discurso consistió en darle un abrazo al agraciado y desearle suerte en el arduo camino de las letras. Humberto Senegal, que así comenzó a llamarse después de aquel bautizo de sangre, sin duda se sentía cursi exhibiendo la medallita. Me miró, compasivo. Luego se la desprendió de la solapa y se la echó al bolsillo del pantalón con cierto desprecio. Y comenzó a hablar…
No ha dejado de hablar. Se adueñó de la palabra como de un estilete de la elocuencia. La literatura le ha dado garbo. Prueba de ello son sus escritos contumaces, vertidos en libros y en páginas de periódico. Aquella noche, ante sus paisanos de la comarca y ante altas personalidades literarias del país (como Otto Morales Benítez y Adel López Gómez) dijo cosas brillantes, agudas e irreverentes. No todos se las entendieron. Yo sí. Y además entendí que en Senegal había un escritor de protesta, un mosquetero con alma social, un creador iconoclasta.
El sólo título de su primer libro es una ironía y una condena: «Desventurados los mansos». Las ideas de Senegal son verticales.
No conoce los esguinces y rechaza las posiciones falsas. Se le teme en el periodismo de combate, y a veces se le vapulea, porque canta verdades. En la literatura se le respeta. Es ensayista de altos kilates, cuentista y poeta, lo que no le viene por generación espontánea sino por su propia formación.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquel lejano 1977, que hoy, desempolvando papeles en mi biblioteca, me ha hecho rememorar el episodio donde el escritor en ciernes cogió vuelo con sus propias alas, después de quitarse del pecho la refulgente condecoración, ante los ojos atónitos de su padre, otro escritor rebelde. Hijo de tigre sale pintado. La insatisfacción en las letras imprime carácter, genera ideas y permite tomar altura. La quietud y el conformismo atrofian el pensamiento.
Dijo Oscar Wilde: «La rebeldía, a los ojos de todo el que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre». Bien sé que Humberto Senegal es wildeano a morir.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IX-1996.
El Espectador, Bogotá, 4-IX-1996.