El rescate del Banco Popular
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Si al presidente Gaviria y al ministro Hommes les hubiere alcanzado el tiempo, el Banco Popular habría pasado a manos de particulares. La entidad estaba lista para su venta al mejor postor, el que, según todos los indicios, iba a ser el grupo Sarmiento. La negociación hubiera significado más concentración de poder económico para los imperios económicos, tan favorecidos por el actual Gobierno, y menos apoyo para los pobres, los eternos perdedores.
La idea de privatizar algunas entidades oficiales para darles mayor eficiencia, no puede considerarse desacertada. Lo es, en cambio, vender otras de alta utilidad pública, como el Popular, que pueden y dejen robustecerse, bajo la orientación del Estado, a fin de desarrollar reales políticas de avance social. Esta institución, que durante mucho tiempo fue un alivio para las clases más necesitadas, desvió en los últimos tiempos sus postulados hasta convertirse en un banco común. Lo indicado, ante dicha realidad, era enderezar su rumbo.
Con el afán del lucro se descuidó en este caso el beneficio social. El organismo pasó a competir en cifras voluminosas con los bancos poderosos y se olvidó de su esencia popular. Si la rentabilidad es indispensable para cualquier empresa, el exceso engendra voracidad. Poco a poco, a lo largo de quince o veinte años atrás, esta benemérita institución fue perdiendo su vocación inicial y prefirió volverse aliada de los ricos, que son quienes producen utilidades. Los pobres perdieron su banco y se quedaron con un símbolo. No tuvieron quién los defendiera.
El Banco Popular se iba a vender porque el negocio era jugoso. Jugoso en doble sentido: para el Gobierno, que reduciría el déficit, y para el comprador, que aumentaría su dominio. ¿Y los pobres? Ellos no contaban. Nunca han contado en el reparto de la riqueza. Pero el calendario no alcanzó, y la medida, que suscitó conflictos, ha quedado en manos del próximo Gobierno.
El cual, de acuerdo con el anuncio del doctor Guillermo Perry Rubio, nuevo ministro de Hacienda, conservará la entidad para adelantar, como lo prometió el doctor Samper en su campaña presidencial, un vigoroso programa de creación de microempresas. Hay que celebrar, para bien del país, este rescate redentor. Y extrañar, de paso, el editorial de El Tiempo en su edición del 27 de junio, cuando se muestra partidario de que el organismo sea privatizado.
Decir, como allí se manifiesta, que el Banco Popular ya cumplió su misión, y que «mantenerlo en la esfera pública por más tiempo no se justifica», es un desenfoque. En cambio, ha debido expresarse que se necesita vigorizarlo, ponerlo al día en tecnología e imprimirle el espíritu social que se dejó perder. Al editorialista parece preocuparle más el déficit presupuestal que crecerá al no venderse la casa bancaria.
Este rescate de una de las empresas más acreditadas del país debe significar, ante todo, el regresarla a su papel de líder de las grandes transformaciones sociales que ostentó por largos años.
El Espectador, Bogotá, 3-VII-1994.