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Archivo para noviembre, 2011

Los granos de la pobreza

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca el país había tenido tanta prosperi­dad cafetera como la que vivió en 1976. A la generosidad de los campos se sumaron las heladas del Brasil, cuyos efectos resul­tarían catastróficos para la economía de aquella nación, y muy favo­rables para Colombia, el mayor competidor.

Esa privilegiada cir­cunstancia colocó a nuestro país como el primer vendedor del grano en los mercados internacionales. El Quindío, cuya principal fuente de riqueza ha sido el café, conoció el mayor auge económico de su histo­ria.

La bonanza, palabra nueva, pasó al lenguaje con el amplio significado de opulen­cia. Nunca, antes ni des­pués, han tenido los cafeteros mayor bienestar. Era la época de las vacas gordas. Las fincas alcanzaron precios con los que nadie había soñado. Los billetes caían sobre el Quindío como maná del cielo.

Llegaron días de alegre derroche en compra de residencias y carros suntuosos, en viajes al exterior y toda clase de halagos. Como por obra de magia, surgían ricos por todas partes. Muchas fortunas se volvieron arrogantes.

Hoy los cafeteros pasan momentos amarg­os a raíz del descalabro de su industria. La libra del grano, que llegó a cotizarse a US$1.50, hoy está en US$0.60. En el mer­cado interno acaba de decretarse otra baja significativa en la carga de café.

La política actual es la de cortar 30.000 hectáreas de cafetales tecnificados. Se merman los sub­sidios para fertilizantes y se cierran los créditos para renovar los ca­fetales. Es la época de las vacas flacas.

Dura lección para los cafeteros, y en par­ticular para el Quindío. Ahora se impone, como tantas veces se ha re­comendado, la necesi­dad de diversificar las cosechas y fomentar la industria. Ante reali­dad tan dolorosa es pre­ciso que nazca otra conciencia para salvar el futuro.

La Crónica del Quindío, Armenia, 27-VII-1992.

 

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Morir en París

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi amigo Pablo Echeverri Botero cumplió un sue­ño fantástico: visitar Europa –y allí respirar vida, paisajes y emociones–, y luego morir en París. En vísperas de su regreso a Colombia, la muerte súbita lo sorprendió en una calle de la capital francesa. Mientras le decía a Carmenza, su esposa, que sentía un malestar, el infarto fulminante coronaba su tránsito terrestre. Muerte privilegiada la suya, que no le dio margen para el dolor ni el desconcierto.

Su vida se desvaneció como un atardecer europeo en medio del hechizo de la Ciudad Luz. No tuvo tiempo de cortar ligaduras ni despedirse de nadie, y con el alma refulgente por tanta belleza y tanto embrujo que habían surgido en su correría turística, penetró sereno y fascinado en el reino de las luces eternas.

¡Morir en París! El solo nombre de la metrópoli evoca esplendor y grandeza, historia y epopeya, majestad y sensualidad. A esta cumbre de la cultura fue a mo­rirse en paz Pablo Echeverri Botero, distinguido ciudadano del Quindío, mi cordial excolega de la banca. ¿Quién no desearía se­mejante prerrogativa? Yo envidio la suerte del amigo, a quien París le canceló la vida con un torrente de emociones.

Un colombiano muerto en ple­na vía parisiense sugiere un tre­mendo cuadro de soledad. Mien­tras la ciudad se estremecía con todas sus arterias palpitantes, este viajero procedente de lejano país, abatido por el corazón en alguna acera silenciosa, movía la curiosi­dad callejera. A su lado velaba la pequeña comitiva compuesta por la esposa, la cuñada y el concuña­do, anonadados en medio de la metrópoli monumental. En un ins­tante, atendiendo la llamada telefónica del negocio situado al frente, llegó presurosa una ambu­lancia provista de médicos, enfer­meras y los recursos necesarios para prestar los primeros auxi­lios.

En plena calle se practicó una cirugía de emergencia, tra­tando de reactivar el corazón dete­nido. El público, mientras tanto, que se había organizado en círculo prudente, observaba en orden y con respeto los movimientos de la ciencia. El esfuerzo médico, por desgracia, fracasó. Es preciso des­tacar el gran sentido huma­no con que la medicina francesa se hizo presente en la tragedia.

El muerto fue trasladado a una comisaría para los trámites de rigor, y desde allí se informó la novedad a nuestro consulado. Lo que sigue –un grandioso acto de solidaridad colombiana en el exte­rior– es ejemplar para las autoridades diplomáticas de Colombia, y sobre todo enaltecedor para la cónsul general en París, señora María Clara Betancur.

Ella, minutos más tarde, se pre­sentó en la comisaría con el fin de prestar su ayuda en trance tan apremiante. Sin conocer a los colombianos en desgracia, les ofre­ció su colaboración personal (por fuera de los man­datos de su cargo) para cumplir las gestiones respectivas. Estos trámites resultan engorrosos en cualquier parte, y sobre todo en país ajeno.

Para fortalecer a la viuda en circunstancias tan dolorosas, la invitó a su casa y puso a su disposición su teléfono para los contactos con Colombia. Todo lo cumplió con amabilidad, ex­quisita sencillez y entrañable ca­lor humano. Con su acción admi­rable demostró ser hija de quien es: del expresidente Belisario Betancur. Finalmente, se encargó del proceso de la incineración y el traslado de las cenizas a Colom­bia, diez días después.

Pablo, gran enamorado de la vida, sabía que la muerte poética es vida. Es posible que él hubiera leído el poema de César Vallejo, y con ese presagio voló a la eternidad: Moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo

El Espectador, Bogotá, 24-VII-1992.

 

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Abusos silenciosos

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Me correspondió presen­ciar y sufrir, como usuario de las desbocadas tarifas de servicios públicos en la capital del país, un abuso más de las autorida­des. Esta vez de la Empresa de Energía de Bogotá. La última facturación establecía como fe­cha límite de pago, para librarse del correspondiente recargo, la del 30 de junio. Y resulta que las facturas de cobro habían llega­do apenas cinco días antes de esa fecha, con el agravante de que el puente de tres días anula­ba cualquier previsión hogare­ña. Estos cobros se repartían antes con más de diez días de anticipación, y además no se fijaba como vencimiento el final de mes.

En tales condiciones, la in­mensa mayoría de los bogota­nos acudió en tropel a pagar la cuenta en bancos y corporacio­nes de vivienda, luego de tres días de cierre bancario. Y como las entidades bancarias no reci­ben servicios públicos el último día de mes –salvo raras excep­ciones (la Superintendencia Bancaria debería in­tervenir en esta falla)–, se formó la debacle.

¿Qué hacer para cumplir con la obligación? La gente se trasla­dó a los CADE y a las secciona­les de la Empresa de Energía, a toda marcha y con desespero. Pero como la mayoría de estas entidades se encontraban sin luz, había que esperar la llegada del fluido para cuatro horas des­pués. Como sufrido usuario del pésimo servicio (me refiero al de la luz, al de las entidades banca­rias que se cruzan de brazos el final de mes y al de las cajas recaudadoras ineficaces), al fin localicé un CADE que sí funcionaba.

Esto de funcionar es una utopía cuando se trata de atender a miles y miles de perso­nas, dentro de la mezcolanza más desesperante, en filas que a la hora que yo llamo convenien­te –10 de la mañana– abarcaban tres cuadras de rabiosas re­signaciones.

Para abreviar el cuento, des­pués de cuatro horas logré que­dar a paz y salvo con un servicio que se recibe a medias y se presta cada vez con mayores alzas y amenazas. Son tan defi­cientes e inconsecuentes las au­toridades respectivas (hable­mos de la autoridad total del país), que esta vez enviaron las facturas ya sobre el vencimien­to, a conciencia de que medio pueblo se iba a quedar por fuera de casillas, y sin importarles en absoluto el suplicio a que some­ten a los usuarios. ¿Cuánto re­caudó la Empresa de Energía por la tarifa adicional, la de los recargos, que tuvo que pagar el medio pueblo que se quedó sin acceso a las casillas?

Tan dolorosa y patética expe­riencia me sirvió para compro­bar el desamparo de esta pobla­ción a la que se le trata sin ninguna sensibilidad social. El país está carente, en todos los niveles, de ejecutivos y gober­nantes idóneos. Una de las colas –la de los reclamos–  era casi tan numerosa como la de quienes a regañadientes iban a atender las cuentas de la angustia. ¿Cómo es posible que existan tantos reclamos en un sistema que debe ser humano y equilibrado?

En estas colas todos protestaban contra los abusos de las autoridades que crean un sabor amargo en el pan de cada día y resentimiento en la conciencia. Es preciso saber que en una factura de cobro está agazapad la insatisfacción del pueblo.

El Espectador, Bogotá, 16-VII-1992.

* * *

Misiva:

Hemos leído con suma atención el artículo Abusos silenciosos de su columna Salpicón, el cual, con el fino estilo que lo caracteriza, usted describe la desidia y la deficiente atención de algunos funcionarios de la Empresa de Energía de Santafé de Bogotá. Aprovecho la oportunidad para reiterarle el interés de la presente Administración por mantener una comunicación abierta y espontánea con nuestros conciudadanos.

En este proceso de acercamiento con la comunidad, los medios de comunicación cumplen una trascendental labor informativa al interpretar el sentimiento colectivo y al brindar, con mesurada reflexión, las diversas alternativas de solución a los problemas de nuestra ciudad. Este compromiso asumido de manera directa por usted, se traduce en su empeño de propugnar condiciones de vida más justas para todos los bogotanos, y se identifica con nuestro propósito de mejorar el nivel de vida de nuestros conciudadanos.

En nombre del señor Alcalde Mayor de Santafé de Bogotá, D.C., doctor Jaime Castro, quiero comunicarle que su inquietud ha sido remitida, con instrucciones precisas del Alcalde Mayor, al doctor Alberto Calderón Zuleta, Gerente de la Empresa de Energía, quien analizará las fallas señaladas por usted, con el objetivo de erradicar el círculo vicioso de la ineficacia burocrática. Ignacio Pombo Villar, Secretario Privado de la Alcaldía Mayor de Santafé de Bogotá.

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Gloria a un colombiano

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La principal actividad de Álvaro Orduz León es la publicidad. Es pionero de ese campo en Colombia. Sus contemporáneos recuerdan cuando estableció la primera agencia en Bogotá, por la misma época en que Germán Pardo García también incursionaba en el arte publicitario. Orduz León siguió de publicista toda la vida, hasta consolidar la fama de que hoy goza tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Pocos saben que Álvaro es también poeta. Poeta y escritor, ya que es autor de un libro publicado y de frecuentes comentarios periodísticos. Es una mente versátil y arrolladora –un poco a lo quijote– que se ha prodigado lo mismo a su oficio de publicista que a su pasión litera­ria. Quizá la rama económica opa­có un poco su fibra espiritual.

Con este preámbulo quiero des­tacar el hecho de que Álvaro ha sido enaltecido en Méjico como autor de un soneto maravilloso a don Quijote, a quien tanto le debe. Ahora ambos se deben mutua­mente, ya que el poema del colom­biano quedará grabado en el pe­destal de un grandioso monumen­to que el Instituto Mejicano de la Nutrición (una de las entidades de mayor relieve científico en el país azteca) levanta en su plaza cívica como homenaje al inmortal caba­llero de la lánguida figura.

El soneto, escrito en 1984, lo publicó Álvaro alguna vez en la prensa mejicana. Una tijera acuciosa lo recortó y años después lo incluyó en una antología en honor de don Quijote, donde figuran 147 poemas de autores tan renombra­dos como Unamuno, León Felipe, Rubén Darío, Octavio Paz, Dáma­so Alonso, Gerardo Diego, Óscar Echeverri Mejía, Guillermo Valen­cia, Antonio Machado, José María Pemán, Jorge Luis Borges, Álvaro Mutis.

Al escogerse de esa selección el mejor poema para fundirlo en bronce, la gloria se la ganó el colombiano. Es un gran tanto para él como para nuestra patria. Un académi­co notable, que conoce la vena poética de Álvaro Orduz León, dice que pertenece a la «poesía secreta».

Ahora al poeta clandesti­no se le coloca en Méjico la corona de laurel, y en Colombia lo acompañamos con vítores patrióticos. Nada tiene que envidiarle su com­posición a los mejores sonetos clásicos de la lengua. Aquí se transcribe, para que sea el lector quien juzgue:

La cruz y la rosa

¡Oh señor don Quijote, taumaturgo andariego

que tejiendo milagros con los sueños que hilvanas,

conviertes en palacios las fondas al­deanas

y en príncipe engolado al rustico labrie­go!

No das pausa a tu mente, ni a tu brazo sosiego.

En desfacer entuertos te entregas y te afanas.

Eres el héroe noble que todas las mañanas

escribes una página de tu valor manchego.

Regresa, don Alonso, otra vez a esta tierra

hundida en el delito, los odios, el dinero;

y de nuevo vestido de andante caballe­ro

suelta palomas blancas donde truene la guerra

y muéstranos, erguido, en señal de esperanza

una cruz en el pecho y una rosa en tu lanza.

El Espectador, Bogotá, 25-VI-1992

 

 

 

 

 

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Biblioteca de Autores Quindianos

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El mejor acto realizado por César Hoyos Salazar en el final de su alcaldía fue conformar una biblioteca regional.

La tarjeta con que se invitó a la inauguración de esta obra (se trata de una verdadera obra de gobierno, llamada a perdurar) reza así: «Siguiendo el mandato constitucional de proteger el patrimonio cultural e histórico de la nación, el gobierno municipal ha creado la Biblioteca de Autores Quin­dianos.

Doscientos títulos de libros de autores de nuestra tierra han sido recuperados y están a disposición de la ciudadanía para consulta e investigación. Forjamos la identidad cultural de la quindianidad».

Otros funcionarios sólo se preocupan en las postrimerías de su gestión por descubrir el mayor número de placas que exalten sus nombres en cuanto sitio se atraviese, comprendiendo las obras inconclusas que el sucesor volverá a inau­gurar como de su propia administración.

La Biblioteca de Autores Quindianos es ya una realidad y representa más que las obras ostentosas que se bautizan entre aplausos posti­zos como tributo a la va­nidad. El mayor patrimonio que les queda a los pueblos es el de la cultura.

Un pueblo sin cultura vivirá en el atraso y en la oscuridad. Son los escritores y poetas los forjadores por excelencia de la civilización. Hay depar­tamentos modelos en este sentido, como Antioquia y Caldas, que mantienen políti­cas serias para imprimir de manera permanente las obras de sus escritores.

César Hoyos Salazar ha dado un paso ejemplar para desper­tar en adelante mayor interés oficial por las cosas del espíritu. Como segundo paso hay que recuperar los libros inéditos, y los de vieja data que ya no se consiguen, de famosos escri­tores quindianos.

Este es un reto para el gober­nador del departamento y para la alcaldesa de Armenia. ¿Por qué no cambiar en el Quindío la cultura del aguar­diente por la cultura de los libros?

Del gran escritor ruso Máximo Gorki es esta frase: «Les debo a los libros todo lo que es bueno en mí. Ya en mi juventud me di cuenta de que el arte es más generoso que las gentes. Soy un amante de los libros: cada uno de ellos me parece un milagro y el autor un mago».

La Crónica del Quindío, Armenia, 27-VI-1992