Omar Morales Benítez, cuentista con acento social
Por: Gustavo Páez Escobar
Desde la publicación del libro Bajo la piel (1977), no había vuelto a leer nuevos cuentos de Omar Morales Benítez. Descubrí entonces, a través de los diez trabajos que conforman aquella obra, la vocación del autor por los temas sociales. Si bien he extrañado el silencio ocurrido desde la salida de su primer libro de cuentos, no ignoro que Omar es un diletante pausado y riguroso de este género, que él cultiva –para que haya cuento verdadero– con golpes de orfebrería.
Me entero ahora de que el escritor caldense prepara su segunda incursión en la materia, con la misma agilidad admirable de la serie anterior, y con un rótulo sugestivo: Los ojos del viento. Una de las reglas básicas del cuento es la brevedad –y hablemos mejor de la brevedad apasionante–, la cual debe crear la necesaria temperatura de suspenso y tensión para ponerle magia al relato y conducir al final sorpresivo y congruente que deje al lector meditando. Omar Morales Benítez, gran apasionado de los clásicos, ha aprendido las reglas de oro de este difícil arte. Por eso, antes de lanzar el segundo volumen, lo ha depurado con paciencia y con brillo ejemplares.
Correspondientes a la obra en preparación, he leído en la revista Puesto de Combate dos excelentes relatos en los que el autor reafirma lo que atrás dije: su acento social como nervio de su cuentística. En Certeza de otras muertes, historia con calor erótico y con sabor trágico, se vive uno de los dramas de la violencia colombiana: el de la adolescente que huye del campo ante el asesinato de su padre y la violación de que ella es víctima. La deshonra, en pleno despertar sexual, lanza a la muchacha de 18 años al torbellino de la vida airada en la borrasca de los bares, las calles y los lenocinios, hasta volverse profesional, maestra en los juegos del deseo y la pasión artificiales. Siendo tema trillado, que muchos autores tratan con ordinariez, la pluma de Omar Morales no sólo pinta con acierto el mundo sórdido de la degradación moral, sino que penetra en las intimidades de la persona para plantearle severos interrogantes a la sociedad.
El otro título, Tiro de gracia, dibuja el cuadro de la pobreza desesperada en la gran ciudad y sitúa a los personajes en la lucha implacable por la subsistencia, entre desproporciones y durezas que inyectan en el alma frustración y odio. La madre solitaria, cercada por penurias voraces y alimentada por ilusiones efímeras, le pone la cara al destino para que sus hijos no sucumban en el mar del desamparo, carentes como están del padre responsable. Es otro relato con el duro sabor de la violencia, no de los atropellos en el campo sino de la tortura urbana que crea miedos y rencores de difícil superación. En esta fábula destilan hilos sutiles de ternura, de ternura conmovedora que hace más densa la tragedia final.
Ambos cuentos tienen denominador común: la angustia del ser humano en medio de los choques espirituales que le roban la esperanza y lo lanzan a los abismos del dolor y la indignidad. Son historias patéticas sacadas de nuestro mundo contemporáneo, y digamos mejor, del universo entero, ya que la desgracia humana llega con el nacimiento del hombre. Mundo adverso que, al no permitirle al hombre coronar sus ilusiones, lo vuelve amargado, lo desubica en su entorno familiar y lo hace presa fácil del vicio, la prostitución o el delito. El miedo vital que se observa en uno de los actores representa la confusión del alma ante los conflictos cotidianos que no permiten un minuto de respiro.
Por lo tanto, son ficciones reales, trabajadas con buenas dosis de sicología y con apropiado manejo de los mundos decantados por este gran intérprete de la humanidad.
Revista Manizales, septiembre de 1994.