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Archivo para martes, 1 de noviembre de 2011

Mi Thesaurus 1988

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mike Forero Nougués nos ofrece, en las postrimerías del año, una colección de frases tomadas de escritores de la prensa nacional. Son ellas un termómetro del acontecer colombiano a lo largo del año. Definidoras al­gunas de hechos especiales; otras, joyas del ingenio o la filosofía. Salpicón también revolvió sus archivos y repasó su año periodístico. Y no lo hizo por vanidad sino por ejercicio mental, como homenaje a sus lectores, para quienes augura mejores días en 1989.

He aquí su propio Thesaurus (siguiendo el buen ejemplo de Mike):

* La tarjeta de Navidad más visible es la que no me llega. La que esperaba pero no fue puesta al correo. Año por año alguien se cuelga en la amistad.

* Una de las reglas del éxito es perseverar. La vida no se concibe sin resistencia. El  triunfo lleva implí­cito el esfuerzo.

* ¿Quién adelantará una real campaña contra el abuso del pito? El mal genio de los bogotanos tiene salida im­pulsiva por este diabólico instrumento que está acabando con los nervios y el sosiego ciudadano. Bogotá es ciudad de sordos y neurasténicos.

* El escritor de días de fiesta difícilmente logrará consolidar una obra y por eso en Colombia, con contadas excepciones, son pocos los que se realizan.

* Lo que estamos presenciando todos los días en nues­tro país, ahora que la guerra ha arreciado, es, ni más ni menos, la radiografía de la fiera. No pasa día sin que los periódicos amanezcan con olor a muerto.

* Germán Pardo García, el poeta del cosmos, que ya es patrimonio de la humanidad, sabe que su palabra no con­cluye en un poema ni en un libro, en una nota de premonición ni de despedida, porque él escribió para todos los tiempos.

* Arenas Betancourt pregona la necesidad de un líder, de un líder capaz de empujarnos hacia nuestro verdadero destino de pueblo civilizado, que perdimos hace mucho tiempo. La ausencia de ese líder es la que nos mantiene en nebulosas.

* Ambos partidos poseen profundas fórmulas de conteni­do social, que no se aplican dentro de esta reyerta eter­na y hasta patológica en que los colombianos se disputan un milímetro de superioridad y se olvidan de la suerte general de la patria.

* Yo no sé si es ilegal la profesión de los Chepitos. De lo que sí estoy seguro es de que no se acabarán por más que se les persiga y enchiquere. Mientras haya deu­dores resbalosos como las culebras, habrá Chepitos.

* El alcalde se acuerda de su ofrecimiento electoral de detener las alzas. Y la gente protesta por las tari­fas crecientes en agua, luz y teléfono… El alcalde se rasca la cabeza.

* No puede ser deseable la igualdad de los sexos por­que con ella no habría placeres ni prolongación de la raza. Por consiguiente, no debe ser bandera femenina. Con igualdad de sexos, algo muy aburrido, la primera per­dedora sería la mujer.

* A la Virgen, de tanto engalanarla de joyas, ya no la dejan respirar. Los símbolos de la fe viven rutilantes de pedrerías y espejismos. Entre tanto, legiones de me­nesterosos mueren de hambre, con el bolsillo vacío.

* ¿Por qué se matan los colombianos? Es otra pregunta sin respuesta. Lo único cierto es que nos correspondió vivir en una sociedad de odios.

* Me duele que la pobre y deslumbrante mujer (ambas cosas unidas son posibles en el hechizo femenino) carez­ca de casa. Cuando no se tiene techo, tampoco se tiene lecho. Tal vez doña Inés de Hinojosa, que tanto lo dis­frutó, se lo llevó para la otra vida.

* Pasará la hora de terror y un día, ya victoriosos de la insania, tendremos que hacer el inventario de los héroes para reconocer que fueron ellos los que nos de­volvieron esta patria grande que ahora gime entre sollozos.

* Otto Morales Benítez, uno de los pioneros de la cul­tura nacional, resalta las virtudes de quien, infatiga­ble en su actividad literaria y en su dedicación a Co­lombia, da ejemplo de patriotismo y de escritor insigne.

* Dice Horacio Gómez Aristizábal que “la verdad profun­da es que si Colombia es en lo político un país unitario, en la realidad es una definida federación de repúblicas».

* Otro hecho ponderable de la Universidad Central: la edición de Crepúsculo, libro poético de Laura Victoria, con el que nuestra esclarecida lírica, ausente del país desde hace 48 años, regresará a su patria en los comien­zos de 1989.

El Espectador, Bogotá, 4-I-1989.

* * *

Comentarios:

Felicítolo por el resumen de sus profundas frases en Thesaurus 1988. Jorge Marel, Sincelejo.

Me complace registrar el retorno a la Patria de la insigne escritora Laura Victoria, después de 48 años de ausencia. He leído con atención su entrevista a Pardo García, en la revista de la Universidad Central. ¡Excelente! Yo también preparo una parte de las larguísimas conversaciones que sostuve con él, en muchos encuentros, durante un mes que permanecí en Ciudad de México. Lamento no haberle visto a usted allí. Usted salía y yo llegaba. Me interesó mucho explorar las relaciones del poeta con la ciencia y sobre todo con la física. Conserva espléndida memoria, rodeado de soledad y sin libros a la mano. Su mundo es en verdad extraño y un tanto insó­lito. Carlos Enrique Ruiz, Revista Manizales.

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Universidad Central

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Cumple la Universidad Central, bajo la rec­toría del doctor Jorge Enrique Molina Marino, formidable liderazgo cultural. Para dicho em­peño ha sido fundamental la asesoría de la socióloga María Cristina Laverde Toscano, di­rectora de Investigación. En 1988, la presencia del claustro universitario en diferentes actos académicos puso de presente su decidido interés por mantener vivo el espíritu culto de Colombia.

Por medio de conferencias, foros, edición de libros y otras manifestaciones se desplegó a lo largo del año una permanente labor intelectual y de reconocimiento a destacadas figuras de la inteligencia colombiana. El homenaje rendido al maestro Rodrigo Arenas Betancourt, meses después de su liberación como prisionero de un grupo de delincuentes comunes, sirvió para aplaudir la vida meritoria de este gran escultor continental.

El otorgamiento del grado honoris causa en Letras y Humanidades al doctor Otto Morales Benítez, uno de los pioneros de la cul­tura nacional, resalta las virtudes de quien, in­fatigable en su actividad literaria y dedi­cación a Colombia, da ejemplo de patriotismo y de escritor insigne.

Otro hecho ponderable: la edición de Cre­púsculo, libro poético de Laura Victoria, con el que nuestra esclarecida lírica, ausente del país desde hace 48 años, regresará a su patria en los comienzos de 1989. La poetisa boyacense vendrá a recibir, además, otros dos libros suyos inéditos: Itinerario del recuerdo, sus memorias, que edita el municipio de Soatá, su patria chica, y Actualidad de las profecías bíblicas, el depar­tamento de Boyacá dentro de la serie biblio­gráfica de la Academia Boyacense de Historia.

A fines del año la Universidad puso en cir­culación el número 31 de Hojas Universitarias, su consagrada revista, acervo de cultura, de arte y humanismo. Hermosa edición que rinde homenaje a nuestro excelso poeta de las agonías, Germán Pardo García, vate universal del dolor y el cosmos. En ella también se exalta la me­moria del narrador cubano Manuel Cofiño, de quien se dice que murió a destiempo, aunque, de todas maneras, dejó obra perdurable.

Esta revista, que consta de 360 páginas suscritas por conocidos escritores, constituye un gran libro. Varias páginas están dedicadas a debatir el tema de la vio­lencia colombiana, en certeros enfoques que se dejan como testimonio de este vía crucis cotidiano de los últimos tiempos. En la carátula aparece un dibujo de Germán Pardo García, y en la parte central, una muestra poética de su vasta producción, acompañada del reportaje que titulé Diálogo entre sombras con Germán Pardo García.

Ha sido generoso el año cultural de la Uni­versidad Central. Su labor representa un esfuerzo por motivar las expresiones cultas de la patria. Para el año que comienza hay varios proyectos por realizar. Universidad de las más jóvenes del país, demuestra con su tesón y su fe en Colombia hasta dónde es posible colocarse en sitio de avanzada. Ha comprendido el servicio a la patria no sólo como programa puramente académico sino como constante inquietud por rescatar valores y promover grandes debates ideológicos, como lo viene haciendo con altura y ejemplar con­sagración.

Bien merece, entonces, que le hagamos este reconocimiento y la invitemos a continuar dentro de sus derroteros progresistas, para el bien de Colombia.

El Espectador, Bogotá, 28-XII-1988.

 

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Actualidad de las profecías bíblicas

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Por: Gustavo Páez Escobar

(La autora y su obra: contraportada del libro)

Por llevar Laura Victoria 48 años de residir en Méjico, a donde viajó defendiendo la patria potestad de sus hijos, su nombre se ha silenciado en Colombia. Sus libros no volvieron a circular en nuestra patria. Pero su obra es imperecedera.

Nacida en el pintoresco municipio de Soatá, capital de la provincia del Norte de Boyacá, pertenece a un res­petable hogar: La familia Peñuela, de gran figuración en el departamento y en el país. Su nombre civil es Ger­trudis Peñuela de Segura. Sus hijos: Humberto, Mario –destacados profesionales que echaron raíces en el país azteca– y Beatriz, que se hizo célebre en el cine mejicano como Alicia Caro. En los arios treinta adoptó el seudónimo de Laura Victoria, que conservó en toda su obra literaria y el cual hizo también registrar para su vida civil.

Con Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario  Sansores creó la cons­telación de las grandes líricas latinoamericanas que le dejan al continente unas de las expresiones más estreme­cidas y bellas del sentimiento femenino universal. Fue la ganadora en 1937 de los Juegos Florales, suceso en el que compitió frente a Eduardo Carranza y otros re­nombrados poetas colombianos.

De la poesía sensual, con la cual enardeció multitu­des por los teatros de América como declamadora prodigio­sa, pasó más tarde a la poesía mística. Durante su per­manencia en Méjico se dedicó al estudio profundo de la Biblia. Esto constituye otra vertiente de su interesante y polifacética personalidad.

Su obra, hasta el momento –ya que su lámpara poética sigue encendida–, la conforman los siguientes títulos: Llamas azules (Bogotá, 1933); Cráter sellado (Méjico, 1933); Cuando florece el llanto (España, 1960); Viaje a Jerusalén (Méjico, 1985). Y los siguientes libros que se publican simultáneamente en los actuales momentos: Itinerario del recuerdo (memorias), Actualidad de las profecías bíblicas (divagaciones alrededor de la Bi­blia) y Crepúsculo (poesía de la madurez, seguida de su poesía mística).

Laura Victoria es una gloria de Boyacá y de Colom­bia. Su voz romántica resuena por los confines de Amé­rica. En España obtuvo fervientes adhesiones. Ahora, con la cosecha de los tres libros citados, su nombre vuelve a mover los aires frescos de su amada tierra colombiana.

Bogotá, enero de 1989.

 

 

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Raíces históricas de La vorágine

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Después de leer Raíces históricas de La vorágine, reciente libro de Vicente Pérez Silva publicado con auspicio de la Caja Agraria, el deseo inmediato es vol­ver sobre la novela del escritor huilense. La amplia documentación que ha reunido Pérez Silva, tomada de serios documentos históricos, revela los moti­vos que llevaron al novelista a dejar este testimonio sobre los sucesos que conmovieron al país en postrimerías del siglo XIX y comienzos del actual.

Esta relectura del drama de los caucheros en las sel­vas del Putumayo y el Caquetá queda ahora mejor explicada con el acopio de datos, muy bien concatenados y de rigurosa veracidad, del ensayista Pérez Silva, espíritu inquieto que vive indagando en las fuentes de la histo­ria la explicación de tanto episodio memorable de la vi­da colombiana. Con base en este acervo de investigación se entiende mejor el proceso de aquella versión novela­da que salió al público el 25 de noviembre de 1924, tres días antes de la muerte de Rivera en Nueva York.

Más que ficción, se trata de la pro­testa sobre los atropellos e iniquidades que soportaban los indígenas en el sur del país a manos de los dueños de la Casa Arana, de funesta recordación en la criminalidad mundial. La selva amazónica fue testigo de la crueldad que ejercieron aquellos bárbaros que explota­ban la fuerza de trabajo de los indios, pagán­doles cualquier ridiculez por el vigor de sus brazos en el laboreo del caucho, cuando bien les iba; y usurpándo­les las tierras y sometiéndolos a toda clase de tortu­ras, incluida la muerte, en el caso común.

La Casa Arana se disolvió el 19 de marzo de 1909. El país había quedado consternado con la cadena de atroci­dades cometidas. Tal era el poder de la casa asesina, que la justicia era un auxiliar del vandalismo im­perante. ¿Cuántos indígenas fueron exterminados bajo la ley del látigo, del garrote y la castración? Se habla de más de treinta mil. Genocidio pavoroso, que hoy estreme­ce la sensibilidad más dormida.

Rivera, en carta al magnate imperialista Henry Ford, le expresaba: «He tenido en mis manos fotografías de ca­pataces que regresaban a sus barracas con cestas o mapires  llenos de orejas, senos y testículos, arrancados a la indiada inerme, en pena de no haber extraído todo el cau­cho que le imponían los patronos».

Gran parte de los personajes de La vorágine son to­mados de la realidad, algunos con nombres propios. Un testigo de la masacre, que se hizo confidente del novelista, le narró los espeluznantes acontecimientos. Y Rivera, que conocía los límites fronterizos y a quien no le eran extraños los misterios y fascinaciones de la selva, encauzó la acción, valiéndose de su rica imagi­nación y su vena poética, hacia la que sería una de las tres novelas universales –junto con María y Cien años de soledad– más famosas de Colombia. Antes había leí­do diversos testimonios y escuchado muchas versiones sobre la tragedia amazónica. Con semejante bagaje, plasmó su obra maravillosa, un canto a la selva y a la tiranía del hombre.

*

Pero la vorágine de ayer continúa viva en nuestros días. «Ya no es la vorágine de la selva que con mano má­gica nos describió Rivera -dice Pérez Silva-. Es la vorá­gine de la selva humana en que estamos sumidos. Ahora tam­bién nos debatimos, indiferentes o desolados, entre la ’selva del crimen’ y la violencia. Es la vorágine de la anarquía y de la injusticia; es la vorágine de la especu­lación y la usura que nos atrapa y nos consume sin tregua ni cuartel; es la vorágine de la codicia inhumana y del capitalismo desenfrenado que nos devoran inclementes en el diario discurrir de nuestras vidas…”

Este libro, valioso aporte a la literatura y historia colombianas, se vuelve esencial  para comprender la epopeya cauchera.

El Espectador, Bogotá, 26-VII-1989.

* * *

Comentario:

Mensaje dirigido a Vicente Pérez Silva:

Celebro haber tenido el agrado y el honor de haberlo conocido por intermedio de mi caro amigo el escritor y pe­riodista Gustavo Páez Escobar. Acabo de leer Raíces históricas de La vorágine, un ensayo tan subyugante por su perfecta urdimbre, por el trabajo pa­ciente para sustentar con do­cumentos irrefutables la gé­nesis de nuestra gran novela. Esta obra lo muestra a usted como un investigador digno del más profundo respeto y ad­miración. Ya me habían con­tado en el Instituto Caro y Cuervo hace muchos años que usted era una autoridad cien­tífica. Ahora lo compruebo con enorme satisfacción. Más complacido quedé cuando lo­gré confirmar que usted le había dado la terminación a su ensayo tal como yo quería y lo intuí desde el principio. Me refiero a sus acertadísimas re­flexiones en la vorágine actual, porque ese espeluznante ho­rror de la violencia no cesa. Leer La vorágine y leer su ensayo es tomar partido contra el crimen, contra la indolencia institucional. Gracias por tan impactante trabajo y por su autobiografiado recuerdo que me honra. José Antonio Vergel, Agencia de Prensa Novosti, Moscú. (Mensaje publicado en El Espectador, Bogotá).

 

 

 

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Los pasos del condenado

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace un año Rodrigo Arenas Betancourt se hallaba sumido en la negra noche de su cautiverio. Cauti­verio que se prolongó por 81 días. Todo un infierno de tortura. Eran pocas las esperanzas que existían sobre su regreso a la vida. Un día, sorpresivamente, volvió por los caminos de su montaña antioqueña, don­de había permanecido en el silencio de abismal presi­dio.

Repuesto del drama –y parece que la vida del maes­tro ha sido un drama constante–, retomó los apuntes que había escrito en su encierro y elaboró el libro que sale ahora a la luz, publicado por Arango Editores, con el nombre de Los pasos del condenado. Denso libro de angustia, de pragmatismo ante la vida, de pavor y co­raje ante la muerte.

Del destierro no regresó el escultor sino el escri­tor. Volvió el filósofo y el poeta. Con lenguaje vi­brante, impregnado de metáforas y hondas cavilaciones, este profundo razonador nos hace olvidar un poco sus ejecutorias como escultor para inclinarnos ante el sorprendente literato.

Los pasos del condenado es un coloquio con el alma, una introspección en la vida de errancias, de amores y frustraciones, un inventario de las miserias y los despojos del mundo. El condenado comparece des­nudo ante Freud y le exhibe sus cicatrices.

Arenas Betancourt ha vivido siempre enamorado de la muerte. La ha paladeado, la ha consentido. Ama la muerte, con sensualidad, pero como un tránsito nor­mal, no como una represión. El final brutal, sembra­do de palideces y estertores, que sus verdugos le ofrecían en platos de amargura, lo horroriza.

Pensó en el suicidio corno fórmula salvadora, pero tampoco tenía libertad para matarse. Y no le que­dó otra vía que la del desespero. Renegar de la exis­tencia, como tenía que hacerlo con la rabia de la im­potencia, era tanto como destruirse a pedazos. No per­mitió, sin embargo, que la alucinación lo dominara y escribió unos apuntes. En frágiles hojas dibujó su tragedia. Recuperó la calma para hacer arte.

En sus noches de pavura se había acordado de sus mujeres, las mujeres que en diferentes circunstancias le habían dado distintas dosis de amor. Recordó las pa­siones impetuosas, los arrebatos mercenarios, los amo­res castos. También los poéticos, representados en Ele­na, que aguardaba su regreso como otra condenada de las azarosas vigilias.

Salvó sus anotaciones y sus dibujos metafísicos. Los días tristes del desterrado se volvieron una me­moria de la tragedia del hombre y un canto a la liber­tad. Rotas las cadenas del oprobio, volvía a la vida para continuar padeciendo. Recuperaba la libertad para seguir amando.

*

Tal vez el maestro no se ha salvado. Apenas ha re­gresado. El proscrito, como él no se cansa de califi­carse –y también el peregrino, el vagabundo, el cami­nante, el iluso, el soñador… –, ha vuelto a casa. Hoy habla el resucitado, el nuevo Lázaro de la violen­cia colombiana. Regresa con su filosofía y su eterna sed de justicia. Quiere que el mundo sea mejor. Que haya una Colombia nueva, un hombre nuevo. Clama por una sociedad sin verdugos, sin secuestros, sin miseria y sin hambre. La libertad es su mira, y la paz, su credo cotidiano.

El Espectador, Bogotá, 1-XII-1988.

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