¿De qué se quejan las mujeres?
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La mujer, que toda la vida ha sido la reina del universo, ha dado por sentirse esclava en los últimos tiempos. ¿Esclava de quién? ¡Del hombre! Para liberarse, ha emprendido campañas por el mundo entero, con ímpetu, con arrojo, con gritos de guerra. Se ha rebelado contra lo que ella denomina “la milenaria explotación del hombre” y ha tratado de destituirlo y suplantarlo.
Nada tan equivocado, por supuesto. Conforme el hombre fue constituido como factor de mando, o sea, de organización, la mujer es el soporte del mismo mando. Mientras el hombre es músculo y cerebro, la mujer es encanto y corazón. Si el hombre es guerrero, la mujer es diosa. ¿Habrá necesidad de cambiar los papeles?
La mujer cree que se halla vulnerada en su sensibilidad femenina –que a veces no es tanta– por el demasiado vigor masculino –que a veces tampoco es tanto– y por eso levanta su clamorosa voz de rechazo. En los últimos tiempos, y como parte de una estrategia finamente urdida, la mujer se ha preparado para mejores posiciones, lo que debe aplaudírsele; pero ha descuidado su oficio de ama de casa, lo que es deplorable. Cambió el cetro del hogar por el sillón del ejecutivo.
La naturaleza, que es sabia, le concedió al varón mayor poder imaginativo y a la mujer, mayor intuición. Mientras el uno planea la acción, la otra desbroza el camino. Nunca podrán ser iguales, por ser fenómenos distintos. Son, sin embargo, fuerzas que se atraen y se necesitan, se buscan y se complementan, pero cada cual en su lugar.
«La mujer –dice Marañón– es un ser de diferente especie biológica que el hombre, con encantos específicos e imbecilidades también específicas». Una de ellas, supongo, es la de no sentirse contenta con su papel de soberana y ambicionar el puesto de su socio, un duro destino. En su lucha antimachista, ella misma se ha vuelto machista. Y una mujer macho es algo detestable. Lo natural es que la mujer sea femenina y el hombre viril.
Una lectora de esta columna, mujer pensante y líder de su comunidad, no participa de las actuales campañas feministas por encontrarlas equivocadas. Pregunta: ¿Cómo podemos ser iguales a los hombres? ¿Siendo menos femeninas o haciéndolos a ustedes menos masculinos? Ante lo cual, como debe suponerse, ella misma contesta con un ¡absurdo!, para argumentar a renglón seguido que lo ideal es un machista inteligente, «pero éstos son una piedra preciosa muy rara de encontrar».
No puede ser deseable la igualdad de los sexos porque con ella no habría placeres ni prolongación de la raza. Y por consiguiente, no debe ser bandera femenina. Con igualdad de sexos, algo muy aburrido, la primera perdedora sería la mujer, y aquí sobran explicaciones. ¿Por qué, entonces, no quedarnos como somos?
La unión de una mujer pensante y un machista inteligente –y que los hay los hay–, como lo recomienda mi razonadora y femenina corresponsal, crearía la pareja perfecta y le quitaría fuerza a la guerra declarada contra los hombres, contra su dominio y sus impulsos, por las furiosas antimachistas que piden solidaridad para su causa en estos momentos de desajuste de hormonas y de realidades.
Para ellas anoto estas palabras de Marguerite Yourcenar, mujer de armas tomar: «La situación de las mujeres se ve determinada por extrañas condiciones: sometidas y protegidas a la vez, débiles y poderosas, son demasiado despreciadas y demasiado respetadas».
El Espectador, Bogotá, 7-IX-1988.
Aristos Internacional, Torrevieja(Alicante, España), 8-III-2020.
Comentario
Yo tampoco comparto ese feminismo que ha conducido a la mujer a ser, como lo mencionas, «esclava» de sí misma y de sus pretensiones. No se trata de competir con el hombre, se trata de equilibrar conocimientos y afectos y propósitos de vida, para una sana y feliz convivencia. El hombre, por esta razón, también se ha vuelto «comodón» en sus compromisos y las relaciones se echaron a pique. Cada cual «tira para su lado» como lucha de titanes en un ring de boxeo, y por esta razón hoy muchas uniones o matrimonios duran muy poco. Todo ha cambiado, y la mujer es víctima de esa liberación económica, que si bien es válida, ha perjudicado su condición, con cargas tan difíciles de llevar como ser madre cabeza de familia y un poco, solo un poco, ama de casa. Toda la carga a la vez es muy difícil, sin el concurso del hombre. Inés Blanco, Bogotá, 8-III-2020.