Treinta años de abogacía
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El penalista, escritor y académico Horacio Gómez Aristizábal celebra con un libro los 30 años de su ejercicio de abogado. Recoge en él una serie de chispazos, aforismos, humoradas y enfoques críticos sobre la exigente profesión que muchos siguen y pocos practican en su real contenido.
Gómez Aristizábal, humorista genial, goza sacándole chispas a la carnadura del abogado, unas veces para mofarse de la vida como teatro de ironías y otras para enseñarles a sus colegas que no se puede ser abogado impunemente.
En serio y en broma vive repicando en la conciencia de los seguidores del Derecho para que dejen de ser simples pleiteadores —el oficio más común en este país— y se conviertan en profesionales de recto criterio, en solidarios con el hombre y no con el crimen, en estudiosos de toda hora y en eruditos más que en doctores. Sobran doctores y faltan doctos, es advertencia suya, con pocos oídos en este país entregado más a la fantasía de los títulos engañosos que al cultivo de la inteligencia y el saber.
Siempre he dicho que la cabeza de Horacio Gómez Aristizábal es una casa de citas. No sé qué misteriosa aleación mental le permite mantener vivos, como regados por aguas alimenticias, los veneros de pensamientos repentistas y fulgurantes con que divierte y alecciona a sus amigos y matiza sus defensas penales. Parece una ametralladora disparando balas incontenibles. Es tanta la agilidad de las ideas que a veces la lengua no logra destrabar lo que le bulle en la imaginación.
Sentencioso, conciso, penetrante, gracioso, sus chispazos y sus aforismos calan como gota en la piedra. Al azar escojo algunos:
«Después de los Borgia, los que más se lucran con el crimen son los criminalistas (…) Cuénteme su problema claro, que de enredarlo me encargo yo (…) Si en la audiencia me toca hacer llorar a los jueces, la defensa le cuesta un poquito más (…) El genio está formado por un 99% de paciencia y un 1% de talento. El triunfo es de los tenaces (…) La política es el arte de defenderse de los amigos. La intelectualidad la entiendo como la ciencia de sumar sanas adhesiones, positivas amistades (…) Es mejor lo que se hace por orgullo que lo que se hace por obligación o por necesidad (…) Contribuye más a la felicidad lo que uno es que lo que uno tiene o posee (…) La gran universidad la hace el gran catedrático. Con profesores de tercera tendremos profesionales de quinta (…) En Colombia la universidad, en forma rutinaria, transmite el saber pero no elabora el saber (…) Soy un rico pobre, no un pobre rico”.
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En 30 años de abogacía Horacio Gómez Aristizábal pone de ejemplo su vida, sin proponérselo, como lección humanística y reto contra la mediocridad. No se ha conformado con ser un abogado más, en el sentido lato de esta profesión en decadencia, sino que se ha encumbrado hasta la cúspide del oficio noble y ennoblecedor. Su despacho, que es una galería de arte, resplandece por el clima cultural que allí se respira, pero sobre todo por la trascendencia del hombre, menudo en apariencia, que aprendió a ser grande de corazón y de intelecto.
El Espectador, Bogotá, 20-X-1986.