Los pecados de Inés de Hinojosa
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Varios años de investigación necesitó Próspero Morales Pradilla para ambientar la que posiblemente será su obra cumbre, que acaba de poner en circulación Plaza y Janés. Si la novela es el mejor medio para interpretar y transmitir la historia, no hay duda de que en Los pecados de Inés de Hinojosa, relato ardiente y estremecedor como la propia protagonista, están captados con la mayor exactitud los sucesos escasos que escandalizaron a la reposada villa de Tunja a finales del siglo XVI.
Lugar de rezos, de frailes y soledad, enmarcado entre lluvias y fríos glaciales, fue escenario de esta tórrida historia de pasiones donde una mujer nacida para el amor y la infidelidad —»soberanamente bella, con un semblante de los que no pueden olvidarse», como la describe Herminia Gómez Jaime de Abadía— se convertiría en el mayor escándalo de la Colonia.
Con su hermosura y su insaciable apetito de placeres, fue doña Inés la auténtica devoradora de hombres. Todos se rendían a sus encantos, y a su alrededor giró una época de lujurias, intrigas, deshonras y crímenes.
Capitana de sensualismos y pecados atroces, parecía levantarse sobre la aterida ciudad como diosa castigadora de las costumbres pacatas. Era el desafío de la tentación. Las beatas pueblerinas, fisgonas y murmurantes, suponían que en su alma estaba aposentado el propio Judío Errante, diablo asustador que se sentía por las calles y hacía más terrífica la vida comarcana.
Inés de Hinojosa escribió, con sus aventuras amorosas y su sino trágico, la mayor tragedia del Nuevo Reino de Granada. Poetas, historiadores, cronistas —y sólo un novelista antes de Morales Pradilla— se han ocupado de esta mujer monumental que, cuatro siglos después, flota en la imaginación tunjana como leyenda fantasmagórica. Fue, sin embargo, personaje de carne y hueso, pero sobre todo de carne.
El peota Roberto Liévano así la invoca: Los hombres por tus besos desnudan sus puñales… / (¿Qué filtros hechiceros la lujuria pondría / entre tus labios húmedos de pecados mortales?). El Carnero, libro que recoge con mayor animación y rigor las noticias de la Colonia, nos ha trasladado la verdad picante de aquellos lejanos episodios.
El escritor sogamoseño Temístocles Avella Mendoza es autor de la novela Los tres Pedros en la red de Inés de Hinojosa, publicada por fragmentos en El Mosaico, entre abril y julio de 1864, y que fue rescatada, para volverla libro, en 1979. Novela de breve paginaje y que logra, al igual que la extensa de Morales Pradilla, pintar el crepitante horno de pasiones de esta Tunja monacal de pecados ocultos.
Próspero Morales Pradilla, que ya ha demostrado capacidades como narrador novedoso en sus cuentos, resucita una época olvidada de su terruño tunjano. Reconstruye capítulos candentes de aquellos tiempos asustadizos, con sus gazmoñerías y sus fantasmas, sus castidades y sus incontinencias, sus ermitaños y sus diablos sueltos. Es una sociedad entera, compuesta como toda sociedad por vicios y virtudes, la que se evoca a través de la imagen siniestra —por lo bella y pecadora— de la mestiza doña Inés, tal vez la mujer más seductora de la vida colombiana.
El sexo y sus escenas atrevidas, que se tratan al desnudo —y aquí cabe el término exacto— a lo largo de la obra, parecen significar la intención del autor de designar las cosas por su nombre. O sea, el propósito de desenmascarar la hipocresía para que el pecado sea pecado. Con amenidad, humor y fidelidad histórica consigue Morales Pradilla el reflejo de la ciudad convulsionada por hechos turbulentos, la muy noble villa de Gonzalo Suárez Rendón, que Bolívar llamaría «cuna y taller de la libertad».
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Las grandes amantes de la historia y de las letras (Madame Bovary, Mesalina, Lucrecia Borgia, María Antonieta…) han dejado para la posteridad, escritas con sus vidas disolutas, hondas lecciones morales. Lo mismo sucede con Inés de Hinojosa, cuyo final violento es la moraleja precisa con que se cierra este capítulo de la pasión femenina.
El Espectador, Bogotá, 26-II-1987.
Revista Nivel, Ciudad de Méjico, abril de 1987.