El Norte de Boyacá, la cenicienta gris
Por: Gustavo Páez Escobar
El departamento de Boyacá, que por muchos años permaneció postergado, vino a tener figuración en las guías turísticas cuando se descubrió el tono de sus paisajes. A esto se agregaba la amabilidad de sus gentes y los atractivos prodigados por la naturaleza generosa. Y surgieron confortables hoteles, edénicos parajes a lo largo de las carreteras, saludables piscinas termales y todo un engranaje de buena vida para el caminante nacional y extranjero, ávido de emociones y comodidades.
El turismo a la altura del mejor ambiente europeo comenzó a desbordarse por los contornos de Tunja, Paipa, Villa de Leiva, Duitama, Sogamoso y esa serie de pueblitos camineros que parecen salidos de un cuento de hadas. Hasta ahí, sin embargo, llegó la penetración a nuestro departamento. Las caravanas se detuvieron al no hallar más vías pavimentadas y prefirieron, como es natural, gozar de los motivos ya acondicionados para conquistar admiración, antes que aventurarse por caminos polvorientos e inciertos.
Boyacá, que tiene en cualquiera de sus latitudes, paisajes y encantos asombrosos, se frena por falta de mayor avance de sus programas turísticos. Hacia el Norte, donde se abre una naturaleza reposada y al mismo tiempo agresiva, con sus estampas unas veces pobladas de frailejones y otras enmarcadas por peñascos y agrestes horizontes, se pierde el entusiasmo cuando la carretera se deteriora. Después de ochenta años de trabajos, o sea, de angustias —más que de real trabajo—, el tramo asfaltado que sigue de Duitama llega hoy, a duras penas, hasta adelante de Belén; y distará mucho para destapar el paraíso turístico que es el Norte de Boyacá.
Apenas de oídas se sabe de páramos, de nevados, de farallones, de abismos encantados, de tierras sedosas, de ríos rumorosos, de climas plácidos. Es el edén desaprovechado. En mucha extensión apenas se encuentra, en Soatá, la capital de la provincia, un hotel confortable. Soatá es el oasis que se abre por aquellas laderas, dignas de contemplación para el artista y las almas soñadoras. ¿Cuándo llegará la mano audaz que derribando obstáculos y sembrando progreso conquiste para Colombia los filones de riqueza que esconden aquellos límites lejanos?
La Compañía Colombiana de Tabaco obligó a los agricultores norteños, bajo el augurio de cuantiosas ganancias, a sembrar sus tierras con la semilla que se pregonaba milagrosa. Al principio los precios fueron halagadores. Y así una región entera se esclavizó al tabaco. Más tarde las cosechas dejaron de ser rentables, cuando ya gran parte de la tierra se hallaba esterilizada, y la riqueza agrícola se esfumó por obra de un espejismo. Desde entonces, el Norte de Boyacá murmura sus pesadumbres entre penurias y promesas remotas.
Se piensa que algún día llegará a Soatá la carretera pavimentada en su ruta interminable hasta la ciudad de Cúcuta. Es preciso preguntar: ¿esto ocurrirá este siglo? Tal hecho representaría un comienzo de resurrección para aquella zona postrada, que es al mismo tiempo fuente de turismo; que sigue teniendo tierras aptas para cultivos diferentes del tabaco; que cuenta con pequeñas industrias de comestibles y artesanías; que por su variedad de climas fríos, templados y cálidos es rica en frutales, trigo, maíz, caña de azúcar, y propicia para la explotación de cabras y otros ganados. ¿Recuerda usted, a propósito, lo que es el apetitoso festín de cabro en Puente Pinzón?
Esta cenicienta triste volverá a sonreír cuando los poderes gubernamentales se acuerden de ella. Cuando el hada madrina la consienta. Cuando la mala suerte se aleje. El alma de Colombia está más en la provincia que en los centros populosos. Y el Norte de Boyacá, con Soatá, su capital, espera mejores días.
Carta Conservadora, Tunja, 15-XI-1986.