Los desaparecidos
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El Magazín Dominical del pasado primero de junio, dedicado al tema de los desaparecidos, acaso podría considerarse como una ficción artística. En la carátula aparece una calavera que porta un clavel y un cartel con la siguiente leyenda: «¡No MAS! Pido vacaciones». Y en páginas interiores se recoge el desfile de teatreros que recorren el centro de Bogotá vestidos de trajes negros, pintadas las caras de blanco y llevando, además de los claveles rojos de la solidaridad, retratos de personas desaparecidas en Colombia.
Es preciso descender de la comedia para descubrir que se trata de algo verídico, persistente y dramático que no es posible ignorar. Estos actores de la calle muestran en los rostros las dimensiones de la tragedia y protestan con lo único que tienen: el arte. Es un denuncio impresionante que se lanza a la conciencia del país y de las autoridades. Los indefensos teatreros (que aquí representan al pueblo entero) preguntan con miradas vacías, caras mustias y expresiones enigmáticas:
«¿A dónde van los desaparecidos? / Busca en el agua y en los matorrales. / ¿Por qué es que se desaparecen? / Porque no todos somos iguales. / ¿Y cuándo vuelve el desaparecido? / Cada vez que lo trae el pensamiento. / ¿Cómo se le habla al desaparecido? / Con la emoción apretando por dentro» (Rubén Blades, cantante panameño de música afro-caribeña).
El Procurador de la Nación ha denunciado, con casos concretos, este capítulo atroz de violación de los derechos humanos. En las páginas de los periódicos se publican a menudo fotografías de personas que no han vuelto a sus hogares, ni volverán.
¿Quién es el desaparecido?, pregunta un artículo del Magazín Dominical. Y responde: «El desaparecido aún es hombre: hijo, hermano, padre, madre, amigo… El desaparecido es, ante todo, un ser humano… Es obrero, es campesino, es estudiante, es profesional, es guerrillero, o es amnistiado…»
Hablan las estadísticas sobre 580 desapariciones comprobadas y más de 900 casos sin documentar entre 1977 y 1986. En lo que va corrido del actual Gobierno los desaparecidos suman 316 hasta el 6 de agosto de 1985, y en los tres primeros meses de 1986 ya se han registrado más de 32 casos.
El grito mudo de estos artistas, que no sale de la garganta porque ésta se halla ahogada, repite las escenas de teatro por las calles de Alemania en viejas épocas de convulsión social. El mismo teatro callejero, que es la voz del pueblo, se trasladó a otros lugares de Europa. Y ahora, en Bogotá, es escena cotidiana que se vive en muchos sitios concurridos y repercute en el alma de los transeúntes.
Antonio Camacho Rugeles —cuenta el Magazín— desapareció hace un año cuando preparaba una exposición de pintura, y nadie lo volvió a ver. Es un caso más de los varios que se recuerdan. Y como además de pintor era escritor, dejó este relato:
«Lo que ellos nunca supieron fue que vendándome los ojos por tanto tiempo terminaría por fin aprendiendo a ver. Tampoco se enteraron de que por entre las heridas de las cadenas retoñaron las ansias de libertad como malezas florecidas».
El Espectador, Bogotá, 12-VI-1986.