América india
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
A Guillermo Tenorio, el indígena que habló ante el Papa Juan Pablo II a nombre de las tribus de los guambianos y los paeces, se le pretendió interrumpir, o sea, censurarle la libertad de expresión, por un sacerdote de la diócesis de Popayán que así ignoró las altas calidades de inteligencia de quien vino a nuestro país a escuchar e identificar los clamores del pueblo.
El representante de los indígenas iba a denunciar, y luego lo hizo por mediación del propio Pontífice, el asesinato de los padres Pedro León Rodríguez y Álvaro Ulcué Chocué, abanderados de la causa de estas tribus marginadas que representan, para los terratenientes y ciertos intereses políticos, un estorbo social. Es extraño que sea un miembro de la Iglesia el que trate de silenciar un hecho que ni siquiera el propio prelado de Roma ignora, dentro del lenguaje universal de muertes violentas y destierros de obispos y sacerdotes.
Pero Guillermo Tenorio pudo hablar y su discurso fue más elocuente como consecuencia de la propia interrupción. Sus palabras, transmitidas al mundo entero, lograron la audiencia necesaria para dejar grabada la idea de que América sigue siendo territorio sojuzgado por los poderosos y donde el indígena que los libertadores buscaron redimir permanece ignorado y explotado.
«Cumplimos –dice Tenorio– quinientos años de una historia hecha en el silencio del dolor, del desprecio, de la marginación y el martirio desconocidos, porque es martirio de indio (…) La música, el canto y la mirada de cada indígena llevan la huella de la tristeza por el despojo de la madre tierra, por la no comprensión de la organización comunitaria, por la negación de la propia lengua, por el desprecio de la medicina tradicional…”
En la bella geografía del Cauca, hoy dominada por las fuerzas revoltosas y donde los pesados terratenientes desconocen los derechos de las comunidades indígenas, el representante de éstas mejor se hizo sentir. El viaje del Papa a Popayán fue previsto con la intención de llevar a los desheredados por el pasado terremoto el consuelo cristiano que tanto necesitan, y propiciar el clima de paz que tanto el Cauca como Colombia entera reclaman como requisito fundamental para la vida digna.
Deja hondas reflexiones este mensaje de los indígenas. Han llegado hasta el jerarca de la Iglesia con pies encallecidos y miradas mustias a decirle cuánto les duele que se les trate con crueldad y se les nieguen mínimas condiciones de subsistencia.
Hablan por ellos y en representación de las futuras generaciones, de Colombia y de toda América, donde proliferan las clases humildes explotadas, para recordar que son humanos y por consiguiente requieren de drogas, de alimentos, de vivienda, de educación; y piden que les sea respetada su propia cultura y se les permita el uso de la palabra, del que quiso privárseles en esta magna ocasión.
Les entristece y les enfurece que maten a sus sacerdotes y a sus líderes. Claman por la paz y la justicia como elementos indispensables para el desarrollo de los pueblos. Y anhelan, tal vez entre líneas, una Iglesia de más avanzada, más moderna, más comprensible y también más comprensiva de sus dolores.
«En el corazón de la gleba –dice Armando Solano– es donde hay que buscar el sentido de la patria». Este escritor boyacense, grande entre los grandes de Colombia, nunca negó sus raíces criollas y fue el mayor cantor de la raza indígena. También Guillermo Tenorio cantó en Popayán a la América india, joven y bella, según sus palabras, entre la inclemencia de cinco siglos de esclavitud que han transcurrido desde que los conquistadores le dieron al continente la presunta libertad que vino a mitigar el Papa. La juventud y la belleza se opacan, en este caso, cuando América no ha sido aún libertada.
El Espectador, Bogotá, 21-VII-1986.