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Archivo para domingo, 16 de octubre de 2011

Crítica radiográfica

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El reciente documento suscrito por los jerarcas de la Iglesia colombiana es un dramático llamado a la reflexión del país. Allí se enjuicia la democracia que nos rige y se condena a los partidos, a los gobernantes, a los grupos económicos y a las institucio­nes por inoperantes. El hombre común, que siente en carne propia la garra de una sociedad que hace más ricos a los ricos y aleja a los pobres de las oportunidades  elementales de la vida decorosa, mira atemorizado e impotente esta división de clases que está creando abismos de impredecible gravedad.

No puede haber democracia cuando falta la participación de todos los ciudadanos en la conducción del Es­tado, y de la masa sólo se acuerdan los políticos en los tiempos electorales, como ahora comienza a ocurrir. El elector primario, al que se busca y se persigue con ofrecimientos que no se cumplen, permanece olvidado. Su voto, sin embargo, que es un voto necesario para sostener la falsa democracia que no aporta soluciones tangibles, ayuda a  prolongar el desequilibrio social.

Las ambiciones que se apoderan de los puestos públicos y buscan la riqueza rá­pida, con su secuela de corrupciones e inmoralidades, encuentran camino fácil cuando la impunidad y la liviandad de los funcionarios, de los jueces y de las mismas leyes (que se vuelven obsoletas o no se cumplen) permiten la descomposición admi­nistrativa tanto en la empresa pública como en la privada.

Esta burocracia voraz, contra la que clama el documento del episcopado, es uno de los mayores flagelos de nuestros tiempos y poco se hace por combatirla. Al revés, se consiente y se estimula por ser una de las preferidas de los políticos para alimentar sus afanes electorales y conquistar futuros dividendos. La gran masa de votantes se abstiene de concurrir a las urnas por frustradas y apáticas, y sin darse cuenta son res­ponsables de los desvíos públicos.

El imperio del dinero desencadena la institución de las mafias y los monopolios. Poderosos grupos fi­nancieros, alimentados con el ahorro de los contribuyentes, combinan a sus anchas fabulosas operaciones e incrementan su fuerza reduciendo a los competidores débiles y sacrifi­cando pequeños capitales que no saben para quién trabajan. En este acapa­ramiento de bienes y de poder econó­mico se juega tranquilamente, como en el poder político, con la ilusión de los ingenuos.

Crecen así los desniveles sociales y la crisis moral invade todos los rin­cones de la vida colombiana. Y se produce, como lo recuerdan los obis­pos en este recorrido por las cos­tumbres del país, la desilusión hacia los gobernantes y los políticos, tan manifiesta en estos momentos de incertidumbre y repudio.

Ambos par­tidos, temerosos ante el sombrío fu­turo inmediato, fabrican es­trategias de calculados efectos elec­torales y posponen, por desgracia, las verdaderas necesidades de una sociedad azotada por la carestía, la inseguridad, la violencia, el de­sempleo, el miedo cotidiano…

Los jefes políticos emulan en sus apetitos de mando, y el pueblo, que no encuentra auténticos líderes, se re­signa a una suerte pasiva que nada arregla.

Este caos lleva al país hacia la ruina moral y econó­mica. Y es el mensaje diario de los periódicos y la comidilla de las tertu­lias. El clamor persistente, que cada vez se hace más angustiado, encuentra ahora eco en la voz de la Iglesia colombiana, que lanza este llamado de alarma para que gobernantes, empresarios, dirigentes políticos y sindicales busquen fórmu­las de salvación.

Es preciso leer con atención el apabullante enjuiciamiento que hacen los jerarcas sobre los problemas del país, para encontrar luces y defensas, si realmente quieren buscarse, en esta hora de tinieblas.

El Espectador, Bogotá, 9-IX-1981.

 

 

 

Urgencia de la paz

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia pide paz. Es como si sus hijos rogaran clemencia. Es la aspi­ración natural de un país que busca superar el estado de inconsciencia a que lo conducen los odios y las luchas de clases. Esta guerra no declarada, pero cierta, que mantiene en conmo­ción la vida de los colombianos, se alborota con el reto de la subversión armada que pretende implantar el terrorismo para apode­rarse de las instituciones.

Es un constante enfrentamiento entre las autoridades y las fuerzas rebeldes, trenzadas en cruentas batallas, que hoy ponen cinco o diez muertos, de un lado, y al día siguiente son cobra­dos, del otro, con el doble o el triple.

Los movimientos sediciosos, que invocan causas sociales para justifi­car sus incursiones destructoras, mantienen al país atemorizado y le recuerdan que estar al margen de la ley, como se les sitúa, no es ser enemigos del hombre. Por el contrario, pregonan a los cua­tros vientos, lo mismo por los canales de la emisora que han hecho suya, que utilizando voceros de amplia audiencia, sus tesis socialistas y sus propósitos de trastocar el orden establecido para dispensar superiores garantías.

El pueblo, que sufre necesidades y se encuentra acorralado entre estre­checes,  hambres y menosprecios, es impresionable por estas arengas que le prometen todo lo contrario de lo que el Gobierno no ha podido darle.

Vivimos a merced de estas fuerzas de choque y contemplamos descon­certados la destrucción de un país que, privilegiado por sus riquezas natura­les, todos los días produce menos y se desintegra más. Los atentados contra la vida, honra y bienes de los ciudadanos son síntomas de descomposición social y ponen de presente la inseguridad que se vive cuando aumenta el de­sempleo y escasean los medios de subsistencia para las clases más necesitadas de la población. Si la ley no alcanza a reprimir el delito y por el contrario este se intensifica y adquiere más escabrosas manifestaciones, es que el alma social del país está cancerosa.

No le echemos toda la culpa del vandalismo de las calles y de la zozobra de los campos a la delincuen­cia común. Perforemos más hondo para descubrir que detrás de ella hay necesidades que no dan tregua y que desencadenan consecuencias pertur­badoras, en las más de las veces catastróficas, para la sociedad. Igno­rar en nuestro país las enormes dife­rencias de clases es tanto como cerrar los ojos a problemas inocultables.

Dialogar sobre la paz, como lo piden voces respetables de colombianos angustiados, no será ceder en las pautas rectoras del Derecho. Es pre­ciso oír también el clamor de los extremistas y sobre todo determinar si ellos tienen razón en muchos de sus enfoques. Habrá que descender a las profundidades de nuestros males para explicar la causa de tanto atentado, de tanto muerto, de tanta inseguridad. No es lícito transigir con el delito, pero es sabio de los gobiernos aminorar las causas para que no haya delincuentes.

Si vivimos bajo los efectos de una guerra soterrada donde la vida no vale nada, es el momento de hacer un alto en el camino y hallar las fórmulas para no seguir despedazando entre todos este país que todavía podemos recomponer. El grito de paz que se viene escuchando en los últimos días explota como sentimiento unánime en busca de una patria mejor. Es el propio corazón de Colombia el que se desangra en medio de la insensatez.

El Espectador, Bogotá, 22-VIII-1981.

El escritor quindiano

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Contra lo que algunos resentidos sociales incrustados en las letras suelen opinar cuando se creen dueños de la verdad, la literatura quindiana es un hecho cierto. Siempre lo ha sido. Hay en el pasado magníficos cuen­tistas, novelistas y poetas que engrandecieron el panorama de la literatura regional. Lo mismo ocurre en el presente.

Sucede, sin embargo, que ciertos especímenes con alma de narcisistas llegan al deplorable límite de la ofuscación mental que no permite reconocer los valores ajenos y en cambio se consideran ellos mismos los dioses del Olimpo.

Soy un creyente de la literatura quindiana. Pienso que a sus escritores les han faltado oportunidades para sobresalir en el panorama nacional. Colcultura, que debiera llegar en forma efectiva a la provincia, se ha convertido en un cenáculo de privilegiados que se reparten el favor de las ediciones sin permitir acceso a las nuevas figuras.

Publicar un libro en nuestro medio es ocasión para encontrar comentarios desabridos, que nacen por lo general de la en­vidia, cuando no de la propia incapacidad para juzgar con desaprensión lo que pueda existir de calidad en los demás. Hay, desde luego, francos reconocimientos, pero aquellos dómines de la literatura que tiran palos de ciego que se vuelven con era ellos mismos, como ocurre con un poetastro de versos cursis y sensibleros, son más dados a la diatriba que a la creatividad. Prefieren destruir, porque su universo es borroso y empequeñecido, y cuando no logran pasar de un sitio estático tiran guijarros para descrestar a los incautos.

Cuando se procede con pasión, todo se ve tortuoso. Per eso hay quienes de una plumada pretenden desconocer la literatura quindiana. Se quiere en ocasiones ser buen literato proclamándose  como tal, y se incurre en el fácil expediente del autoelogio, una postura tan falsa como ridícula a la que llegan algunos para disimular su mediocridad.

En la literatura no podemos decirnos mentiras. Creo más en la labor paciente de las bibliotecas calladas que en los matriculados de última hora que tratan de suplir en una universidad lo que no han podido asimilar en años de frustración. La literatura es una intuición. Ningún arte u oficio podrá desempañarse con eficacia si no existe vocación. A veces se invocan razones científicas para lanzar excomuniones y se olvida que el empirismo es la máxima fuente del conocimiento humano. En las universidades no gradúan escritores ni poetas.

A propósito de estas divagaciones, cabe preguntar qué sucedió con la asociación de escritores quindianos. Supongo que se dejó morir por las rivalidades  que son tan comunes en este campo. El tema da para largo y la pretensión de esta nota es afirmar la existencia del escri­tor quindiano, que otros niegan. Por desgracia, en este terreno tenemos que vernos, con no poca frecuencia, con escritorzuelos y poetastros.

La Patria, Manizales, 11-VI-1981.

El mundo de los scouts

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cumple en estos días cincuenta años de existencia la asociación de Scouts de Colombia y con ese motivo diez mil niños, jóvenes y adultos se congregarán por espacio de cinco días en la ciudad de Cali. Es una acción donde el movimiento se «tomará» a Cali para celebrar con diversos actos el importante aniversario.

El scout, término que traducido al castellano es un niño explorador, tiene una manera diferente de ver el mundo. Su filosofía es la de identificarse con la naturaleza y aprender de ella a comportarse en la socie­dad. En la antigüedad, los scouts fueron los famosos explo­radores en la conquista del Oeste, gente intrépida que, desafiando peligros y en reto contra las fuerzas de la naturaleza, ejercieron una acción decisiva en tales contiendas hasta dominar, con arrojo y constancia, aquellos parajes indómitos.

De ese movimiento surgió la actual organización, cuyo desempeño en el mundo moderno es ejemplari­zante, ya que sus adeptos comienzan por adquirir una posi­ción digna ante la vida y luego, a medida que avanzan, van modelando el carácter como auténticos forjadores de tareas creadoras. Los lobatos, que se denominan los scouts más pequeños, van adaptándose poco a poco a la vida y formando así la personalidad para ser en la sociedad elementos responsables y útiles que se valen por sí solos y que se autodisciplinan para enseñarle al mundo que la existencia es, ante todo, un acopio de fór­mulas elementales.

Aprenden a hacer su carpa, o su casa ambulante, y se identifican en tal forma con la naturaleza que no pueden prescindir de ella como la dispensadora de todos los bienes. Como son seres independientes y productivos, bien pronto saben cocinar y asimilan lecciones de utilidad que los vuelven aptos para defenderse y ayudar a los demás.

Todas estas circunstancias los tornan imaginativos y audaces, y además aventureros en el buen sentido del término. Les gusta explorar los bosques, los ríos, las montañas, y contagiarse de paisaje y aire para enfrentarse eufóricos a las fuerzas del universo. Por eso, miran el mundo con optimismo y les enseñan a los hombres lecciones de confraternidad.

En este encuentro multitudinario en la ciudad de Cali se apoderarán de las praderas y las verdes colinas y en un solo credo de buena voluntad y de firmeza ante el destino entonarán sus cánticos de hermandad y se unirán en un solo corazón para confundirse en una fuerza retadora ante este planeta de pusilánimes que no saben fortalecer la voluntad para vivir con mejores horizontes.

Ser scout es, en síntesis, ser persona de bien. Es mirar con grandeza el universo y desarrollar la personalidad para diseminar, con el desempeño social, la semilla de la vida alegre, productiva y formadora. Quien es scout tiene la conciencia limpia y el corazón henchido de ilusiones.

La Patria, Manizales, 12-VI-1981.

* * *

Carta –tres décadas después– del boy scout alrededor del cual se escribió esta crónica:

Este artículo y me trajo muchos recuerdos. Esa experiencia me ayudó a socializar y como dice mi papá, a defenderme en la vida. Estaba tan chiquito que muchas cosas se me olvidaron, pero recuerdo el regreso, todos alrededor de una fogata, cantando: «no es más que un hasta luego, no es más que un simple adiós…» Papi y mami, muchas gracias por darme libertad y dejar que descubriera tantas experiencias. Gustavo Páez Silva, Bogotá, febrero de 1981.

 

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¿La cultura sin apoyo?

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Leo en alguna noticia periodística que la Direc­ción de Cultura del Quindío se ha quedado sin oficio. Se le llama en esa misma información la invitada de piedra del equipo gubernamental. No quisiéramos pensar que se trata, más bien, de una dependencia de esas que vagan a la deriva por falta de iniciativas.

Sea lo que fuere, se necesita la presencia de la cul­tura en todos los entresijos de la administración como algo imprescindible para el desempeño humano. No es concebible una sociedad organizada que deje de esti­mular las expresiones del arte. Al oído del señor Go­bernador, quien sin duda es susceptible a estas inquie­tudes, se traslada la preocupación de esa nota perio­dística que reclama mayor participación de la Direc­ción de Cultura.

El anterior gobierno departamental se distinguió por haber estimulado una serie de actividades cul­turales de la región. No queremos pensar que, sólo por el cambio de funcionarios, se eche en saco roto el inven­tario de iniciativas que dejó aquella administración. En corto tiempo estaremos festejando un nuevo aniversario de Armenia y para entonces han de celebrarse, como es tradi­ción en nuestra ciudad, una serie de actos programa­dos por la entidad a la que hoy se acusa de inactividad.

Valga la pena sugerirle a la distinguida dama que dirige la cultura regional que comience desde ahora a organizar las festividades con miras a estimular las creaciones artísticas. El escritor es un ser desprotegido por los estamentos oficiales y, corno ironía, uno de los elementos que más prestancia les da a los pueblos. Pensar en lanzar en las fiestas de octubre el libro de alguno de nuestros escrito­res no sería mucho pedir.

Desde esta columna se ha criticado la indiferencia que existe, por ejemplo, con la obra de Bernardo Ramírez Granada, el cronista mayor de la ciudad. Ha pasado el tiempo sin que ninguna entidad se apersone de esta iniciativa que ha debido tomarla, hace mucho tiempo, la Dirección de Cultura del Quindío. Las deliciosas crónicas de Dioni­sio, de tanto sabor lugareño, merecen el honor de la imprenta. Su autor es persona alejada de la intriga y con nulas pretensiones de celebridad, por lo cual su trabajo continúa  inédito, no obstante saber­se de sus eximias calidades literarias.

Está, además, la cuentística de Antonio  Cardona Jaramillo, el célebre Antocar, de quien las generaciones presentes no se acuerdan. Eduardo Arias Suárez, a quien el Comité de Ca­feteros acabó de publicarle la novela Bajo la luna negra, dejó inéditos sus Cuentos heteróclitos. ¿Por qué la Di­rección de Cultura no le mete diente a estas obras famosas?

La Patria, Manizales, 6-VI-1981.

 

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