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Archivo para sábado, 15 de octubre de 2011

Pecadores en potencia

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El director general de Aduanas, almirante Meléndez Ramírez, manifestó su temor de nombrar funcionarios para su dependencia por saber que allí existe alto grado de inmoralidad. Es, por lo mismo, campo apetecible. La gente busca enriquecerse rápidamente, sin impor­tar cuáles caminos escoge.

Los más fáciles y los más seductores son los de la administración pública y con mayor razón los de las aduanas, donde parecen borrados todos los códigos éticos. Los controles se muestran inoperantes cuan­do se trata de impedir la deshonestidad. A los puestos públicos se llega en plan de sabotaje y sin ningún ánimo de servicio. Los partidos políticos, los mayores responsables de este ambiente de ruina moral, se interesan más por sus cuotas de poder que por buscar soluciones para las necesi­dades de los colombianos. Saben nuestros políti­cos que una manera de conseguir votos es ofre­ciendo puestos, y los electores, a la vez, se inclinan ante quien más oportunidades ofrezca.

Los partidos en Colombia están llamados a re­coger. Se volvieron distribuidores de cargos oficiales, sin ningún espíritu social. Lo que predican los políticos en vísperas electorales será letra muerta al día siguiente de quedar elegidos. El  pueblo vive ausente de las urnas porque no cree en verdaderos programas de redención social. Las grandes masas de abstencionistas pien­san que no vale la pena repetir de período en período la misma farsa con que los expertos en movimientos electorales engañan al pueblo, mientras son estos los únicos usufructuarios.

El aparato oficial, conformado por una nómina más o menos  incondicional, es el que alimenta las elecciones. Los cargos se reparten también más o menos entre las mismas personas. Y el elector auténtico, el que no vota, mira con escepticismo y desconfianza la suerte de un país que se acostumbró a la baja burocracia y que piensa más con el estómago que con la cabeza.

Cuando una voz tan respetable como la del almirante Meléndez Ramírez, salida del propio Gobierno, dice que los colombianos somos pecadores en potencia, es que la inmoralidad se convirtió en norma de vida. Si hasta las personas sanas se encuentran propensas a ser afectadas por la corrupción imperante, algo funesto sucede en Colombia. Ser pecador en potencia significa que la sola oportunidad puede hacer un delincuente. ¿No quedarán ciudadanos honrados que sean capaces de impedir el caos que poco a poco se  apodera de las costumbres?

Se necesita honradez, pero también coraje. Hay que protestar. No es posible que esa inmensa masa de gente buena permanezca ausente, y a veces como idiotizada, ante las catástrofes nacionales. Si dar un empleo es también ofrecer una oportunidad para delinquir, qué triste destino nos espera. La razón se niega a admitir que seamos todos pecadores en potencia. Pero es que la indiferencia y el silencio favorecen y empujan el delito.

La Patria, Manizales, 27-XI-1980.

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La solución es por Salento

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Siempre que se interrumpe el paso por La Línea nos acordamos de que hace muchos años han debido iniciarse los trabajos para abrir la carretera por Salento. Entre los tantos proyectos importantes que se encuen­tran congelados en el país, es éste uno de los que recla­man mayor urgencia. La Línea ha sido un peligro permanente, y esto lo saben todos los Gobier­nos. Ninguno, sin embargo, se ha atrevido a acometer la iniciación de la carretera por Salento, quizá por sa­ber que es una obra gigante que no se terminaría en los cuatro años que dura su Gobierno.

La carretera actual, sostenida entre abismos como un reto a la naturaleza, seguirá expuesta a deslizamientos por más que las maquinarías oficiales salven cualquier emergencia.

Pero no es sensato seguir invirtiendo cuantiosas su­mas en el sostenimiento de una vía que no resiste un invierno duro y que hasta en buen tiempo corre el ries­go de ser devorada por la erosión. Como es tierra de po­ca consistencia, el tráfico pesado contribuye a deterio­rar el piso y, lo que es peor, a causar tragedias impredecibles.

Es una de las vías más congestionadas de Colombia por la afluencia de vehículos a Buenaventura y de este puerto al interior, por donde se desliza el grueso de nuestras importaciones y exportaciones. Camina por allí, día y noche, la economía grande del país, que debe trepar la  cordillera casi inaccesible para poder abas­tecer los mercados. Esta sola consideración debería obligar a buscar, así fuera a largo plazo, una solución radical.

Cuando los inviernos imponen su rigor, es casi auto­mático el cierre de La Línea. Pero, además, en forma perma­nente quedan atravesados en mitad de la vía pe­sados camiones que obstruyen la circulación por horas y días enteros. Un deslizamiento de proporciones deter­minaría una catástrofe incalculable, como la ocurrida hace pocos años en la vía al Llano.

Estudios serios que se iniciaron siendo ministro de Obras Públicas el doctor Jorge Leiva indican la necesi­dad, y no la simple conveniencia, de abrir túneles por la región de Salento para conseguir una carretera firme entre Armenia e Ibagué. La obra cuestaun dineral, pero no es tarde para iniciarla.

Ese era el camino lógico de épocas viejas. Por allí pa­só el Libertador con sus ejércitos patriotas. A veces in­sistimos en luchar contra lo natural,  y esto es una ter­quedad. Se gastan, como en este caso, sumas ingen­tes en la conservación de unos kilómetros que atentan contra las leyes de la naturaleza y contra la vida de los colombianos.

Ojalá algún Gobierno entienda, al fin, que continuar sosteniendo una carretera ilógica como esta que se prende a la cordillera que la rechaza, no es ningún plan razonable.

La solución es por Salento. Mientras más se aplace su comienzo, más ineficacia habrá para manejar con mejor suerte los impuestos de los colombianos.

La Patria, Manizales, 22-XI-1980.

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Comentarios:

Apartes de un comentario editorial de Ovidio Rincón en Tribuna del Quindío, La Patria, Manizales, 13-XII-1980:

No conocemos y habría de reclamarse la abnegada presencia de Gustavo Páez Escobar cuyo reciente comentario sobre la unidad vial entre el Tolima, y desde luego el centro del país y el occidente de Colombia, es página magistral por lo que sugiere y reclama (…)  Hay, pues, entre quienes plantean soluciones sobre la carretera Armenia-Ibagué, una apreciación errónea. No es tan grave el estado geológico entre Calarcá y Cajamarca no obstante la situación poco satisfactoria de ciertos tramos, como el de Cajamara a Ibagué, que no tiene enmienda posible. No sabríamos decir si la construcción por Salento modifique, como parece que modificará, el itinerario de los vehículos el que sería desvío injustificable por Ibagué. Al fin y al cabo, no se puede traicionar impunemente la geografía. La ruta normal en las comunicaciones entre el occidente y el centro y oriente del país será la que cruce la cordillera por Salento, y el río Magdalena por Cambao. Todo lo demás, siendo importante, se ha hecho a fruto de la naturaleza que ni olvida ni perdona (…)  Lo que resta es la demanda pertinaz de los quindianos ante el Ministerio de Obras Públicas para que dé a la nueva vía la prelación necesaria (…)

Apostilla del columnista:

Finalmente, en el Gobierno del presidente Álvaro Uribe se decidió la solución por Salento. La obra se inició en el año 2009. La construcción del túnel que conectará a Calarcá con Cajamarca, en una extensión de 8.6 kilómetros, fue contratada por 629.000 millones de pesos. Esto permitirá reducir el tiempo de recorrido en 40 minutos, aumentando la velocidad de 20 km/h a 60 km/h. El contratista ha recibido 317.000 millones de pesos y registra un atraso del 42% en la ejecución del programa (dato de la Contraloría General de la Nación). Desde que escribí el presente artículo, hasta el día de hoy (4 febrero de 2011), han pasado 30 años. Y desde la propuesta de Jorge Leiva en el Gobierno de Laureano Gómez, cerca de 60 años. Falta saber en cuánto tiempo se concluirán los trabajos. ¡Así caminan las obras públicas en el país! GPE

La muerte de una golondrina

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

A mi despacho bancario acuden con frecuencia las golondrinas. Hay algo que las atrae. Les gusta revolotear alrededor de los ventanales y posarse so­bre los voladizos. Algunas veces penetran a la ofici­na y, al sentirse prisioneras entre cuatro paredes, buscan con torpeza la salida y terminan golpeándose contra los vidrios. En más de una ocasión he recogi­do del piso al frágil animal, que me mira angustiado, y lo he lanzado al aire para que continúe disfrutando de la libertad que no puedo ofrecerle en mi recinto.

La golondrina es ave tímida y escurridiza pa­ra la que no se hicieron los espacios cerrados. Por eso, le gusta el cielo abierto. Va por los mares pican­do las olas, y se eleva cuando siente sus plumas humedecidas. Pocos espectáculos tan fascinantes como el de una bandada de golondrinas de mar, que semejan flechas nutridas sobre el agua.

Una vez tomé en mi mano a la veloz golondrina, que había quedado rígida sobre la alfombra de mi despacho. Pero respiraba. Así, doblada, quise indagar en su mínima anatomía el misterio de su existencia huidiza. Era apenas un remedo de esa sutil raya alada que todos los días veía circuir mis predios de las ci­fras y los millones ajenos.

Abajo, en la calle, el mundo febril se movía afanoso y apático. Era el to­rrente de la vida turbulenta que ignora la indefen­sión de una pobre golondrina retenida en un cuarto con olor a negocios. Y pensé que todos los millones que me rodeaban no serían ca­paces de restituir la vida que se escapaba entre mis manos deseosas de milagro.

Tomé con dedos inciertos el cuello abatido y pre­tendí aplicar conocimientos ignorados. La golondrina pa­reció entender mi afán y entreabrió un ojo confuso. Se encontró, de seguro, con la misma negación de la vida, ya que para este armonioso suspiro del viento la presencia del hombre resulta perturbadora.

El desvanecido visitante se movió con languidez. Le insuflé calor y observé que se reactivaba. Pasó en un instante de la muerte a la vida. Lo vi levantarse aturdido, y siempre miedoso, buscó la manera de huir de su salvador.

Lo saqué al espacio exterior, y permanecí extasiado frente a la visión de dos alas raudas y el leve plumaje que ascendían por los aires persiguiendo la vida. Los billetes de banco, mientras tanto, seguían en sus bóvedas prisioneros de la avaricia. Si ellos pudieran sentir, envidiarían el vuelo de las golondrinas.

Otro día la golondrina penetró al laberinto a donde no ha debido llegar. Quiero pensar que la mensajera de los vientos se acostumbró al sitio don­de había hallado una mano amiga. Es posible que desde lejos vigilara al circunspecto manejador de ci­fras, y hasta le coqueteara desde sus dominios eté­reos.

Quizás le descubrió el alma que no se le encuentra al gerente de banco. El diminuto personaje, que se acercó con curioso instin­to, estuvo dando vueltas ante mi ventana y representando, con sus armónicos movimien­tos, un gesto agradecido.

De pronto se lanzó por el pequeño orificio abier­to en el alero de la edificación. Era una tenta­ción, y por allí se introdujo. Estaba como fabricado para su cuerpo. Ignoraba que era el respi­radero del cemento y que en sus senderos no encontraría sino sombras y frialdades.

Muchas veces, tratando de orientarse, se golpeó contra aquellas ca­vernas, antes de volver a encontrar un rayo de luz. Cuando de nuevo la vi aparecer, ya estaba muerta. Apenas se notaba la cabeza que emergía del cautive­rio.

Sus compañeras estuvieron el resto de la mañana buscando la manera de rescatar el cadáver. Las alas le habían que­dado enredadas en las rugosidades del cemento, y ella, mi frágil golondrina, terminó fracturándose todo el or­ganismo.

Poco a poco las otras golondrinas jalaban a picotazos el cuerpo que se resistía a salir del todo. Fue una mañana de implacable solidaridad de estos seres minúsculos que no podían hacer nada contra la dureza del cemento, pero que se negaban a abandonar la labor del rescate.

Qué distinta, pensé, la sociedad humana. Por aquella misma calle que tenía frente a mis ojos rodaba un mundo hostil, ajeno, insolidario. En la esquina un limosnero exponía sus llagas y todos las ignoraban. En los rostros había prevención, y en el alma, mezquindad. Mientras tanto, prensado en la ranura traicionera se encontraba el cuerpo destrozado de la errátil golondrina que les enseñaba a los hombres, como un mensaje lanzado al viento, esta lección de amor.

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La Patria, Manizales, 9-XII-1980.
El Espectador, Bogotá, 10-XII-1980.
Revista Líderes, Cámara Junior del Quindío, junio de 1981.
Revista Nivel, Ciudad de Méjico, junio de 1989.
Revista ADDA Defiende los Animales, Barcelona (España), volumen III 1991.
Revista Aristos Internacional, n.° 30, Alicante (España), abril de 2020.

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Comentarios

Entre tantas noticias desconsoladoras que vemos a diario en la prensa, como crímenes, terremotos y muchas más, cuán grato es hallar en ella de vez en vez artículos que solazan el espíritu como La muerte de una golondrina, donde sin duda los entendidos encontrarán una breve joya literaria, en la que hay inspiración, belleza, exquisitez y ternura. Ojalá continúe el distinguido escritor deleitándonos con su esmerada prosa. Alberto Guarnizo, Ibagué, diciembre/1980.

Una hermosa oda a la fragilidad de la vida escrita por un gerente que, a pesar de ello, desnuda su inmensa dimensión humana gracias al don de la poesía. Óscar Jiménez Leal, Bogotá, abril/2020.

Que belleza de artículo. Lo leí hace un tiempo y hoy le encuentro más sentido al conocer que el encierro es falta de libertad, así sea en un palacio. La golondrina, especie libre por su naturaleza, debió sufrir mucho al quedar atrapada, pero encontró la mano amiga del hombre bueno que la refugió y seguro sintió su amor: por eso volvió con su saludo de agradecimiento. Liliana Páez Silva, Bogotá, abril/2020.

Es una página conmovedora, poética y humana, ante lo hostil del mundo y la gratitud  hacia un humano salvavidas. Ella (pensemos que era una hembra) lo entendió y regresó agradecida, para encontrar la muerte. La solidaridad de sus hermanas golondrinas, la impotencia del rescate y el abandono de la muerte arrugan el alma del lector. Inés Blanco, Bogotá, abril/2020.

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Las mentiras convencionales

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El doctor Alberto Dangond Uribe hizo énfasis en su brillante conferencia en la ciudad de Armenia, invitado por el Club Rotario, sobre la ineficacia de los partidos políticos en Colombia. Quizás no dijo nada nuevo, pero por ser una voz respetable y versada en los fenómenos colombianos, su aseveración adquiere mayor resonan­cia.

Se refirió a la contradicción o por lo menos a la gran diferencia que existe entre la letra de muchas nor­mas, comenzando por la misma Constitución, y la realizad. Hay leyes que no se aplican por obsoletas, y otras porque carecen de ejecutores o de ambiente para hacerlas cumplir. El país necesita una revisión a fondo de to­das sus legislaciones, pero sobre todo requiere de ma­yor audacia para interpretar el cambio de las costumbres. Legislar estraducir el alma de una época para imponer los ordenamientos jurídicos. Pero en Colombia se procede al revés.

Primero se escriben las disposiciones y después se escruta el ambiente. Primero se hacen los códigos y después se estudia el panorama social.

Dijo el doctor Dangond Uribe que los partidos políticos, que debieran ser los canalizadores genuinos de las angustias populares, se volvieron entes burocráticos a los que más interesa el reparto de la nómina que la suer­te de la comunidad.

Han perdido su función de voceros del pueblo y cada vez se esterilizan más, porque no cuentan ni con el propósito ni con la estructura necesaria para acometer el gran viraje que reclama la nación. Vivimos, entre tanto, con la mentira institucionalizada en todos los estamentos. Invocamos leyes que no sirven para nada, y dejamos de cumplir otras.

El país pide a gritos otras rutas. Los políticos, insensibles a ese clamor, huyen de la realidad. No hay conciencia para implantar medidas revolucionarias en el buen sentido del término. Las mentiras convencionales, esas que todos nos decimos en nombre de la caduca democracia, hacen parte de los códigos y las infinitas reglamentaciones regadas por los despachos oficiales.

Para llegar al gran cambio, ese que tendrá que propiciar y plasmar una mentalidad nueva, es preciso buscar primero la regeneración de los partidos. Los partidos son el buey cansado de que habló el doctor Lleras Restrepo. Debe desmontarse el andamiaje sobre el que están montados, para que sean operantes. Hay que inyectarles sangre nueva.

Los partidos deben remozarse. Carecen de calorías para despertar interés en las masas. La gente ya no se afilia a ellos por no creer en sus beneficios. Hay que remover toda una generación para que nazcan otras concepciones. Cuando se piense más en la patria que en los puestos públicos, más en el hambre del pueblo que en los viajes turísticos, más en la moral que en las mafias, tendremos una Colombia mejor.

Las mentiras convencionales no nos permiten, como lo proclama el doctor Dangond Uribe, hallar las soluciones que piden estos tiempos convulsos. A los partidos se les olvidó su misión de líderes del pueblo.

La Patria, Manizales, 21-XI-1980.

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Mensaje:

Muy agradecido por su amable e interesante artículo sobre mi conferencia. Alberto Dangond Uribe, Bogotá.

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Las definiciones de Beatriz

sábado, 15 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Este poemario de Beatriz Zuluaga, la delicada poetisa manizaleña, se puede leer en un soplo pero demanda mucho tiempo para meditarlo. Es poesía que se desgrana como lluvia silenciosa, o como el amanecer penetrante. Busca las palabras, las acaricia y las perfora, con honda insistencia, para que hechas imágenes definan el lenguaje del alma que quiere comunicarse, que desea ser al mismo tiempo puente y ánfora.

Se nota el esfuerzo artístico por desentrañar la esencia del vocabulario, por darle consistencia y sonoridad para que el amor y la angustia, la alegría y el tedio, que ella encierra entre límites conocidos, salga de las profundidades del ser y hablen sus confi­dencias. El arte poético consistirá siempre en trocar lo prosaico de la vida, redimir las bajezas del hombre, dar colorido a la emoción.

Beatriz Zuluaga maneja una poesía sentimental y romántica, de sutiles formas, sin rebuscamiento y llena de ondulaciones. Engarza metáforas como bajando es­trellas.

Monta sus versos sobre pedrerías, y por eso relampaguean y adquieren brillo. No se enreda con el sentido oscuro de las palabras, ni con lo ambiguo o lo ordinario, porque va en persecución del estilo, del nuevo encuentro con la poesía. Por eso, ha querido que el opúsculo que le publica la Gobernación de Caldas en los 75 años de fundación del departamento, y como homenaje a la mujer culta de la tierra, se llame Definiciones. Es su cita con el idioma y sobre todo con la rea­lidad poética que quiere otros caminos. Antes había publicado Este cielo boca abajo y La ciega espe­ranza.

El poeta debe buscar la verdad y ha de imponerse rigores y disciplinas que le ha­gan decantar las riquezas estéticas y le conquisten ban­deras para proclamar los derechos humanos. Beatriz, que también es periodista, sabe que las miserias del hombre necesitan de la palabra exacta como de un imán de salvación, lo mismo que el fibroma requiere del bis­turí. Ella pretende encerrar su pensamiento en una síntesis, en el fulgor de su Flash, su columna periodística, donde las imágenes son veloces y pre­cisas.

Mucho tiempo gasta fabricando el breve poema, pero no el poema que se lleva el tiempo, sino el que cin­cela la mente. Se lee en minutos o segundos y, si  cumple su misión, hace pensar y queda grabado como mensaje perenne. Beatriz, en mínimas palabras, llega a las angustias de la vida corriente, se encuentra con el gamín y la prostituta («la que llora todas las ma­ñanas sin que nadie lo sepa»), penetra a los salones de la avaricia y la vanidad, se identifica con el pobre y en­cuentra el sosiego en los remansos del amor y la espe­ranza.

Su ternura se vuelve amorosa y esto sólo salvaría su razón de ser poetisa. A su pequeño Juan Fernando le dice: «Cuando tus pasos se sal­gan de la ruta del niño, no olvides ese mundo donde fuiste pequeño, porque quizás mañana de bigote y de barba precises de cometas para elevar un llanto».

La Patria, Manizales, 18-XI-1980.

 

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