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Verdades sobre el comunismo

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Un amigo me trajo de España el recorte de un periódi­co donde se comentan intimidades del comunismo, rela­tadas por una pareja que vivió por algún tiempo en Ru­sia y pudo observar de cerca las costumbres allí reinan­tes.

Luego de haber estado en contacto con el pueblo ru­so y de buscar, inútilmente, la igualdad que preconiza el comunismo por todas las latitudes del planeta, la pa­reja regresó desencantada de los sistemas descubiertos. La esencia del partido comunista, extractada de los códi­gos de Marx, consiste en el reparto de los bienes mate­riales. De ahí la eterna lucha del trabajo y el capital. Se piensa, lo que es desde luego válido, que si existen para todos iguales oportunidades de subsistencia, ha­brá dignidad humana.

Pero la realidad en Rusia, la meca del comunismo, es bien diferente. El pueblo vive con estrecheces, mien­tras la burguesía disfruta de grandes comodidades. Lo primero es que no debería haber burguesía, si tanto se combate. Y allí hay lujos para los de arriba y penurias para los de abajo.

La clase privilegiada goza de mansiones suntuarias y no se ve el propósito de querer despojárselas, aplicando el principio de la equidad. Los asalariados tienen que hacinarse en humildes viviendas.

Ser miembro del partido comunista no es fácil. Y no lo es porque el partido es una élite. De 260 millones de ciudadanos rusos, sólo son miembros del partido 16 mi­llones, o sea, el 6%. Para la admisión se requiere pasar por muchas pruebas, pero sobre todo ganar­se ese privilegio, si es que en realidad puede considerarse como tal. Se busca gente con determinadas condiciones, con buen nivel educativo, con aptitudes de liderazgo y hasta con alto grado de aseo y urbanidad.

Esto último llama poderosamente la atención. No son los descamisados ni los descorbatados personas idó­neas para ingresar a los cuadros directivos. Nuestros «chiverudos» colombianos, que pretenden hacer proselitismo con exhibición de sus arrebatadas barbas, como si la filosofía de Marx estuviera en la pelambre, serían rechazados por antihigiénicos.

La falta de decoro personal, la dejadez del vestido, la suciedad corporal son motivos que en Rusia impiden la afiliación al partido comunista. Todo lo contrario de lo que acontece en Colombia. Aquí la melena, y por lo general una melena repugnante, ha querido convertirse en símbolo revolucionario. Será, cuando más, una de­mostración de desaseo. Las ideas se conciben y se expresan mejor cuando se posee buena higiene, en todo sentido, lo que supone también la higiene mental. No puede haber buena disposición anímica cuando el cuerpo está descuidado.

Se cree que Rusia es país de igualdades. Nada tan falso. El turista sólo ve lo que le muestran. A su llegada a Rusia le presentan una falsa imagen, con la que pretenden impresionarlo. Hay gran­des tiendas destinadas a diplomáticos, viajeros y jerar­cas del partido. La miseria permanece oculta. No se ven las colas que se forman en los almacenes lu­chando por la vida. Allí están los proletarios, peleando su sustento. La libertad está coartada. No se puede protestar públicamente. El pueblo vive oprimido. Cuando un intelectual se libera de este ambiente es porque está ya por fuera del país.

Esta pareja que no encontró las maravillas que se predican, dice que halló en cambio «una dictadura férrea en la que el hombre es explotado por el Estado». ¿No se­rá mejor la democracia, a pesar de sus cojeras?

La Patria, Manizales, 11-XI-1980.

 

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