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Una biblioteca que se fue

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace poco fallecía Julio Alfonso Cáceres, insigne poeta de Armenia, me preguntaba yo por qué la ciudad no había adquirido su magnífica biblioteca. Era una colección se­leccionada a lo largo de toda la vida, con gusto y refinamiento. Es oportuno recordar que Julio Alfonso fue un estudioso obstinado que no sólo sabía querer los libros y los autores, sino que se dedicó a enriquecer su biblioteca con obras de óptima calidad.

En alguna oportunidad la Universidad del Valle, que supo apreciar el valor de este esfuerzo bibliográfico, entró en conversaciones con el poeta, pero no fue posible celebrar ninguna negociación. Y era que los libros representaban para él parte de su propia personalidad, y no se sentía entonces con fuerzas para deshacerse de algo tan pegado a sus afectos. Esto no obstante saber que sería la mejor manera de proteger su patrimonio en la posteridad.

Después, ya enfermo y presintiendo sin duda la aproximación de la ho­ra final, ofreció sus libros a entidades de su propia tierra, sin que ninguna se hubiera interesado en ellos. Creo, inclusive, que nadie se tomó el trabajo de examinarlos y hacerlos avaluar. Yo mismo, conocedor del propósito de venta y sabiendo la importancia de resguar­dar esta obra que podría desintegrar­se o subestimarse más adelante, hi­ce algunas gestiones y no encontré respuesta. Ni el municipio, ni el departa­mento, ni las dos universidades, ni el Comité de Cafeteros, ni persona alguna impidieron que la obra cultural, eminentemente quindiana, se escapara de la ciudad.

La Universidad de Caldas la ad­quirió. La transacción fue rápida, por­que la calidad saltaba a la vista. La cultura quedó defendida, por fortu­na, pero hay que lamentar que la pro­pia tierra del poeta no hubiera abier­to los ojos a tiempo. Ya es tarde, si acaso le da por sentir la pérdida. Esa, por otra parte, es la triste historia de los poe­tas y escritores. Mueren por lo general en silencio, ignorados y me­nesterosos. Sus dolencias no intere­san a nadie, por lo mismo que las letras andan de capa caída. La gente olvida que son los escritores los que realzan el nombre de los pueblos.

Hay que reclamar mayor atención para que se defienda el patrimonio cultural. Es preciso preservar las ex­presiones vernáculas. Una manera de engrandecer el destino es hacer valer lo propio, lo que fluye del fol­clor. Armenia debería no  sólo esperar que se le formulen solicitudes, como es el caso del poeta Cáceres, y com­placerlas, sino mantener cerradas sus fronteras para que no se escapen sus tesoros. Lo mismo en lo referente a una colec­ción de libros que a una colección de cerámica quimbaya.

Caldas se preocupa por la cultura. La biblioteca de Silvio Villegas, comprada por el Banco de la República, se encuentra en clasificación para abrirla al público. Las ciudades necesitan bibliotecas públicas, salas de conciertos, museos, galerías de arte. Defendamos lo nuestro, con ojo avizor y con celo, para evitar que el vecino termine siendo más listo.

La Patria, Manizales, 22-VIII-1980.

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Comentario:

Además del caso humano que este hecho encierra, hay que mirar el fenómeno planteado desde dos ángulos muy especiales: el uno, la pérdida lamentable del espíritu cívico que antaño era tan común en nuestra comarca; y el otro, el grave pecado de la indiferencia hacia una obra que nunca ha existido en Armenia y que se requiere con urgencia, o sea, el de una bien dotada biblioteca pública que en cómodas instalaciones permanezca abierta al público ojalá las veinticuatro horas del día, incluyendo los domingos y feriados. Horacio Murillo Calvo, Armenia.   

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