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Archivo para domingo, 9 de octubre de 2011

Una biblioteca que se fue

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando hace poco fallecía Julio Alfonso Cáceres, insigne poeta de Armenia, me preguntaba yo por qué la ciudad no había adquirido su magnífica biblioteca. Era una colección se­leccionada a lo largo de toda la vida, con gusto y refinamiento. Es oportuno recordar que Julio Alfonso fue un estudioso obstinado que no sólo sabía querer los libros y los autores, sino que se dedicó a enriquecer su biblioteca con obras de óptima calidad.

En alguna oportunidad la Universidad del Valle, que supo apreciar el valor de este esfuerzo bibliográfico, entró en conversaciones con el poeta, pero no fue posible celebrar ninguna negociación. Y era que los libros representaban para él parte de su propia personalidad, y no se sentía entonces con fuerzas para deshacerse de algo tan pegado a sus afectos. Esto no obstante saber que sería la mejor manera de proteger su patrimonio en la posteridad.

Después, ya enfermo y presintiendo sin duda la aproximación de la ho­ra final, ofreció sus libros a entidades de su propia tierra, sin que ninguna se hubiera interesado en ellos. Creo, inclusive, que nadie se tomó el trabajo de examinarlos y hacerlos avaluar. Yo mismo, conocedor del propósito de venta y sabiendo la importancia de resguar­dar esta obra que podría desintegrar­se o subestimarse más adelante, hi­ce algunas gestiones y no encontré respuesta. Ni el municipio, ni el departa­mento, ni las dos universidades, ni el Comité de Cafeteros, ni persona alguna impidieron que la obra cultural, eminentemente quindiana, se escapara de la ciudad.

La Universidad de Caldas la ad­quirió. La transacción fue rápida, por­que la calidad saltaba a la vista. La cultura quedó defendida, por fortu­na, pero hay que lamentar que la pro­pia tierra del poeta no hubiera abier­to los ojos a tiempo. Ya es tarde, si acaso le da por sentir la pérdida. Esa, por otra parte, es la triste historia de los poe­tas y escritores. Mueren por lo general en silencio, ignorados y me­nesterosos. Sus dolencias no intere­san a nadie, por lo mismo que las letras andan de capa caída. La gente olvida que son los escritores los que realzan el nombre de los pueblos.

Hay que reclamar mayor atención para que se defienda el patrimonio cultural. Es preciso preservar las ex­presiones vernáculas. Una manera de engrandecer el destino es hacer valer lo propio, lo que fluye del fol­clor. Armenia debería no  sólo esperar que se le formulen solicitudes, como es el caso del poeta Cáceres, y com­placerlas, sino mantener cerradas sus fronteras para que no se escapen sus tesoros. Lo mismo en lo referente a una colec­ción de libros que a una colección de cerámica quimbaya.

Caldas se preocupa por la cultura. La biblioteca de Silvio Villegas, comprada por el Banco de la República, se encuentra en clasificación para abrirla al público. Las ciudades necesitan bibliotecas públicas, salas de conciertos, museos, galerías de arte. Defendamos lo nuestro, con ojo avizor y con celo, para evitar que el vecino termine siendo más listo.

La Patria, Manizales, 22-VIII-1980.

* * *

Comentario:

Además del caso humano que este hecho encierra, hay que mirar el fenómeno planteado desde dos ángulos muy especiales: el uno, la pérdida lamentable del espíritu cívico que antaño era tan común en nuestra comarca; y el otro, el grave pecado de la indiferencia hacia una obra que nunca ha existido en Armenia y que se requiere con urgencia, o sea, el de una bien dotada biblioteca pública que en cómodas instalaciones permanezca abierta al público ojalá las veinticuatro horas del día, incluyendo los domingos y feriados. Horacio Murillo Calvo, Armenia.   

Concurso de periodismo

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Difícil tarea esta de juzgar la calidad periodística de los demás, cuando sobre la propia caben inquietos temores. Periodista a secas puede serlo cualquiera, y en general lo es quien garrapatea en un medio de comunicación. De ahí a ser buen periodista hay enorme distancia. Pero como el compromiso está ya adquirido con la Nacional de Seguros, habrá que entrar a reflexionar sobre cada uno de los trabajos que el periodismo de Manizales ha presentado a consideración del jurado.

No sé por qué la palabra «jurado» siempre me ha parecido antipática. Me suena a algo solemne, con pretensiones pedantes y aire doctoral. Dejarse uno juzgar por los demás no es, por cierto, postura cómoda. Lo primero que se piensa es si el otro tiene ca­pacidad para medirnos. En el juego de las vanidades el juicio ajeno no es lo más estimulante para descubrir nuestras fuerzas. Hay muchos que no reconocen inferioridad ante nada ni nadie y entran, por eso, equipados a los concursos. Si pierden, de todas maneras se consideran ganadores, y si ganan, confirman que son invictos. En el primer caso, el «honorable jurado» no pasará de ser un lánguido mamarracho.

No creo en los jurados, lo que vale decir que creo menos en mí mismo cuando la generosidad de José Jara­millo Mejía, el inquieto y brillante gerente de la Nacional de Seguros en Manizales, me puso en los palos al llevarme al solio de los juzgones. Tampoco creo en los concursos, por más sobresalientes que sean los jura­dos.

Esto no supone que exista nada pre­concebido, como en ocasiones suele sospecharse u ocurrir. En el presente ca­so entramos con la mente limpia y el ánimo inquisidor. Aquí estarán pre­guntando muchos que, si dudo de los concursos, por qué los acepto. Valga una aclaración. Nunca he pensado que quienes ganan son los mejores, ni quienes pierden, los peores. Todo es asunto de oportunidades, de suerte. Algunas cosas son evidentes, y otras, relativas. Los conceptos, ade­más, son cambiantes y a veces encon­trados, sobre todo en literatura y en general en las bellas artes. Lo que hoy parece mediocre, mañana puede ser muy bueno, y viceversa.

¿Recuerdan ustedes que a García Márquez lo des­calificó un crítico argentino como escritor y le aconsejó rasgar su obra? Lejos estaba aquella «autoridad» de imaginarse que el pretendido novelis­ta llegaría a ser un genio, como lo ca­lifican muchos, aunque otros no lo juzgan así. ¿No han visto que obras ganadoras en concursos, no todas, nunca más volvieron a tener resonancia? «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira», dijo Campoamor.

Estas dudas no me impiden, sin em­bargo, examinar con mente abierta los trabajos recibidos de la Asociación de Periodistas de Manizales, porque ante todo sé que colaboro con una buena empresa. Por tanto, no voy a tirar el aprieto por la borda. Los con­cursos son buenos por significar un estímulo. Su fallo puede ser discutible pero generalmente es honrado.

Decidir en los concurso es un riesgo. Si tres personas no siempre coinciden, menos coincidirán con la opinión de los demás. El gusto es personal. Por lo mismo, un jurado no dice nunca la última palabra. Así, quienes quedan disgustados tienen razón, aunque más la tienen los gana­dores.

Frente al reto no queda otro camino que leer y escuchar bien para aplicar la personal preferencia. Con papel y lápiz a la mano, cada artículo merece­rá especial atención. Será preciso agu­zar el cerebro para medir, en cada caso, el estilo, la redacción, el impac­to de la nota, su contenido, su origi­nalidad. Es decir, hay que encontrar el nervio periodístico y procurar atra­par al «duende», ese espíritu que sal­ta cuando menos se espera y es el que da consistencia y perdurabili­dad. Mucha suerte para todos, y prin­cipalmente para el valiente jurado que ya se metió en la grande.

La Patria, Manizales, 19-VIII-1980.

Pormenores del concurso

Por: Gustavo Páez Escobar

Los tres jurados del concurso de periodismo La Nacional de Seguros, Adel López Gómez, Humberto Jaramillo Ángel y el suscrito, somos lectores asiduos de periódicos y además escri­bimos en periódicos, disciplinas que forman la mente para poder distinguir mejor la calidad. En cualquier elección de esta naturaleza prevalece el gusto personal y se busca, obviamente, que el es­tilo ajeno tenga algo de nuestro propio esti­lo. No siempre el concepto del vecino, por respetable que sea, logra convencernos; y lo mis­mo sucede en sentido contrario, creo yo, aunque hay quienes se dejan sugestionar.

Los tres jurados coincidimos, en líneas genera­les, en los juicios sobre cada uno de los 29 trabajos. De pronto se notaba alguna faceta inte­resante que no se había observado en el propio escrutinio. Tuvimos una larga sesión inicial donde los conceptos se fueron ampliando.

Los dos jurados del Quindío no habíamos tenido la oportunidad de intercambiar puntos de vista. Ha­bíamos leído, sí, con mucha atención todos los trabajos, y llegamos provistos de detalladas anota­ciones, como también lo estaba el jurado de Manizales. Esta fusión de opiniones nos fue permi­tiendo formar un concepto general.

Después de descartar varios artículos que por unanimidad no se encontraron opcionales, se con­formó un abanico con los siguientes 15 trabajos: “Los Gutiérrez en la vida de Caldas”, “Manizales per­dió su imagen arquitectónica”, “El Solferino, barrio de invasores”, “Campesinos que riegan la tierra con sudor de sangre”; “Cerro Bravo”; “El volcán más antiguo en 10.000 años”; “Historia de un médico de aldea”; “Los departamentos cafeteros son los más pobres de Colombia”; “Mugre y miseria en la Casa del Gamín”; “Caldas…. Nota musical para Co­lombia”; “Indios sin mitos y sin tierra”; “Último ji­rón del folclor caldense”; “Radiografía empresarial de Caldas”; “Robo de carros”; “Clímaco Agudelo: una imagen olvidada del arte religioso criollo” y “Síntesis de los 130 años de fundación de Manizales”.

El paso siguiente consistió en elimi­nar seis trabajos para dejar solamente nueve finalistas. Es importante anotar que la votación se hacía en papeleta secreta, o sea, que no había posibilidad de que la decisión fuera influenciable.

Fueron eliminados: “El Solferino, barrio de inva­sores”, “Mugre y miseria en la Casa del Gamín”; “Caldas…. Nota musical para Colombia”; “Radiografía empresarial de Caldas”; “Robo de ca­rros” y “Clímaco Agudelo: una imagen olvidada del arte religioso criollo”.

Definidos los nueve finalistas, se hizo nueva eliminatoria de cinco. Para los cinco eliminados, todos de calidad, habíamos con­venido previamente solicitar «menciones», lo que el gerente de la entidad, José Jaramillo Mejía, miró con gusto.  Y se comprometió a editar un libro con los textos ganadores.

En nuevas rondas dejamos así resuelto el orden de los cuatro premios vencedores: 1- “Historia de un médico de aldea”. 2- “Síntesis de los 130 años de fundación de Manizales”. 3- “La Chirimía de Su­pía. Ultimo jirón del folclor caldense”. 4- “Los Gu­tiérrez en la vida de Caldas”.

Las «menciones», sin que el orden signifi­que jerarquía, correspondieron a los siguientes trabajos: “Manizales perdió su imagen arquitec­tónica”, “Campesinos que riegan la tierra con su­dor de sangre”,  “Cerro Bravo: el volcán más acti­vo en 10.000 años”, “Los departamentos cafeteros son los más pobres de Colombia” e “Indios sin mitos y sin tierra”.

Fallar en un concurso es cosa seria. Mu­chos trabajos importantes quedan excluidos sólo porque no alcanzan los puestos. Pero las elimina­torias, en tandas sucesivas y en voto secreto, van imponiendo una decisión limpia. Es un sistema democrático. En el presente caso vemos que sa­lieron ganadores trabajos de indiscutible calidad, y cuyos autores son además periodistas de renom­bre.

En cuanto al llamado «premio especial» se acudió al sistema de la suerte por haber hallado equivalente el mérito de los tres trabajos, y ganó el titulado “Los colombianos no sabemos nada de seguros”.

La Patria, Manizales, 24-IX-1980.

El periodismo de Manizales

Por: Gustavo Páez Escobar

Como jurado que fui del concurso de periodismo que desde hace varios años promueve en Manizales La Nacional de Seguros, me correspondió ver más de cer­ca la calidad de los periodistas de aquella ciudad. Si bien soy asiduo lector de La Patria, donde ade­más escribo hace diez años, no siempre se aprecia en la lectura rápida de los artículos toda su profundidad. Esto no se opone a que se vaya formando, por ese contacto con el pensamiento y el estilo de los escritores, conciencia sobre lo que ellos representan como incitadores de ideas. Que también puede ser lo contra­rio, cuando no las tienen.

Ya cuando hay que reflexionar sobre un texto con el análisis que supone la labor de jurado, se descubren facetas no siempre apreciables dentro de la velocidad con que se leen los diarios. No habrá periodismo autén­tico sin ideas. El periodista pierde a veces la oportuni­dad de sacar un pensamiento del suceso prosaico, como lo hacía Luis Tejada, y no porque su labor vaya de carrera, sino por no acostumbrar la mente al racio­cinio.

Diferente es el periodismo que rastrea la noticia y ha de darla sin comentarios propios, del que opina y escri­be los editoriales. Este último, que debe tomar posi­ciones, está llamado a ser el nervio del periódico. A ve­ces, por desgracia, es sólo un escenario de rusticidades. Se reclama bagaje intelectual para conseguir llegar al gran público con amenidad y esa difícil sustancia que conquista al lector poniéndolo a pensar.

El periodismo debe ser social. Si su objetivo es el hombre, no debe perderlo de vista. Se distingue muy bien el escrito de relleno, del penetrante y aleccionador que orienta y educa la conciencia colectiva. La gran masa de los lectores no necesita cátedras eruditas sino sencillos motivos de reflexión.

El periodismo de Manizales, vigilante de su ciudad y pendiente de la evolución social, mantiene temas permanentes de preocupación por la suerte de la comunidad. Cuenta con una tribuna abierta a todos los afanes y todas las ideologías, y por eso se han formado allí escritores de renombre que no dejan declinar la fama de ciudad culta. La Patria es una guía de la conciencia, y también un estandarte que se levanta proclamando las excelencias de su clima espiritual.

Si en el pasado tuvo Caldas plumas aguerridas y brillantes, su ejemplo sirve de acicate para empujar otras generaciones. No en vano exhibe Caldas su prerrogativa como centro cultural. Y lo seguirá siendo sin desfallecimientos porque es un pueblo con derroteros fijos y que no pierde su sentido de dignidad y elegancia.

Después de la experiencia de jurado, oficio difícil cuando abunda la calidad, se siente uno fortalecido al hallar una escuela que no se conforma con la  mediocridad, sino que, al contrario, hace del afán cotidiano un ejemplo de batalladora supervivencia.

La Patria, Manizales, 26-IX-1980.

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La ciudad lineal

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Ovidio Rincón, ágil periodista y reconocido intelectual que conoce a fondo los problemas de Armenia, viene librando decididas batallas por la liberación política de esta ciudad que no logra despegar hacia destinos más positivos. La carta que acaba de dirigir a Hugo Palacios Mejía, reproducida en este diario, demuestra hasta dónde el viejo luchador de los problemas locales se preocupa por el desarrollo urbanístico y critica de paso los errores  municipales y políticos que impiden una acción dinámica para que Armenia sea en verdad la Ciudad Milagro, que demostró  serlo cuando superó su condición de aldea después desalojar la violencia.

Ovidio analiza muy objetivamente y con sobrados argumentos la dictadura impuesta desde años atrás al no permitir que el perímetro urbano consiga otros  polos de desarrollo. Armenia parece una raya recta que arranca de Regivit y termina en Tres Esquinas. Por ahí se desplaza el tráfico intenso creando confusiones en las estrechas ­vías de circulación.

La tierra, muy valorizada al norte y en el centro, pierde valor conforme avanza al sur, y mantiene su importancia en la medida en que esté más lejos o más cerca de esa raya longitudinal. No se ha preocupado por ensancharse y ganar así la fi­sonomía de ciudad «llena», concepto alcanzado por otras ciudades que entienden que el crecimiento de­be ser armónico.

Ayer nos habíamos encontrado con la sorpresa de un alcalde agresivo, en el buen sentido de la pala­bra, a la par que inquieto e independiente, que por poco consigue la construcción del estadio en un punto que iba a impulsar una amplia zona margi­nada. La constancia y la vehemencia con que Alberto Gómez Mejía defen­dió su idea le aportaron un limpio liderato que habrá de valer en su fu­turo político.

Trasladado el proyecto del estadio al área que conduce al aeropuerto El Edén, o sea, siguiendo la ten­dencia de la línea recta, queda claro que ha resultado ganadora, si esto sig­nifica un triunfo, la voluntad de seguir extendiendo la ciudad en sentido horizontal. De hecho, un estadio signi­fica una fuerza motora para valorizar los terrenos adyacentes y hacer progresar la zona bajo su influencia.

Visto esto desde el punto de vista ur­banístico, la ciudad no obtendrá ostensible beneficio con un estadio loca­lizado en sitio que desde ahora se presiente complicado para el tránsito au­tomotor, y ha perdido la ocasión excepcional de romper ese molde lineal que representa un freno para el crecimiento más equilibrado. Lo ideal es que Armenia sea cruzada por avenidas importantes hacia todos los puntos cardinales. Esto sólo será posible estableciendo obras de empuje en lu­gares estratégicos.

La mayor proyección a la vista era la del estadio. En este juego de las escaramuzas, la obra se llevó a zona privilegiada, valorizada ya al máximo y que aún lo será mucho más con la llegada del pariente rico. ¿Ya tendrán los planificadores previstas las vías de descongestión para que la ciudad no se asfixie cuando funcione el estadio, si es que algún día ha de funcionar? La periferia continúa «desinflada» y no sabe quién logre inyectarle vigor.

El urbanismo no puede orientarse bajo intereses personalistas sino que debe mirar el con­junto y saber barajar oportunidades para todos los sectores. Si se busca una sociedad igualitaria, la adminis­tración urbana no puede ser ajena al hombre.

Ovidio Rincón es denodado críti­co de nuestros vicios parroquiales y, libre de afanes egoístas, mira con desvelo las desviaciones de la so­ciedad y la urbe. Combate las ter­quedades y las dictaduras y hace es­fuerzos, con su pluma vibrante y casti­gadora, para que se despierte la conciencia ciudadana que imponga otros criterios.

La Patria, Manizales, 23-VIII-1980.

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El cheque, un esquema moral

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Sonará raro que el cheque represente un símbolo moral. El cheque es figura muy característica de la vida contemporánea. Aquel papel que en los tiempos pretéritos era algo sagrado, es hoy, con el deterioro de la moral, un triste personaje que ha perdido su categoría porque la propia sociedad que ha debido resguardarlo se encargó de pisotearlo.

El cheque ya no es portador de confianza. Linda los terrenos del Código Penal y se ufana de ser indolente. En el mejor de los casos resulta una expectativa, y dista mucho de ser un documento serio. Girar cheques sin respaldo de fondos, lo que en los tiempos memorables de las sanas costumbres hubiera sido un acto infamante, es ahora la regla general. La gente le perdió el miedo a la amenaza de cárcel por girar en descubierto, ya que las leyes no se cumplen, o se burlan habilidosamente. Hay abogados para todo, hasta para impedir que quienes abusan de una chequera reciban castigo. En este enredo de las interpretaciones (y el cheque se equipara en muchos casos a la letra de cambio), se convierte en un papel sin seriedad, cuando no en un real peligro comercial.

Mientras tanto, el país se asfixia en­tre toneladas de “cheques chimbos». Estos circulan en todas las direcciones, sin respeto hacia la sociedad y como afrenta para la vida mer­cantil. En el fondo es una radiogra­fía ensombrecida de este país que permitió el desgaste de la decencia.

La tolerancia bancaria, que es cómpli­ce necesario para este atentado con­tra la confianza pública, dejó también de controlar la situación. Se les da en­trada a giradores reconocidos como irresponsables y se olvida de restrin­gir la entrega de chequera a quienes no la merecen.

La competencia en el sector bancario ha relajado las costumbres hasta obnubilar la razón, como si lo impor­tante fuera albergar clientela, sin escrutar sus condiciones morales. Las «vacas sagradas» que pa­san de banco a banco repitiendo en el de turno sus manías incorregibles, están dañando al país.

¿Cómo aspirar entonces a que se depure el ambiente? Los comerciantes, que dicen ser los más afectados con los “cheques chimbos», son los que más abusan de esa manía. El cheque posdatado, que años atrás fue reprimido con energía y con manifiesto beneficio general, es hoy en día práctica corriente. El comercian­te (aunque no todo comerciante, por­que también los hay organizados y previsivos) respalda la compra de sus mercancías con el consabido cheque en el aire, para llamarlo de otra manera; y espera poder atenderlo dentro del plazo convenido, aunque por lo general lo incumple. Asediado de cheques que ha expedido sin la necesaria precau­ción, no alcanza a cubrirlos, y como los negocios andan mal, que esperen los acreedores… Las devoluciones que hacen los bancos darían cuerpo para levantar el monumento más gigan­tesco de la inmoralidad pública.

Todos protestan por el deterioro del cheque (jueces, bancos, público), pero el mal se deja avan­zar. Es un cáncer que invadió a Co­lombia y que nadie se propone ex­terminar. ¿Cuándo se encontrarán, al fin, sistemas efectivos de depuración? Nos acostum­bramos a jugar a la inmoralidad, y lo hacemos con desfachatez. El país está retratado en el cheque y parece no darse cuenta de que debe cambiar de modales.

La Patria, Manizales, 14-VIII-1980.

 

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Por un comercio mejor

domingo, 9 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La gente de Armenia se desplaza casi a escondidas a efectuar sus com­pras en Pereira, donde el comercio es abundante y llamativo. El comercio de Armenia protesta por la falta de solidaridad que significan esas compras furtivas, y Fenalco, la entidad que agrupa y defiende al gremio, lanza periódicas campañas invitando a los armenios a que consuman lo propio.

Esto debería ser así. Evidente muestra de apego a lo que producimos, a lo  que se da en ca­sa, es mercar en la localidad. Pero las campañas de Fenalco, muy sanas y esforzadas, no logran suficiente eco en las amas de casa, que son las que mandan, por la regla más simple y elemental del comercio, y es que el vecino, en este caso el competidor, nos lleva ventaja.

Antes que seguir lanzando pregones regionalistas, nuestro comercio organizado debe buscar fórmulas para ser competitivo. El regionalismo no se despierta o se incrementa con la prohibición. Recuérdese en el pasado, en la segregación de Risaralda del Viejo Caldas, la campaña que prohibía consumir aguardiente Cristal. Las autoridades de esa zona contrataron el aguardiente de Antioquia y creyeron que así demostraban independencia.

Pero el pueblo continuaba liban­do el trago que le gustaba. Mientras más se censuraba su consumo, más aumentaba el contrabando. En poco tiempo las autoridades, que no podían ir a contrapelo de la opinión pública, tuvieron que legalizar la circulación de los productos de la Licorera de Caldas.

Volviendo al comercio de Armenia, no significa inferioridad reconocer en el vecino un competidor más curtido.

Pero la gente también viaja a Manizales y Cali en busca de mejores precios. En las tres ciudades existe garra comercial. Esto no se dice en detrimento de Armenia, sino en defensa de sus inte­reses. Ocultando la verdad nada se gana. Si hay artículos que en la vecin­dad cuestan el 30% o el 40% menos, ¿por qué no adquirirlos allí?

El asunto es claro: las confecciones de Pereira son más baratas porque la plaza es más industrial. Essitio al que convergen ventas volumino­sas de los grandes centros produc­tores, con la consiguiente economía de costos.

La respuesta a esta desventaja sería aumentar nuestra capacidad de compra, o dicho de otra manera, volvernos más grandes. Pero los esfuerzos en este sentido son lentos y a veces inútiles. El Quindío no quiere industrializarse, o lo hace a paso de tortuga.

Existen, sin embargo, otros factores sobre los que es preciso meditar. Uno, aparentemente simple, es el del horario. El comercio de Pereira está abierto a toda hora. Si el día es especial, se establece la jornada continua. Y en días  corrientes so­lo se cierra en las horas muertas. No se entiende, en cambio, por qué los negocios de Armenia, en días ordinarios y en días extraordinarios, se cierran a las doce del día, y lo mismo un almacén de modas que una ferretería.

En Pereira el comercio es más recursivo, palabra esta con que las damas hacen diferencias. Allí hay más defensas hogareñas. Hay supermercados más económicos, y no se sabe por qué Armenia no los tiene. Comfamiliar es en Pereira la despensa de los hogares, con grandes ventajas en los precios. Aquí hay que esperar ese paso por parte de Comfenalco.

Si Pereira puede, Armenia tiene que abrir los ojos. Se diría que son distintas las circunstancias por ser Pereira plaza comercial hace mucho tiempo. Cierto. Pero no podemos dormirnos. Al comercio de Armenia se le reconoce su progresiva importancia, habiendo partido de muy poco. Ahora necesita mayor empuje para no quedarse a la zaga. Por lo pronto, es preciso encontrar las causas por las que los armenios se van en secreto a hacer sus compras a Pereira.

La Patria, Manizales, 13-VIII-1980.

 

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