Las llaves falsas
Por: Gustavo Páez Escobar
José Vélez Sáenz, maduro columnista del periódico La Patria, es escritor claro y rigoroso. Habla su verdad, lo que él siente y defiende, sin esguinces y con convicción. Uno de los vicios frecuentes del escritor colombiano es el de expresar las cosas a medias, taponando los vacíos del pensamiento con frases rebuscadas y poses doctorales. Es fácil andar por las ramas, con retruécanos y giros ampulosos, cuando se carece de lucidez y certeza para expresar bien las ideas.
Las llaves falsas es libro franco y valiente. Tal la principal impresión que me queda al darle vuelta a la última página. Acometer el tema de las drogas alucinantes no es tarea fácil, y menos lo es tomar como personaje de una aparente aficción a la marihuana, el pernicioso hábito social que se condena en público y se practica en secreto. Puesta la narración en boca de un consumado practicante, que se muestra real por la propiedad con que aborda la materia, surge el submundo de la droga en diálogo constante con la conciencia y en reto a los cánones morales que prohíben su uso pero no logran liberarse de su influencia.
En la vida alborotada de las ciudades se desliza en silencio, en el parque o en la esquina, y también en el colegio y en el campo de trabajo, la «yerba maldita» que inflama las pasiones y cautiva consumidores subordinados a este vicio de difícil erradicación. Los jíbaros, o expendedores, se multiplican según aumenta la demanda, y ya se sabe que el comercio gana nuevos adeptos, a pesar de las cárceles y las reprobaciones.
La chicharra, o la mota, como se le conoce en el argot propio, anda por los bajos fondos de la sociedad y no se detiene ahí: penetra en las clases altas y logra atrapar a jóvenes desorientados que por curiosidad o afición terminan engrosando las legiones anónimas pero ciertas que componen los reductos humanos del hábito envilecedor.
La marihuana forma adictos. Definida comovicio solitario, avanza en la sombra, ante la mirada atónita de las familias y el poder ineficaz de las autoridades que no logran contrarrestar sus funestas consecuencias. Si este libro de Vélez Sáenz (el mismo autor de Vidas de Caín, otra obra importante) no pretende sostener tesis ni a favor ni en contra de un producto que es menos nocivo que l alcohol, según se sostiene, el propósito es alertar sobre los peligros que acarrea sobre la personalidad.
El autor, que pisa terreno conocido, y que por otra parte es experto en el manejo del idioma y en la claridad de las ideas, a las que les revuelve filosofías salidas de su propia experiencia, condena este escapismo que «aniquila la voluntad, destruye la memoria, esclaviza y embota la imaginación, paraliza la actividad del individuo». Él, como hombre pensante, sabe también que «sus efectos, como estimulante cerebral, son casi siempre perdidos para la creación».
Las cárceles y las salas de curación están llenas de consumidores caídos en las garras del vicio. Con todo, la marihuana se incrementa como artículo de consumo, y acaso su progreso se deba a la prohibición, porque lo misterioso estimula el apetito. Su existencia en nuestro tiempo no nueva. La humanidad la conoce hace más de tres mil años. Se nos volvió un fenómeno cuando a ella le atribuimos las taras sociales y contra ella estrellamos nuestras quejas, sin fijarnos que el mal es de mayor anchura. A la marihuana, como al alcohol o a los tóxicos, se acude por frustración, por desacomodo en el mundo y sobre todo en el hogar. En varios sitios de los Estados Unidos se ha legalizado su comercio y ha disminuido el consumo.
El problema no está en la yerba sino en la mente. Los muchachos de hoy son errátiles y desarraigados si sus hogares son inestables. Pero crecerán con equilibrio emocional e inmunes a los halagos y las evasiones de la época si hallan ambientes propicios. De nuestros propios errores no culpemos a la marihuana, ni al licor, ni a los barbitúricos, ni a la prostitución.
Vale la pena leer la confesión de un adicto a la «yerba maldita» que intenta regenerarse y que en duros coloquios con su ego, matizados de toques místicos y con fondo romántico que le da encanto a la obra, busca la presencia de Dios, el encuentro con la felicidad. Luego de hondas reflexiones filosóficas queda flotando en la mente esta frase: «no pretendáis entrar al cielo con llaves falsas”.
La Patria, Manizales, 2-III-1980.
El Espectador, Bogotá, 29-I-2016.
Eje 21, Mannizales, 1-II-2016.
Comentarios
Podríamos decir que estamos rodeados también de puertas falsas, que no conducen a ningún lugar diferente al vacío existencial. Cuando miro a mis pequeñas nietas pienso en el difícil camino que las aguarda. Los jóvenes son maravillosos, en la actualidad, pero el mundo en el cual se mueven y deben competir para triunfar o subsistir está lleno, como bien lo dices, de «llaves falsas». Magnífica tu página, concreta y con una conclusión cierta. Esperanza Jaramillo, Armenia, febrero 1/2016.
Leí con deleite tu artículo sobre Las llaves falsas. José Vélez Sáenz fue de alguna manera amigo mío pues era amiguísimo de mi gran compañero Alberto Londoño Álvarez. José era un místico, había escrito el gran libro Vidas de Caín del que alguien se apoderó cuando me saquearon la biblioteca y se llevaron libros que apreciaba mucho. Alberto Gómez Aristizábal, revista La Píldora, Cali, febrero de 2016.