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Estafas en serie

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El Círculo de Lectores, la conocida cadena de libros que coloca, de unidad en unidad, ventas en gran volumen y al contado, se valió de un truco sutil para reforzar sus finanzas navideñas. Con el argumento de que celebraría con derro­che de amistad los diez años de funda­ción de la empresa, lanzó una llamativa lluvia de regalos para que sus innume­rables lectores quedaran gratificados.

En Colombia, país de cándidos apostadores donde todavía cambiamos la carne del almuerzo por el pedazo de lotería, nos alimentamos con fanta­sías. En el corazón de los colombianos hay siempre una lotería. Pues bien. El Círculo de Lectores anunció la nada despreciable cantidad de cinco mil premios. La tentación se iniciaba con un Renault cero kilómetros.

Como segundo renglón, el artículo de moda: televisión en color, y no uno sino nueve aparatos. Luego una variada ga­ma de artículos domésticos, como ra­dios despertadores, licuadoras, cubiertos, bati­doras y equipos de coci­na; artículos infantiles, como bicicletas, monopatines, elefantes (sobra decir que de peluche, o sea, de mentira), y miles de libros.

¡Cinco mil regalos! Nos vimos estre­nando forros nuevos. Con el Renault último modelo nos reiríamos del vecino que hace cinco años no cambia de latas.

¿Regalos….? Primero había que com­prar libros para adquirir las boletas. Y no  libros del catálogo, sino de una breve lista, impuesta por las circunstancias. El Diccionario visual del sexo ($800) aportaba dos bole­tas; el Manual práctico de decoración ($1.300), tres; el Libro de oro del niño ($1.700), cuatro. ¿Cómo ven ustedes la fiesta? Lo más accesible, saliéndonos de estos precios de inflación, era el jueguito El trampolín (título muy apropiado por venir de trampa), que por sólo $360 daba derecho a una boleta. ¡La boleta ganadora, porque una opción es suficiente! Pero el jueguito se retiró a los tres días, ya que toda Colombia lo pidió.

Los billetes de banco se pusieron religiosamente unos encima de otros. Y aún estamos esperando el pedido. Han pasado cuatro meses y no llega el libro (las boletas vienen adentro).

El sorteo se verificó el 11 de enero. Pero por parte alguna hemos visto al ganador del Renault. ¿Será que el carro ya se desintegró? ¿Las bici­cletas habrán aporreado a algún transeúnte? ¿Las baterías de cocina habrán suplido, sin salario mínimo, la falta de servicio doméstico? ¿Los libros a porri­llo habrán llevado erudición, aunque sea sexual? ¡Averígüelo Vargas!

Naturalmente, este ingenuo juga­dor que les habla fue uno de los esta­fados. En mi oficina hay varios, y mu­chos entre el vecindario. Esto se llama una estafa de masas. Para vengarnos se necesitaría la rebelión de masas de Ortega y Gasset. No hemos logrado, a pesar de la santa ira que todos entienden, que nos envíen el libro, aunque sea sin indemnización, o nos devuelvan el dinero. ¿Cuántos somos los estafados? Miles, sin duda. Aun suponiendo el envío anticipado de las boletas, la numeración fue tan numerosa que alejaba las probabilidades de estrenar el carro de los colombianos.

Por fortuna, la inversión fue poca, por cabeza. La gente calla. El truco da resulta­dos. Algún mago de la publicidad lo vendió con buenos honorarios, a costa de nuestra ingenuidad. Aquí entra el multiplicador de que hablan los econo­mistas. En el peor de los casos, el Círculo colocó de todas maneras ventas millonarias al envidiable contado. Con­tados por adelantado.

Para rematar el cuento, ni siquiera pude disfrutar de una buena lectura de Mejía Vallejo. Su libro El día señalado, editado por la misma firma que lanza promociones fabulosas, me salió con cincuenta y tantos errores ortográficos. Supuse, entonces, que mi suerte estaba señala­da. Doble estafa.

La Patria, Manizales, 15-V-1980.

 

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