Café El Humilladero
Por: Gustavo Páez Escobar
El doctor Horacio Gómez Aristizábal pronunció en la Universidad La Gran Colombia de Armenia, invitado por el Centro de Estudios Colombianos, una interesante conferencia sobre la reforma judicial, y tocó temas de controvertida actualidad, como el de la justicia castrense. Como autoridad que es el doctor Gómez Aristizábal en las disciplinas del Derecho, y sobre todo en la rama penal, sus palabras fueron escuchadas con gran interés por un público principalmente formado por abogados y estudiantes universitarios deseosos de conocer el pensamiento de quien desde la capital de la República ha venido llamando la atención sobre diversos vicios de la organización judicial.
El descubrimiento que hizo del «Café El Humilladero», uno de los tantos vericuetos de nuestra coja justicia colombiana, puso al auditorio a meditar en la importancia de lograr una verdadera reforma que elimine el ascenso o la permanencia de los empleados judiciales en sus cargos por caminos que no sean los de la probidad y la aptitud.
A este café acuden, presurosos de reelección o en busca de nombramientos o de mejores puestos, jueces, magistrados y simples aspirantes que en cualquier lugar de Colombia consideran que llegan mejor al corazón de los electores por medio del halago personal y sobre todo del agasajo estratégico, matizados de francachelas y de excesos alcohólicos. Como todos aspiran a algo, los unos a no caerse, y los otros al nombramiento, al ascenso o a un mejor acomodo, se desata en esta temporada una verdadera campaña por la subsistencia burocrática.
La espiral asciende desde el escribiente, el secretario o el juez de provincia, hasta el propio magistrado de tribunal, porque todos están sometidos a los vaivenes administrativos. La Corte Suprema de Justicia, organismo respetable y firme, se mantiene por fortuna protegida contra esta clase de intrigas, entre otras cosas por ser sus magistrados vitalicios y llegar a la alta investidura tras riguroso proceso de selección. Pero ellos, en cuyas manos se encuentra la designación de altos funcionarios de la justicia, no están exentos del asedio y la artimaña de los aspirantes.
Quienes se sienten inseguros en el cargo, por mediocridad personal o por las maniobras de colegas especializados en la difamación y la zancadilla –en todas partes se cuecen habas– descienden, por lo general, hasta la humillación de la lisonja y el desdoblamiento de la personalidad.
En estas idas y venidas por los caminos de la nómina se acude al sistema de halagar a las personas claves hasta conquistar su voto, y es entonces cuando las puertas del «Café El Humilladero» se ven más movidas, lo mismo en la capital del país que en la lejana provincia. Las cartas de recomendación, las trampas, los padrinazgos y hasta las deslealtades al jefe y al amigo se intensifican en estas jornadas electorales que acaso se entiendan en la política pero que son inconcebibles en el poder judicial, supuestamente libre de influencias y del comején servil.
Como consecuencia de estos afanes hay un largo período de inactividad, o mejor, de ineficiencia en los despachos judiciales, cuando aspirantes y electores viven de agasajo en agasajo, de guayabo en guayabo, minando no solo el bolsillo sino además la salud.
Si en alguna parte no debiera existir el «Café El Humilladero» es en la justicia. El juez, la mayor garantía de un país digno, no ha de estar sometido a estos tejemanejes. No todos, sobra decirlo, inclinan la cabeza ante estos procederes lacayos, ni los magistrados, en términos generales, son accesibles a la lisonja y menos a la compra de la conciencia, pero como seres humanos tampoco son invulnerables.
Este café, simbólico y real, existe en todas partes y es una vergüenza nacional, y de él no se encuentra alejado ni el soberano poder judicial, menos las otras actividades de nuestra descaecida nacionalidad. Se impone, por eso, una sabia reforma de la justicia para que los funcionarios hagan su carrera sin más padrinos que el mérito personal y la aptitud, para ser árbitros libres y honestos de una sociedad convulsionada, y jamás fichas movidas por caprichos.
La Patria, Manizales, 12-IX-1979.
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Curiosidad de este artículo:
Yo había titulado este artículo así: Café El Humilladero. El periodista de La Patria, tal vez sugestionado por la suerte que corría el grano cafetero en aquellos días, y quizá considerando que yo me había equivocado en el rótulo, tituló el artículo de la siguiente manera: Café, el humilladero. Sin cambiar las palabras, usando una coma y convirtiendo dos mayúsculas en minúsculas, este título tiene un sentido distinto al expresado en la columna. ¡Magia del idioma! GPE