Juguete diabólico
Por: Gustavo Páez Escobar
Teóricamente es un medio de transporte. Así todavía la usan algunas personas. Y se nos convirtió, casi sin darnos cuenta, en elemento de muerte. La moto se ha metido en tal forma en la sociedad, que llegó a adquirir su propia personalidad. Prsonalidad siniestra. Es uno de los mayores signos de esta enrevesada época tan amante del vértigo y las emociones fuertes.
En las vías de Colombia se destrozan a diario, víctimas de un nuevo estilo de muerte, jóvenes supersónicos a quienes parece no importar la vida. Tampoco respetan la vida de los demás, acaso por ese afán tan característico de los nuevos tiempos que pretende establecer un sistema distinto, sin demasiados afanes, aunque con mucha prisa. Los jóvenes de hoy viven a su manera, distantes de normas que pudieran limitar su independencia, y esclavos de lo superfluo y lo fugaz. Por eso se sienten en su atmósfera cuando vuelan en alas del viento, viajeros pertinaces por los mundos misteriosos del suspenso y la aventura, creados por ellos mismos para suicidarse.
La juventud contemporánea se caracteriza por un vehemente apetito de búsqueda y conquista. Pero no es dada a gastar muchas energías. Le gusta vagar, ir a toda máquina, descubrir nuevos ímpetus. El riesgo no la asusta y por eso desafía el peligro en cada pirueta y a cada instante. Danza sobre el abismo porque encuentra extraño placer en el vacío. Se lanza a él con los ojos cerrados, sensualmente, y se sumerge en las profundidades del frenesí y la locura. Baila en la cuerda floja de la muerte lo mismo al mando del automóvil que entregan los padres irresponsables para que el hijo imberbe adquiera categoría social, que de la moto, que también logró su prerrogativa y pregona secretos paroxismos.
Hoy es más fácil defenderse de los atracadores que de las motos. En mejor castellano se llamaría motocicleta, pero la propensión a abreviar y mutilar, otra moda actual, comprimió la palabra. Moto es más breve y anda más rápido. El peatón, cada vez más impotente, camina tambaleando entre los peligros de las ciudades. La moto se robó la poca tranquilidad que nos quedaba. Sus conductores no solo exponen su vida sino que atentan contra la sociedad en pleno. Gozan, con alegría morbosa, embistiendo a los transeúntes, retando a los automovilistas, burlándose de los buses, encaramándose en los andenes, bufando como fieras indómitas…
El ruido, el humo, la velocidad son verdugos implacables de las ciudades y las carreteras. La vida se volvió un arrebato. Por entre verdaderos nudos gordianos debemos transitar, querámoslo o no. Los padres de familia, dispensadores de tantas liviandades, se lamentan tarde de su conducta cuando el hijo acróbata termina destrozado. El Gobierno, otro cómplice, disminuye el arancel para que siga la invasión de motos torturando el ambiente de las ciudades y las carreteras y cercenando los hogares. ¿Lo sensato no sería prohibir estos juguetes del demonio? Pero ni siquiera se controla su velocidad.
Los caminos de la patria, antes desdibujados por las cuadrillas asesinas, están ahora tiñéndose de sangre aventurera. Es la sangre de una generación que anda en moto, a toda marcha, más por las nubes que sobre la tierra. Ojalá que en cada hogar se impusiera la consigna de cortar tanto desenfreno. Las vías del país y del afecto no pueden seguir manchadas. Hay que limpiarlas de peligros y de cruces. No es improcedente, entonces, abandonar el ansia loca de correr, para que la vida sea más cuerda y resista más que un viaje supersónico.
El Espectador, Bogotá, 24-VII-1979.
La Patria, Manizales, 31-VII-1979.
* * *
Comentario:
Oportuna y ajustada a la realidad la crónica titulada Juguete diabólico. Ciertamente infunden pavor esos artefactos infernales llamados motocicletas, cada uno con su loco del manubrio encima y listo a arremeter contra lo que encuentre por delante. Bueno sería que esos horrendos aparatos llevaran la figura de una calavera humana sobre dos fémures, y en letras bien visibles la leyenda “Sálvese quien pueda”. Alberto Guarnizo, Ibagué.