Zarpazo
Por: Gustavo Páez Escobar
Evelio Buitrago Salazar ha sido el único suboficial de Colombia condecorado con la Cruz de Boyacá por actos heroicos en la lucha contra la violencia. Eran los días en que las víctimas de un destino absurdo caían sacrificadas bajo el peor instinto sanguinario de que se tenga noticia. Guillermo León Valencia, el «presidente de la paz», devolvió a Colombia la tranquilidad que le habían robado los facinerosos.
Los campos del país, arrasados por los odios y las eternas venganzas, quedaron huérfanos de manos y de afectos. El éxodo de campesinos marcados por el infortunio desfilaba en silencio y con el pavor a cuestas hacia los infiernos de cemento, sin presentir que allí terminarían desmembrándose más aún. Se vivía en tierra de caníbales. Se mataba al vecino por conservador, y el hijo de este repetía en el de más allá, por liberal, y también para cobrar sus muertos.
Personas que no han logrado superar este trauma de generaciones recuerdan todavía con horror las hileras de muertos que amanecían en las calles como la cuota nocturna que había puesto uno de los partidos, la que quedaba vengada a la noche siguiente con igual o superior número de víctimas del bando opuesto. A quienes dudan del Frente Nacional habrá que recordarles las masacres ocurridas en regiones como las del Quindío, Antioquia, Valle, los Santanderes….
El presidente Valencia, que no era ni financista, ni magistrado, ni académico, y a quienes muchos confundían con un romántico poeta incapaz para el mando, demostró su garra de león y su temple de colombiano al medirse con el mayor enemigo del país: la violencia. La mano con la que ofreció castigar a un hijo suyo si resultaba inferior a su estirpe, la aplicó con todo rigor sobre los violentos.
En medio de estas conmociones surgió en mitad del campo un imberbe muchacho que juró junto al cadáver de su padre, sacrificado en bárbaro atentado, perseguir la cuadrilla asesina y rescatar la tranquilidad y el trabajo honrado para su comarca. Aparecía Evelio Buitrago Salazar, el enemigo número uno que iban a tener las bandas que merodeaban por el Valle y el Quindío. A poco tiempo se iniciaba, desde el Ejército, la carrera de este hombre intrépido.
Conocedor de los secretos del monte, por haber nacido allí, y dueño de innata malicia aumentada por su afligido sentimiento, Buitrago se convirtió en el temible contraatacante de los guerrilleros.
Los cabecillas fueron cayendo uno a uno, atrapados entre incontenibles escaramuzas. El Ejército avanzaba en su misión pacificadora y devolvía la confianza en el campo y en la aldea. El Quindío, el mayor foco de la revuelta, se sobreponía al pánico. El Presidente le había situado una brigada como demostración de garantía; además contaba con un hombre fiero para el combate, Evelio Buitrago Salazar, que se quedó como un leyenda en las páginas de la violencia.
El último guerrillero, el más temerario y que parecía invencible, fue dominado al fin por las balas de la ley. Condecorado más tarde el sargento Buitrago con la Cruz de Boyacá y por la propia mano del «Presidente de la paz», su nombre es memorable en estos episodios. Al caer en sus manos alias Zarpazo, el tristemente recordado bandolero, Buitrago se apoderó hasta del mote con el que hoy se le conoce.
La gente se olvida de sus héroes. Es preciso revivirlos. La violencia, flagelo atroz que ojalá haya desaparecido para siempre, no es historia de ficción. Algunos la llevan aún viva en el recuerdo. Pero no todos hacen memoria de quienes consiguieron el camino a la paz.
No es casual mencionar aquí lo que para muchos va a parecer asombroso. Este resuelto soldado de las filas colombianas recogió sus vivencias en el libro Zarpazo y hoy obtiene el honor de ser traducido al inglés por la Universidad de Alabama, que acaba de lanzar una edición gigante de 160.000 ejemplares para América. Tres ediciones anteriores que circularon en nuestro país, sobre todo entre los miembros de las Fuerzas Armadas, se encuentran agotadas.
El libro Zarpazo, apasionante relato de la violencia colombiana, sorprenderá a muchos que solo creen en García Márquez como autor consagrdo.
La Patria, Manizales, 31-VIII-1978.