La vivienda 300.000
Por: Gustavo Páez Escobar
Es la vivienda uno de los mayores problemas que afronta el hombre. El mundo moderno se caracteriza por la escasez de los elementos básicos para la subsistencia, ante el asedio de una población que crece desmesura y torna insuficientes tanto el espacio como los artículos de consumo. El hombre, enfrentado a la aguda competencia que significa abrirse campo entre el planeta cada vez más estrecho, sabe que la vivienda, y sobre todo la propia, representa una de sus más importantes conquistas y que mayor seguridad le aporta.
El ciudadano medio de Colombia, acosado de necesidades como consecuencia del vertiginoso costo de la vida, mira con incertidumbre el porvenir cuando sus ingresos, triturados por la inflación implacable, apenas alcanzan para medio vivir. Es privilegio el poseer techo propio, así sea de modestas condiciones.
Una residencia en cualquiera de las poblaciones del país es algo utópico para la mayoría de los colombianos, porque su precio no se halla al alcance de los presupuestos corrientes. Al volverse inaccesible la vivienda y para muchos imposible, las entradas se desintegran con el solo pago del arrendamiento, que se convierte en uno de los renglones más especulativos y de mayor incidencia en el costo de la vida.
Es cierto que las firmas urbanizadoras vienen acometiendo ambiciosos planes para remediar esta necesidad, pero apenas dan abasto a un mínimo de solicitudes frente a la demanda de grandes núcleos de población. Vale la pena mencionar aquí el aporte que hace la empresa privada, y aun la oficial, en concesiones para sus empleados con créditos a largo plazo destinados a esta finalidad. Los sindicatos deberían dejar de lado tanta hojarasca con que exageran sus pliegos de peticiones, para defender puntos como este, de auténtico contenido social.
Debe celebrarse, por eso, la entrega que acaba de hacer el Instituto de Crédito Territorial de su casa número 300.000.
Es simbólica la ocasión para recordar que esta agencia del Estado, sin duda una de las más sólidas herramientas de redención social, cumple papel trascendental en la búsqueda de tranquilidad para los hogares pobres.
Para nadie es secreto que los planes multifamiliares que viene adelantando el Instituto de Crédito Territorial representan, por su economía y también por su adecuación, la fórmula ideal para la mayoría de las familias. De no existir este medio, las clases populares no resistirían el impacto de tantos desequilibrios y se convertirían en factor de peores trastornos públicos. La seguridad de la familia debe ser el primer objetivo de cualquier Gobierno, para que su gestión sea benéfica y no se conforme con mirar de soslayo los problemas, sin curar de verdad las heridas.
No puede desconocerse la valiosa contribución que ha conseguido el Gobierno para disminuir la escasez de vivienda. Es uno de sus mayores logros, y el que obtiene del pueblo unánime reconocimiento. Si en otros terrenos los resultados son controvertidos, en este no existe duda. No puede haberla, si de las 300.000 casas construidas a lo largo de 38 años, 100.000 pertenecen a la actual administración.
Se anota éxito indiscutible el doctor Pedro Javier Soto Sierra, gerente de la entidad, gracias a cuyo dinamismo y eficiencia se ha multiplicado la vivienda popular. Su ejemplo merece ser destacado como estímulo y reto para quienes dejan pasar la oportunidad de los cargos sin comprometerse en obras de utilidad. No nos desalentemos del todo ante los afanes del momento, cuando tantas energías se consumen en cosas inútiles, a la vez que existe tanta irresponsabilidad en el manejo de los asuntos públicos, si detrás de bambalinas, en posiciones altas y pequeñas, quedan y quedarán gentes honestas y trabajadoras con verdadero sentido de servicio.
El Espectador, Bogotá, 7-IX-1977.