La ley del colchón
Por: Gustavo Páez Escobar
Por los finales de año las gentes acomodadas retiran sus dineros de los bancos y solo los restituyen hacia el mes de febrero. Es una costumbre que se ha impuesto en el país hace mucho tiempo, con grandes repercusiones sobre el sistema bancario y con los naturales perjuicios para la economía. La banca sufre fuerte disminución de depósitos durante el mes de diciembre, no solo como consecuencia del pago de primas, sino principalmente por el éxodo de dineros de las arcas bancarias a las casas de habitación. Es la ley del colchón, que todos conocemos, pero sobre todo los ricos, que la practican.
El colchón en Colombia no solo es elemento demográfico, sino consejero económico. Tremendo miedo suscitan los saldos crecidos a final de año en las entidades bancarias, y la solución consiste en acudir al colchón. A simple vista no se halla motivo para que un saldo, por sí solo, sea determinante de mayor tributación. El patrimonio, a los ojos de la Administración de Impuestos, crece o decrece no en razón de circunstancias transitorias, sino de una serie de factores y comparaciones que miden la capacidad financiera de las personas.
Tal sería la regla simplista. Con todo, la gente se acostumbró a tomar precauciones para que un final de año con excesivo saldo bancario no signifique, al siguiente, un dolor de cabeza frente a ese otro gran dolor de cabeza en que se ha convertido la declaración de renta. El tránsito de dineros para «debajo del colchón», como se dice, aparte de ser práctica peligrosa para sus autores, se convierte en medio de desequilibrio para la banca, que debe frenar sus colocaciones para compensar la baja de fondos, y para el país, que debe sortear las dificultades provenientes de estos recesos.
El Estado, nervioso arbitrador de recursos, anda a la caza de cuanto resquicio real o imaginario se ofrezca, para escrutar posibles evasiones, y se vale de redadas, a veces de cábalas, para castigar las trampas de los sufragantes. Estos creen que una fórmula de defensa es la de esconder o reducir ficticiamente el patrimonio, y si de artimañas se trata, el secreto del colchón encubre mejor tales deslices que la elocuencia de un saldo bancario.
Sería preciso que el contribuyente se sintiera menos perseguido y creyera más en la bondad de los impuestos, para que aportara con mayor voluntad su cuota al progreso del país. Para eso se necesitaría mayor conciencia ciudadana, difícil de arraigar si cada cual se considera explotado y si, como contrasentido, los impuestos se pierden en manos inescrupulosas y no inyectan las obra que se esperan.
Ganaderos, agricultores, industriales, comerciantes, profesionales, todos a una rebuscan los medios posibles para disfrazar su real situación financiera de tal suerte que las garras del Estado no logren poner al descubierto las fuentes precisas de tributación. Solo el asalariado —el único honesto tributador—, que no puede ni tiene nada qué ocultar, es investigado en su integridad y termina sosteniendo, por los que no lo hacen, las arcas fiscales.
Sin entrar en mayores consideraciones sobre esta desproporción en los tributos, bueno sería que los poderes oficiales buscaran la manera de no asustar a los tenedores de cuentas bancarias, que resultan frenando el impulso de la nación. Es bien sabido que el sistema bancario ha venido perdiendo su papel de regulador de la moneda. No solo se han formado mejores canales de captación de recursos, como el de las corporaciones de ahorro y vivienda, sino que los cuentahabientes habituales, que requieren para sus negocios la asistencia de los bancos, cada vez restringen más sus depósitos y causan considerables traumatismos a la economía del país.
Para nadie es secreto que las cajas fuertes han invadido los predios de los hogares y de los negocios. El gran flujo de las cosechas no pasa por los bancos. Las ventas de diciembre se guardan debajo del colchón. Ese dinero, muellemente recostado en cofres particulares, es dinero asustado que le está causando muchos males al país y que, como contrapeso, irriga el mercado de la usura.
Buscar mecanismos para atraer estos capitales sueltos, cuya cuantía es difícil determinar, resulta tarea compleja. Lo cierto es que el contribuyente vive temeroso y por eso acude a tales artimañas. Se escucha con frecuencia que las personas se «destaparían» si no se les castigara con demasiado rigor. Pero nadie quiere dar el brazo a torcer, si no se le ofrecen plenas garantías. Cuando el colchón deje de ser tan atractivo, mucho habrá ganado el país.
Si lograra hacerse el real inventario de las cajas fuertes empotradas en los hogares y en los negocios, podría determinarse que el dinero inflacionario no es el que circula en los bancos, sino el que duerme en el fondo de los colchones. El sueño de los colchones no siempre es ni el más cómodo ni el más tranquilo.
El Espectador, Bogotá, 12-I-1977.