Historia de una Cruz de Boyacá
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace poco me contaba Óscar Pérez Gutiérrez la curiosa historia de una Cruz de Boyacá que encontró, cuando fue embajador en Méjico, en una caja fuerte de la Embajada. El favorecido con la distinción fue el poeta Germán Pardo García, que el 23 de septiembre de 1983 la recibió en solemne ceremonia en el Palacio de Bellas Artes de Méjico, y luego la devolvió al embajador de entonces, que llevó en el acto la representación oficial de nuestro país.
Pasados los años, el diplomático Pérez Gutiérrez instó al poeta a que conservara la insignia, la más preciada que otorga nuestra patria, y él le contestó que ya había sido exaltado con el honor y eso bastaba. No siendo su reino de este mundo –agregó-, no estaba atado a las cosas materiales. Pero ante la insistencia del embajador, que se había convertido en gran amigo suyo, Pardo García aceptó recibirla de nuevo, en sencilla ceremonia que se llevó a cabo en el apartamento del poeta. Es la única persona que ha sido condecorado dos veces con el mismo galardón. O sea, dos veces glorificada.
¿Y qué camino cogió la Cruz de Boyacá a la muerte del ilustre colombiano? Fue la pregunta inmediata que me formulé. Yo había conocido el inventario exacto de sus pocos enseres, y en ninguna parte vi mencionada la insignia. Me lancé a indagar. Y a los pocos días recibí respuesta de Méjico, con esta noticia: el poeta, recibida de nuevo la condecoración, la regaló, a espaldas del embajador, a un par de amigos. A su compatriota Aristomeno Porras, su ángel tutelar, le obsequió la presea; y al profesor norteamericano James Alstrum, que por esos días había viajado de Estados Unidos a hacerle una entrevista, el respectivo decreto (que lleva el número 1750 de fecha 22 de junio de 1983 y está firmado por el presidente Betancur y por Rodrigo Lloreda Caicedo como ministro de Relaciones Exteriores).
Revisando papeles, hallé en mis archivos un testimonio elocuente sobre este suceso. Se trata de un cuadernillo de lujo, en 16 páginas y 10.000 ejemplares, que el poeta publicó al mes siguiente de recibida la condecoración. Allí recoge su grandioso poema Las voces del abismo, considerado por los críticos como una joya de la poesía universal, y lo dedica al presidente Betancur como constancia de gratitud por el honor conferido.
¿Por qué no conservó Germán Pardo García la Cruz de Boyacá, en cuya búsqueda se desvelan y se frustran tantos políticos y gente grande de nuestro país? Esta genial excentricidad, como es preciso calificarla, me la había revelado el propio poeta en documentos que poseo sobre él. Uno es el reportaje Diálogo entre sombras (mayo de 1986), donde me dice:
“No creo en los poetas académicos, en los premios Nobel, en las condecoraciones. Una condecoración que me dio mi entrañable amigo el presidente Betancur, y que me fue impuesta por el embajador de Colombia aquí, al terminar la ceremonia me la quité y se la regalé al mismo embajador. Soy incapaz de portar sobre mi pecho desolado algo que me distinga”.
Y en carta de junio de 1987 me cuenta que lo condecoraron cinco veces, y luego se deshizo de las insignias, “porque soy incapaz de llevar sobre mi pecho distinciones de esa clase, que me recuerdan las que conceden a las reses en los certámenes pecuarios”.
Museo Germán Pardo García
He rescatado, por gentil cesión que hizo Aristomeno Porras, esta Cruz de Boyacá para la excelente casa de cultura que se construye en Choachí con el nombre del poeta. Es un sitio digno de conservarla. El profesor Alstrum entregó el diploma con el decreto a la Casa de Poesía Silva. En Choachí se conformará un museo con los libros, la revista Nivel, correspondencia y objetos personales del poeta.
El Espectador, Bogotá, 20 de mayo de 1992.