Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Temas varios’

Diabluras de los sistemas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El mundo contemporáneo, lleno de avances y descubrimientos asombrosos, es cada vez más impersonal. Lo que se ha ganado en ciencia se ha perdido en humanismo. El hombre es un desconocido: más importante es la máquina. La era de los sistemas, con computadores capaces de efectuar las operaciones más inverosímiles; con cajeros automáticos que cuentan billetes a velocidades increíbles y nunca se equivocan; con correos electrónicos que pueden llegar en segundos desde el sitio más remoto del planeta, esta era deslumbrante y endiablada deshumanizó al hombre.

El ser humano se volvió un número, una ficha, una partícula de desecho dentro del caos fantástico que conocemos con el nombre de “progreso”. La ciencia moderna se olvidó del hombre y lo dejó relegado en el último sitio de la modernización. Al pobre individuo, siendo la persona más importante de la Creación, hoy le cuesta trabajo que sus propios conocidos lo reconozcan. La máquina no sólo lo ignora, sino que además lo pisotea.

A Íngrid Betancourt, que lleva seis meses secuestrada y que por razones obvias no ha podido atender un préstamo de vivienda, el Fondo Nacional del Ahorro le envió la siguiente comunicación: «Debe cancelar el crédito en cuotas mensuales sucesivas, compromiso que usted no está cumpliendo». La Dian le dirigió una carta similar, cobrándole el impuesto sobre patrimonio a fin de «preservar la seguridad democrática».

En ambos casos, el computador no tenía por qué saber del secuestro, ya que no lee periódicos ni ve televisión. Sólo maneja cifras y envía los mensajes que le ordenan sus jefes. Y éstos carecen de tiempo y sensibilidad para impedir que cursen exabruptos como los aquí transcritos.

Un amigo mío, riguroso con sus compromisos, se encontró un día con la noticia de que era deudor de una obligación incumplida, que nunca había contraído. A raíz de lo cual no pudo obtener un crédito bancario que gestionaba. Presentó argumentos de peso para demostrar que no debía suma alguna, pero siempre lo ponían a hablar con los sistemas y la respuesta era contundente: «Usted aparece en pantalla». Como no logró pasar más allá del empleado mecánico que lo miraba con ojos de condena (una prolongación del robot), demandó al organismo crediticio para probar su inocencia y cobrarle los daños y perjuicios.

Sugestionado por los pajaritos de oro que me pintó un promotor de ventas para subir de categoría en mi tarjeta de crédito, acepté la oferta. El halago consistía en duplicarme el cupo actual y sobre todo –con motivo de un viaje al exterior– en expedirme amplios seguros de salud y de vida. Pero sucedió que en el trámite interno quedó pendiente una comisión de $ 2.000, por lo que días después me llegaron dos facturas: una con el saldo trasladado a la nueva tarjeta, y la otra con el residuo de los $ 2.000.

Pagadas ambas facturas, un mes más tarde continuaba intacta la cuenta de los $2.000, incrementada con intereses de mora. Por primera vez durante los 25 años de manejo estricto de la tarjeta, resulté deudor moroso, aunque no por culpa mía sino de la entidad. Horror para mí, que durante mucho tiempo fui banquero honorable.

Y habló la pantalla: los $ 2.000 habían sido abonados por error a la cuenta nueva, mientras la otra continuaba insoluta. El empleado me dio la certeza de que todo quedaría arreglado con el comprobante interno que había elaborado. Pero la operación volvió a fallar, y cuando fui a usar la tarjeta del ascenso, estaba bloqueada por falta de pago. De nada sirvió el largo tiempo de buen manejo, ni el flamante cupo de crédito, ni los certificados de excelencia que me llegaban todos los años, para impedir que los sistemas trituraran al cliente anónimo por la irrisoria suma de $ 2.000 que no debía.

Un amigo mío, ingeniero de sistemas, llama al computador el «idiota inteligente», y agrega que es el hombre quien debe saber manejarlo para que no produzca los estragos que se mencionan en esta nota. Por desgracia, el común de los ejecutivos modernos amparan su irresponsabilidad con argumentos recursivos que a los pobres usuarios –cuando nos ponen a hablar con la pantalla– nos queda difícil rebatir.

Como los sistemas no ven, ni oyen, ni entienden y carecen de sentimientos, llevamos las de perder. Repito: la era contemporánea, de tanto brillo y de tan prodigiosos inventos, deshumanizó al hombre.

El Espectador, Bogotá, 7-XI-2002.

Categories: Temas varios Tags:

Abuso del libro

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Una ley del siglo XIX, cuan­do en Colombia existían otros patrones culturales, estimula la escritura de textos de enseñan­za y la edición de periódicos pedagógicos o didácticos al reco­nocer dos años de servicio en cada caso. Reza así la ley 50 de 1886, en su artículo 13, inciso 2:

«La producción de un texto de enseñanza que tenga la apro­bación de dos instituciones o profesionales, lo mismo que la publicación durante un año de un periódico exclusivamente pedagógico o didáctico, siempre que en ninguno de los dos ca­sos el autor o editor haya reci­bido al efecto auxilio del tesoro público, equivaldrán respectiva­mente a dos años de servicio prestados a la institución públi­ca».

Esta norma tuvo un razona­ble efecto en la época de su expe­dición. Se buscaba incentivar el talento y la creativi­dad en bus­ca de textos eruditos, editados en libros y en periódi­cos, que sirvieran de material educativo para la superación del pueblo. El todo no era publicar por publicar, sino que el respec­tivo trabajo, en caso de tratarse de un libro, debía ser de enseñan­za y además aprobado por dos instituciones o profesores, que en aquellos tiempos los había rigurosos y eminentes.

Y en el caso de un periódico, debía tener exclusivo carácter pedagógico o didáctico. En cual­quier de las dos circunstancias era necesario que tales publica­ciones, para ser merecedoras de los años de servicios concedidos como premio, no hubieran teni­do financiación del tesoro pú­blico.

Pero como el colombiano es experto en desviar el espíritu de las leyes, a lo largo del tiempo aquella disposición se ha pres­tado para abusos inauditos. Si se revisaran las pensiones de los congresistas que se han benefi­ciado con dicha prerrogativa, se destaparían situaciones aberrantes. Se vería que en la mayoría de los casos la sana in­tención de la ley ha sido apro­vechada para completar tiempo de servicio no trabajado y que no es lícito compensarlo con méritos no ganados.

La Fiscalía investiga hoy a 44 ex parlamentarios que han ob­tenido la pensión de jubilación con base en presuntas falseda­des o inconsistencias de varia­da índole. Uno de ellos presen­tó una obra en dos volúmenes, y por cada uno de ellos hizo va­ler dos años de servicios. Otros lograron el reconocimiento por libros editados por instituciones públicas (libros de dudosa utili­dad didáctica). Una revista en la que el agraciado era miembro del consejo de redacción (revis­ta que se hizo aparecer como de «valor didáctico») sirvió para ha­cer cumplir los 20 años de ser­vicios legales.

En este país de tramposos se asalta a cada rato el tesoro pú­blico con artimañas y pruebas falsas, mientras los fondos de pensiones están en la ruina. La mayor ruina de Colombia es la quiebra de la moral.

La Crónica del Quindío, Armenia, 18-IV-2000.

 

Categories: Temas varios Tags:

Una misa por Medina

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi vecindad con la funeraria Gaviria y el templo de Cristo Rey me permitió estar presente en las exequias de Santiago Medina. Nunca lo conocí en persona, pero su sonada y turbulenta actuación de los últimos años, como uno de los protago­nistas más importantes del proceso 8.000, se convirtió en motivo de interés para escudriñar su vida y su enigmática perso­nalidad.

Yo había leído el reportaje que conce­dió a Semana, reportaje con buenas dosis de aplomo y reflexión ante la muerte que él veía llegar, y de esa lectura deduje que aquél era su último acto público. Todo cuanto tenía que decir, y ya lo había di­cho en otras oportunidades, estaba con­tenido en la entrevista de Semana.

Aun­que otros actores del mismo proceso controvirtieran y continúen controvirtien­do sus confesiones ante la justicia, mer­ced a las cuales se abrió este juicio histó­rico, lo cierto es que Medina dijo la ver­dad. La gran verdad sobre la infiltración de dineros en la campaña de Samper.

Si las cosas han de mirarse con buena óptica y sentido recto, Medina murió por la verdad. Se le imputa el que como tesorero de la campaña presidencial hu­biera sido el enlace para la consecución de dineros corruptos ante los Rodríguez Orejuela, pero esto no le resta mérito a su actitud valiente de denunciar a sus anti­guos socios y sacar a la luz pública secre­tos que de otra forma hubieran seguido ocultos.

Por su confesado delito tuvo que irse a la cárcel, primero a la Modelo por cuatro meses y luego a la reclusión en su propio palacio debido a su delicado estado de sa­lud. Por ese palacio desfiló la flor y nata de la clase privilegiada del país en la vida de los negocios, la política y la jet set. Cuando era hombre de actualidad y poder, todos lo buscaban, lo lisonjeaban y lo disfrutaban. Hasta el propio Galán lo llevó a sus filas como directivo de su mo­vimiento; luego sería el tesorero del Parti­do Liberal, aplaudido y ratificado, y más tarde ocuparía el mismo cargo en la cam­paña de Samper, donde cayó abatido por la desgracia.

Prisionero de la opulencia, terminó sus días amargado y enfermo, y además soli­tario, en el palacio dorado que todos fre­cuentaban. Sus antiguos amigos políti­cos no iban a visitarlo porque lo conside­raban traidor. Tampoco era fácil hacerlo (aunque esta circunstancia era allanable): vivía custodiado por guardias, y ya no daba cocteles ni prodigaba favores. Por otra parte, no quedaba bien que se les viera en compañía de un delincuente. Había que alejarse de él como si padeciera una en­fermedad contagiosa.

La audaz cámara de televisión que, burlando cercos y prohibicio­nes, logró entrar Jaime Bayly a fi­nales de 1997 en la residencia del magna­te prisionero, desentrañó no pocas ver­dades sobre los caóticos sucesos que lo tenían privado de la libertad y víctima de una enfermedad grave y progresiva. Por esos días se había puesto en circulación el libro de Medina La verdad sobre las men­tiras, el cual, aunque pueda tener exageraciones, es el yo acuso de este sórdido capítulo de la política colombiana.

Algo me dice que Santiago Medina murió en paz con su conciencia. Pero frustrado de sus amigos y desolado ante la vida. No hay mayor infortunio que el de quedar reducido a nada en medio de una suntuosa mansión dominada por la sole­dad y azotada por la ingratitud humana.

En los funerales se vio la ausencia total de los políticos. Reflejo dramático de la gran farsa que se llama la política. Creo que el testimonio de este pobre rico, me­recedor de lástima y también de perdón, le va a servir a Colombia. Yo recé en sus exequias una oración por su alma y por­que se esclarezca la verdad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VI-1999.

 

Categories: Temas varios Tags:

El retiro de Álvaro Orduz

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En carta a los directores de El Espectador, Álvaro Orduz León anuncia el cierre de su empresa publicitaria a partir del primero de enero de 1997, luego de 60 años de servicios.

Ha cumplido sus compromisos pecuniarios, y sólo queda a favor de sus clientes, según sus palabras, un saldo de simpatía y solidaridad. No es que lo haya vencido la edad (85 años) sino que aspira a gozar en su última etapa de merecido descanso.

Álvaro Orduz es pionero de la publicidad en Colombia. Cuando esta actividad comenzaba apenas a vislumbrarse como una de las columnas vertebrales de los negocios, él fundó en Bogotá la primera agencia, la que sobrevivió sin interrupciones durante toda una vida de esfuerzos, dinamismo y proyección. En su carácter de abanderado de la nueva ciencia, se vinculó a grandes empresas y visitó muchos países.

En la avenida Jiménez con carrera Décima, sitio de la última sede, quedará un vacío difícil de llenar. Al cerrar las puertas al público, la agencia precursora de la publicidad capitalina entra en la paz de los méritos ganados y se va del aire después de realizar positivas jornadas de servicio a la comunidad,

A Álvaro Orduz, destacado ejecutivo y brillante expositor en los escenarios internacionales, lo tentaron muchas propuestas provenientes de otras naciones. Pero él mantuvo siempre su fe indeclinable en Colombia y en su gente, más allá de los halagos económicos, y por eso perseveró hasta el final.

Hoy el país está inundado de agencias publicitarias que se mueven en las redes cada vez más tecnificadas, intrincadas y exigentes de las modernas comunicaciones. No obstante, la empresa de Álvaro Orduz desafió todos los obstáculos y conservó el vigor de los primeros días.

Fue toda la vida publicista. Pero además actuó en diversos escenarios, y en todos deja huella perdurable. Ha sido poeta, pintor, crítico de arte. Es autor del excelente libro publicado hace varios años: El arte asesinado. En él analiza el decaimiento del arte en los tiempos modernos y ofrece profundos temas de controversia y meditación. Su prosa ágil y polémica riega ideas aquí y allá con la velocidad de la metralleta y la reflexión del especialista. Su carácter franco y combativo, independiente y razonador, le ha permitido decir verdades mondas y lirondas y controvertir a las vacas sagradas.

Ya dije que Álvaro es también poeta. Sus amigos cercanos dicen que es poeta clandestino. Quizá. Lo cierto es que en este terreno se le conoce y admira más en Méjico que en Colombia. En la plazoleta del Instituto de la Nutrición, en Ciudad de Méjico, está esculpido un magistral soneto suyo dedicado a don Quijote, obra ganadora en un concurso internacional donde él compitió con figuras consagradas de la poesía. El poema se titula La cruz y la rosa y puede catalogarse como un clásico de la poesía castellana.

Con el cierre de la veterana agencia de publicidad algo se resquebraja en la historia de Bogotá. Pero Álvaro se ha ganado el premio de su edad dorada y merece un aplauso de despedida.

El Espectador, Bogotá, 31-XII-1996.

 

Categories: Temas varios Tags:

Cuestiones de identidad

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de los columnistas de este diario figura como Darío Bautista V. Es una identificación incomple­ta. Parece que estuviera mutilada. Lo correcto es es­cribir completo el segundo apellido. Es como cuando las casadas expresan (aunque el de conyugal ya no se usa, dizque porque indica propiedad y esto es machis­mo): Zoraida Torres de S. ¿De Suárez? ¿De Salamanca? ¿De Sanclemente? ¿De Satán? Esa S sola, indescifrable, es horrorosa, ambigua, y en el campo femenino no es aconsejable: puede implicar muchas posesiones. La mis­ma pregunta podría formularse en el caso de la V errá­tica de Darío Bautista: ¿Vargas? ¿Vela? ¿Vaca? ¿Ver­dugo?

En esto de los nombres propios, hay personas nota­bles que quedan definidas sin necesidad del segundo apellido: Alberto Lleras, Carlos Lleras, Laureano Gó­mez. Si se agrega el segundo apellido, a veces se des­figuran. Si se dice, por ejemplo, Laureano Gómez Cas­tro, la adición le quita resonancia al rotundo caudi­llo de la historia.

Hay personas que logran establecer el solo apelli­do como identificación plena: Gaitán (no puede ser si­no el líder popular); Carranza (el poeta); Nariño (el precursor); Botero (el pintor de señoras gordas). Otros, el solo nombre: Otto (el de la cultura nacional y la carcajada inconfundible); Guillermo León (el presidente poeta); Gloria (la eterna animadora de la televisión).

Un distinguido columnista de este diario dejó muy bien escrito su nombre: Darío Bautista. Si el segundo Darío Bautista prefiere, para diferenciarse, añadir un apéndice (esa V solitaria y muda), parece que la persona estuviera apenas retoñando. Lo mismo pasa con los Cano, los periodistas, que son tan prolíficos y que también escriben historias individuales en la prensa: uno de los descendientes del fundador debe anotar el segundo apellido para evitar confusiones (no es lo mismo Fidel Cano que Fidel Cano Isaza).

Otros, en cambio, deben suprimir el segundo apellido para individualizarse y evitar incómodas referencias, que suelen apocar la propia valía. Esto sucede con Eli­gio García. Si se agrega el Márquez, no se eleva sino que se frustra. Gabo, a propósito, que cualquiera tra­duce por Gabriel García Márquez, obtuvo el acierto mági­co de ser reconocido en el mundo entero con tan reducido grafismo. Gabo no hay sino uno. Y si otro quisiera lla­marse así, quedaría en ridículo.

En las normas fijadas por el Instituto Caro y Cuervo para presentación de originales que van a ser publica­dos, existe ésta:

«Por regla general, escríbanse completos los nom­bres propios y los apellidos, aunque sean de personas muy conocidas. Ejemplos: Tomás Navarro Tomás, Rafael Uribe Uribe, Manuel Briceño Jáuregui. Pueden abreviar­se los nombres, nunca los apellidos, así: T. Navarro Tomás, R. Uribe Uribe, M. Briceño Jáuregui; pero no Tomás Navarro T., Rafael Uribe U., Manuel Briceño J. En estos casos, por brevedad, es preferible suprimir el segundo apellido: Tomás Navarro, Rafael Uribe, Ma­nuel Briceño».

¿Y cuando la persona no tiene segundo apellido? El problema es mayúsculo en Colombia, donde esta soledad se convierte en sonrojo social. En Estados Unidos no habría dificultad: Kennedy será siempre el mismo (y John, en cambio, será, cuando no va unido al líder popular, un ser del común, lo que en Colombia no ocu­rriría con Belisario, Otto, Laureano o Virgilio). En Colombia ese trance se resuelve colocándose a la fuer­za el otro apellido que negó la suerte.

Esto no sucedió con un amigo mío de Tunja, hijo natural y dueño de gran personalidad, a quien un terco escribiente de juzgado, la persona más necia y más anónima del mundo, se negaba a recibirle la declaración si no suministraba la identidad completa. Y el aludido, con valor y desenfado, le dijo que anotara: “hijo de padre desconocido”.

El Espectador, Bogotá, 4-IX-1990.

 

 

Categories: Temas varios Tags: