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Entierro de pobre

jueves, 26 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Dice la revista Semana que en Cúcuta las autoridades crearon la primera funeraria para pobres del país, en vista de la gran cantidad de muertes violentas que se presentan en sectores de escasos recursos y que ocasionan a sus deudos serias dificultades económicas para atender los gastos del deceso. En el barrio Simón Bolívar, uno de los más pobres de la ciudad, los vecinos tuvieron que hacer una colecta para enterrar a una señora muerta por una bala perdida, cuyo funeral costaba $ 300.000. Lo mismo ocurre en otros barrios marginados.

Según estadísticas de la Policía, Cúcuta fue durante el año 2003 la tercera ciudad de Colombia con el mayor índice de muertes violentas. Los familiares,  ante la precariedad de sus recursos, se ven obligados a implorar en las calles, tanto en Cúcuta como en otras ciudades (porque el drama es nacional), la colaboración de la gente para enterrar a los muertos. Dentro de estos estados de extrema pobreza, muchos prefieren, con todo el dolor del alma, que los parientes abatidos en conflictos de sangre sean enterrados en la fosa común.  Ahora en Cúcuta existe la “Funeraria de los pobres”, donde por $ 40.000 se consigue el funeral, comprendiendo todos los gastos.

Este hecho obligó a otras funerarias a bajar sus tarifas, aunque no en niveles accesibles para los más necesitados. Desde mucho tiempo atrás, el costo de la muerte se ha vuelto exorbitante. Resulta más barato nacer que morir. Mientras más prestante o más adinerado sea el muerto, más cuesta su funeral. Por lógica, las funerarias que más se lucran son las que atienden los sepelios pomposos. Tal el precio que paga la vanidad social, cuyos efectos, por desgracia, se extienden a todos los estratos.

Recuerdo que en Armenia, hace dos décadas, el párroco del Espíritu Santo, padre Miguel Duque, practicó el mismo sistema para abaratarle a la gente pobre este costo desmedido. La fórmula consistía en que una cooperativa manejada por la parroquia atendía a precios módicos todos los conceptos funerarios, incluso el suministro del ataúd y la sala de velación. Por aquellos días escribí en El Espectador el artículo Morirse por cooperativa (20-VII-1983), donde exalté dicho procedimiento, que ahora pone en marcha el municipio de Cúcuta. (La de esta ciudad no es, por lo tanto, la primera “Funeraria para pobres”, como dice Semana).

Tulio Bayer, siendo médico rural en los municipios antioqueños de Anorí y Dabeiba, fue quizá el pionero de estos programas sociales. La violencia desatada en el país hace cincuenta años producía muchas muertes entre los campesinos de la región, quienes afrontaban las mismas angustias económicas que siempre han vivido las personas humildes en todas partes. En vista de lo cual, el médico Bayer hizo construir un ataúd comunitario para prestárselo a los pobres. Pasadas las exequias, los deudos devolvían la caja mortuoria para ser utilizada por otros campesinos. Esto implicaba que los muertos se enterraran sin ataúd, pero a precios ínfimos. Al fin y al cabo, el abrazo de la tierra llega lo mismo a todas las sepulturas.

En Coyaima (Tolima), Deogracias Bucurú, de 95 años de edad, compró hace dos décadas su propio ataúd, presintiendo su muerte próxima. Pero la parca no ha tocado todavía en su puerta. Este longevo previsivo, que piensa superar el centenario de vida en las mismas condiciones de salud de que ahora disfruta, viene prestando el ataúd a sus vecinos para que se eviten los costos usureros de última hora. La única condición es que se lo devuelvan después del velorio.

Estos casos ponen de presente, en primer lugar, la explotación de las funerarias frente a los duelos familiares, y en segundo, el sentido humano con que personas sensibles como las aquí aludidas (y otras que trabajan en silencio) buscan contrarrestar los abusos que se cometen en el trance final de la existencia. Merece destacarse el episodio reciente de Cúcuta como ejemplo de solidaridad humana que ojalá se imitara en otros municipios.

El Espectador, Bogotá, 23 de septiembre de 2004.

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Comentarios:

Apreciado Gustavo: magnífico tu artículo sobre las funerarias de Cúcuta. El maestro del artículo eres tú. Sin duda alguna. Me quito el sombrero. De verdad. Hernando García Mejía, Medellín.

Qué buen artículo, Gustavo, cómo lo disfruté al máximo como testigo que fui hace 20 años de las rebatiñas por la muerte como médico rural en Antioquia. Tu artículo es denuncia y poesía; excelente combinación de vivencias. Nicolás Trujillo. 

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