La noche del girasol
Por Gustavo Páez Escobar
“La felicidad es tan elemental que a veces no la vemos. ¿Vemos y valoramos el aire? Sin él no existiría la vida”. Esta consideración, expresada por uno de los personajes de Fernando Soto Aparicio en su reciente novela La noche del girasol, editada por Plaza y Janés, es el eje central de la obra. La búsqueda de la felicidad recorre toda la historia que el escritor boyacense presenta en su nueva creación, con la cual llega a 51 libros publicados. Es la suya, sin duda, una de las carreras literarias más fecundas y sólidas del país, que arranca desde la propia niñez y ha cumplido un itinerario de entrega absoluta a las causas del alma y del espíritu.
Su mayor ponderación la ha obtenido en el terreno de la narrativa, con 27 novelas y 8 libros de cuentos y relatos. El éxito en la novela, con varios títulos que se volvieron indispensables en las aulas escolares, y sobre todo con La rebelión de las ratas (ganador de un acreditado premio en España, en 1962), ha relegado a segundo plano otra de sus fibras más auténticas, la de poeta, campo en que ha editado 12 libros y está próxima a salir una antología que ha tenido oportunidad de conocer el autor de estas líneas.
Soto Aparicio ha tomado al hombre como el personaje de todas sus tramas. No hay novela en que no explaye los eternos conflictos de la condición humana, situados en suelo colombiano pero de común suceso en cualquier país de América o el mundo. Por eso es escritor universal. Los dramas de la injusticia social, la pobreza, la violencia, la explotación de los humildes, el atropello de gobernantes y políticos afloran en sus obras como ma palpitante de la desgracia del hombre en cualquier latitud del planeta.
Es reiterativo y a veces obsesivo en algunos planteamientos, pero sus historias las elabora con novedad y buena sazón, como si cada episodio fuera inédito. La obsesión en literatura significa certeza sobre los asuntos que apasionan al escritor. Lo que hace el buen novelista no es otra cosa que pintar bajo múltiples ropajes las cotidianas y comunes vivencias del género humano, que poco cambian de un escenario a otro, pero que solo el verdadero escritor consigue hacer originales con su estilo y su mente artística. ¿Cuántas novelas se han escrito sobre la violencia colombiana? ¿Cuántas sobre la guerrilla, el narcotráfico y el secuestro? Son incontables. La diferencia reside en que unas son legibles y otras despreciables.
La noche del girasol gira sobre uno de los mayores suplicios que vive el país: el secuestro. Tema de actualidad que el novelista maneja con altas dosis de emoción y suspenso, de pasión y erotismo, de felicidad y desdicha, y que desde las primeras páginas conquista al lector con una ilación ágil y patética. Obra de admirable brevedad, donde se mueven dos mujeres encantadoras como personajes centrales de una historia a la vez tierna y dramática.
Con su poder para novelar, el autor describe a cabalidad el horizonte sombrío de la vida nacional sometida al flagelo permanente de los plagios y las torturas, de la barbarie y la muerte, y hace emerger el amor y la poesía como flores exóticas y fragantes en medio de la tragedia. Los versos de Alfonsina Storni y Laura Victoria derraman sus aromas sobre un territorio cruel y salpicado de sangre. Como el girasol solo se levanta de día, esta flor marchita en la noche se convierte en símbolo de la violencia colombiana. Por eso, La noche del girasol existe como testimonio de la fatalidad.
El Espectador, Bogotá, 24 de junio de 2004.