Cartas desde la selva
Por: Gustavo Páez Escobar
El cabo Livio Martínez permanece en poder de las Farc desde el 21 de diciembre de 1997, junto con otros militares capturados en el cerro de Patascoy. Claudia Tulcán, su novia de 15 años, lo buscó entre los 11 cadáveres envueltos en bolsas que bajaron de los helicópteros después del combate, pero no lo encontró. En marzo siguiente, la joven recibió una carta donde su novio le contaba que había sobrevivido a la catástrofe y esperaba salir pronto de la prisión para casarse con ella y darle un hogar al hijo que venía en camino.
Embarazada a tan temprana edad, Claudia confiaba en que él regresara en pocos días a cumplir su palabra de matrimonio. Han pasado 6 años y ella ha recibido 23 cartas, que guarda con dolor y cariño en el cofre de su alma esperanzada. La última le llegó hace un año y estaba dirigida al hijo que ya había nacido y había tenido que ser registrado con los apellidos de la madre.
Los actores de este drama, al igual que una larga lista de colombianos, padecen la impiedad de la guerra, monstruo al que nada importan el destrozo de los afectos ni la amargura de los hogares. A lo largo de los tiempos ha sido la guerra el mayor suplicio y la mayor insensatez que ha sufrido la humanidad. La madre prematura, hoy de 21 años, a quien el destino tronchó en plena juventud sus más caros ideales, lucha en medio de su abandono por sostener y educar a su hijo, y al mismo tiempo abrigarle la confianza de que tiene padre, por más que este sea más hipotético que real.
Los 2.300 días corridos desde que la mala suerte le tendió una celada al cabo Martínez representan el mayor oprobio para estas personas separadas de sus seres queridos por la sevicia y la demencia de los torturadores. A mitad del año 2001, cuando se realizó un acuerdo humanitario, volvieron a casa 365 militares, pero la guerrilla retuvo a 32 oficiales y suboficiales, como medio para presionar una ley de intercambio.
Encerrado entre tablas y alambres de púa, al estilo de Hitler, Livio Martínez se ha comunicado con su novia a través de las 23 cartas descubiertas en Pasto por un periodista de El Tiempo, cartas de amor y de tragedia en las que el corazón del cautivo manifiesta bellos sentimientos. En una de ellas le dice:
“Si quieres puedes buscar otra persona que te brinde muchas cosas que yo no he podido brindarte, pues veo que lo mío es muy incierto y sinceramente no me gustaría que no pudieras realizar muchos sueños que tienes”.
Claudia le ha sido fiel y, lejos de desanimarse, le ha contestado con mensajes de esperanza, narrándole de paso las travesuras del pequeño, quien en Navidad, y ante la pregunta sobre lo que deseaba que le trajera de regalo el Niño Dios, respondió que a su papá. Si los dos se ven y se conocen algún día, ya la crueldad habrá dejado en sus almas cicatrices incurables. Y si el encuentro nunca se realiza, su drama será un monumento más que se levantará al odio que nos legó Caín y que nunca ha dejado de gravitar sobre el destino humano, como una maldición bíblica.
En otra carta, el novio se dirige a Claudia como “la mujer más linda” y le dedica un poema que así comienza: “Quiero ser en tu vida algo más que un instante, / algo más que una sombra y algo más que un afán. / Quiero ser en ti misma una huella imborrable / y un recuerdo constante y una sola verdad”.
Como personas privadas de la libertad y del derecho a la intimidad, todas las cartas que escriben los presos son revisadas por la guerrilla. ¿Qué sentirán los verdugos, que también tienen mujeres e hijos, cuando se enteran de estas tragedias que podrían ser las suyas? La duda está en saber si ellos tienen también sentimientos.
El Espectador, Bogotá, 22 de abril de 2004.