Las cartas de antaño
Gustavo Páez Escobar
Una reciente crónica de Fabián Forero en el diario El Tiempo ha revelado una noticia insólita: que la escritura a mano existe todavía. En medio de este mundo que ha roto con bellas costumbres del pasado, esto de saber que aún se usan las cartas manuscritas, comprendiendo entre ellas, por supuesto, las cartas de amor, nos da un alivio a quienes no podemos resignarnos a la disolución de normas y principios que definieron el estilo de los viejos tiempos. Y marcaron nuestra propia alma.
Dicha crónica descubre una entidad estatal que yo creía extinguida: los Servicios Postales Nacionales, que hoy funcionan con la marca 4-72. Curiosa identificación del nuevo organismo postal. Investigando su procedencia, supe que este número identifica las coordenadas que posee Colombia en el globo terráqueo. Los antiguos Correos de Colombia de días remotos, o la Administración Postal Nacional (Adpostal) de época menos antigua, han quedado reducidos a tres números: 4-72. Y a un color distintivo: el azul.
Ruth Romero Daza, mujer de 40 años, toda de azul vestida, inicia su recorrido diario a las 8:30 de la mañana. Cada día debe entregar, de puerta en puerta, 50 cartas en Bogotá, y lo hace en su bicicleta todoterreno, que se las sabe todas. Como ella, otros 389 carteros ejecutan el mismo oficio. En este frágil vehículo se transportan todavía esquelas de amor de parejas que guardan alguna semilla de romanticismo. También va la carta para el preso, o para el comerciante, o para el acreedor. Es un residuo del pasado que se niega a desaparecer, a pesar de la arremetida del correo electrónico.
“Internet sepultó el correo tradicional”, dice Fabián Ramírez, funcionario de 4-72. Y agrega que hoy se entregan en Bogotá unas 2.000 cartas semanales escritas a mano, mientras antes se despachaban hasta 20.000. Lo deplorable de este cambio mutilador es que antes la gente escribía sus cartas con esmero y reflexión, vale decir, con buena redacción, con ortografía, con raciocinio, con respeto y elegancia. Hoy, en aras de la velocidad, de la simplificación y el facilismo, a los corresponsales no les importa chapucear el idioma y cometer las mayores burradas.
El manejo de las tildes, de las mayúsculas y las minúsculas, la donosura y la claridad de la expresión son cosas del pasado. El mundo moderno ignora los códigos del bien decir. Lo que importa es ir rápido, sin detenerse ni profundizar en nada. La estética epistolar desapareció. Antes la correspondencia era un género literario. Hoy es un campo baldío. Por fortuna, todavía quedan exponentes que tratan de salvar lo poco que resta de este desastre universal.
La internet trajo mucho progreso al mundo. Pero al mismo tiempo sacrificó muchos valores. Carmen Zamora, amiga mía colombiana que vive en Los Ángeles (Estados Unidos), me cuenta que al ir a matricular a su pequeño hijo en el colegio, notó que entre los elementos que debía llevar no le pedían lápices ni bolígrafos. Creyó que se trataba de un olvido de la profesora, pero no fue así: esta le informó que dichos utensilios sobraban, y le indicó que en cambio debía llevar un computador manual donde el niño aprendería a escribir y pintar con el lápiz digital.
Por todo lo dicho, anoto que me causó sorpresa y admiración el saber que todavía hay personas que escriben sus cartas a mano, y una entidad que se encarga de llevarlas a sus destinatarios. Ojalá 4-72, que parece una empresa obsoleta en este mundo iconoclasta y arrasador, sobreviva en medio de la tormenta.
Quedan parejas que practican aún el método de “cartearse”, aunque no dentro de la velocidad e impersonalidad del correo electrónico (cuando no se emplea bien, vale la pena aclarar), sino a mano, con un bello sentimiento a flor de piel y acaso con una gotita de perfume sobre el filo del papel, como lo hacían los enamorados de antaño.
Esto puede ser una ilusión o una utopía, pero es que el hombre debe conservar el derecho a soñar. Cuánto diera yo por que algún día tocara en mi puerta la mensajera Ruth Romero Daza, con su bicicleta todoterreno, su uniforme, su gorra y su mochila pintados de azul. Lo difícil es encontrar la corresponsal para semejante aventura.
Eje 21, Manizales, 22-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VI-2012.
El Espectador, Bogotá, 23-VI-2012.
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Comentarios:
Cuántas veces he añorado la carta, la tarjeta, la palabra de puño y letra. A los niños se les va privando de incursionar con sus medios en el mundo de la escritura, de la comunicación personal, etc., y ni qué decir de la lectura, todo condensado. Falta el delicioso contacto con las carátulas, el voltear de las hojas, los largos ratos con el libro entre las manos. Elvira Lozano Torres, Tunja.
Los ordenadores no interpretan la emoción de los trazos contenida en la caligrafía de cada letra ni la carga de intimidad de los contenidos expresados con colores y aromas. MedaJoZa (correo a El Espectador).
¡Nostalgias del ayer! Ah, cómo no recordar aquellos tiempos idos, de cartas perfumadas y de tiernas palabras endulzadas con el más sutil embrujo de la inocencia primaveral. Cartas que iban y venían, unas, contando sus tristezas y sus cuitas de amor, las más, añorando no poder estar al lado de su amor (…) En mi caso, duré cinco años escribiendo cartas de amor para mi amada. Hoy llevo 43 años de casado con la que crucé cartas perfumadas con pétalos de rosa y pensamientos del camino, de aquellos tréboles de cuatro hojas. Hecnomef (correo a El Espectador).
Don Gustavo Páez me ha hecho recordar mis viejos tiempos de niño, cuando el cartero le llevaba la correspondencia y los telegramas a mi papá. Era una persona querida del pueblo. Foción Bustamante Carrascal (correo al El Espectador).
En tiempos del ordenador y del correo electrónico, las bellas cartas de amor viven un momento agónico. Los carteros de hoy en día sólo nos traen propaganda: jamás nos dan la alegría, de cartas, como Dios manda. Alab Buriticá Trujillo (correo a El Espectador).
Quiero manifestarle que comparto plenamente su parecer y sentir, y a la vez contarle que aquí en Venezuela la marca Montblanc promueve un concurso anual y premia a quien, a juicio del jurado, haya escrito la más bella carta de amor. Gracias por proporcionarnos ese bonito recuerdo. Aminta Urdaneta, Barquisimeto.