Palabras de mujer -II-
Por: Gustavo Páez Escobar
El otro libro es el de la poetisa antioqueña Mara Agudelo, nacida en Toledo, y lleva por título Mara, una vida novelada. En 1967 inicia su producción literaria. Fuera de la obra actual, ha escrito siete libros de poesía y un taller literario con poesía infantil. Sus versos son de protesta y en ellos bullen los problemas sociales. Alguien dijo que Mara Agudelo, con María Cano, “son lenguaje de liberación”.
Mara Agudelo ha ejercido el periodismo, y en 1980 fundó la revista Voces. Es cofundadora de la Asociación Colombiana de Periodistas de Antioquia y presidenta de la Corporación Mujeres Poetas de Antioquia (las distinguidas damas prefieren que se les llame poetas y no poetisas: allá ellas). Trabajó como educadora oficial hasta jubilarse y ocupó diversos cargos en entidades oficiales, dentro y fuera de su comarca. Además, es experta vendedora de libros
Entre sus poemas sobresale Corazón de montaña. Amiga del arte musical, varias letras suyas han sido musicalizadas y difundidas por sellos de prestigio. En Pereira se hizo amiga de Luis Carlos González y Enrique Figueroa. Fue una aplaudida declamadora. También ha actuado en el teatro. En fin, esta gama de aficiones y actividades revelan una inquieta y atrayente personalidad. Bien hace ella, ahora en la edad madura, en recoger sus vivencias, ideas e inquietudes en el libro autobiográfico que, junto con el de Gladys García de Londoño, que comenté en nota anterior, representan hechos destacables.
La narración de su vida es franca, abierta, sin tapujos. Descarnada en algunas partes. Aquí está la auténtica mujer antioqueña que emerge desde el montañoso y estrecho poblado de Toledo, distante 176 kilómetros de Medellín, y luego de no pocas peripecias llega a la capital y conquista un nombre y una posición en el mundo literario. Su ambiente familiar, que hoy recuerda con pesar y desazón, está oscurecido por el padre beodo y mujeriego, y más tarde por la madrasta que le declara la guerra. Sin embargo, de allí surge la dulce evocación de su madre, al lado de la cual se inicia en la actividad cultural, que años después se convertirá en la justificación de su existencia.
En un mismo mes pierde a su padre y a su madre. Los huérfanos quedan bajo la protección de su tío sacerdote y encuentran refugio en la casa cural. Como tienen parentesco con monseñor Miguel Ángel Builes, el controvertido obispo de la historia católica colombiana en mitad del siglo pasado, la futura escritora abre los ojos a esta dolorosa realidad: la de la Iglesia politizada y extremista, y la del país violento y sectario. A pesar de sus raíces religiosas, Mara se crispa un día, en vísperas de hacer la primera comunión, ante el grito que recibe del confesor por no hablarle duro.
Grito que le queda sonando toda la vida como un acto de terror. Quizá este hecho contribuya al deseo que llegará a experimentar por no pertenecer a ningún credo y ser librepensadora. Sin embargo, mantiene en su alma la llama de la religiosidad y la costumbre del rezo. Le encantan la misa voluntaria y la confesión íntima con Dios. “Veo a Dios en el temblor de la hoja (…) No sé vivir lejos de Dios”, declara. De esa compenetración con la divinidad se derivan su amor al prójimo y su solidaridad con las causas del hombre.
Varias marcas más le quedan de aquellas épocas ingratas. Entre ellas, la pasión fanática de los partidos: había descubierto en las oficinas de personal que las hojas de vida llevaban grabadas las letras “C” o “L” para diferenciar al que era conservador y al que era liberal y disponer de los cargos cuando llegara el momento. Se iba a casar con un godo, y como ella era liberal, su familia se lo impidió. ¿Liberal, conservador? El individuo podía no serlo, pero el rótulo o la tradición del apellido era lo que contaba.
Mara no se casó, sino que la “casaron”. Su ignorancia e ingenuidad en este terreno eran supinas. De sexo no sabía nada, ni recibió ninguna formación. Pero había que dar el paso y llenarse de hijos. Tuvo ocho partos, y cinco criaturas se perdieron. En medio del caos, logró al fin la separación conyugal por decisión del Tribunal Eclesiástico. Y juró no volver a casarse.
Como desquite para sus frustraciones, conquistó la tranquilidad en los caminos de las letras. Ha viajado por el país y el exterior y se ha embriagado de paisajes y de cultura. En Méjico se entrevistó con Germán Pardo García y Laura Victoria. En Europa probó los buenos vinos, saboreó platos deliciosos, se extasió ante el arte y se maravilló con los infinitos placeres que surgen por doquier.Da gusto leer libros testimoniales como el de Mara Agudelo. Libro que, al mismo tiempo que recrea, dibuja perfiles de las costumbres y el modo de ser de los colombianos en viejos tiempos, y de paso deja lecciones de vida.
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Pérdida de la identidad.- El escritor Hernando García Mejía me había enviado copia de la carta que dirigió a Manuel Drezner y que aparece publicada en la sección Preguntas y Respuestas de El Espectador (edición dominical del pasado 3 de octubre). En ella el corresponsal manifiesta que la causa que determinó la muerte de Nicolás Gogol, de quien se dice que lo enterraron vivo, no podría ser un ataque de epilepsia sino de catalepsia. García Mejía, erudito en literatura y que tiene a Gogol entre sus escritores preferidos, hace en su carta valiosas reflexiones sobre el tema de los burócratas (a propósito de El inspector, obra de Gogol que acaba de ser adaptada al teatro colombiano). Pero ocurre que el segundo apellido del corresponsal (Mejía) fue cambiado en la columna de Drezner por Maya. Conclusión: Hernando García Mejía corrigió una errata y luego fue víctima de una errata mayor, que le hizo perder su identidad. .
El Espectador, Bogotá, 25 de noviembre de 2004.