Percepción de inseguridad
Por: Gustavo Páez Escobar
Es inocultable la ola de inseguridad nacional que se ha acentuado en los últimos meses. No solo se trata de los hechos violentos sucedidos en varias poblaciones del Cauca, donde las Farc buscan afianzar su poder, sino de diversas perturbaciones presentadas en otros lugares del país.
Donde más se ha recrudecido la violencia en los últimos días ha sido en pueblos neurálgicos del Cauca, en los que por su densa vegetación se facilita el ataque sorpresivo a la policía y a la población civil y luego la fuga por los montes. Estos episodios han dejado un saldo horrendo de muertos y heridos, casas destruidas y otros estragos que estremecen no solo a los habitantes de esos municipios sino a Colombia entera.
Los facinerosos no se conforman con masacrar a los pobladores y arrasarles sus viviendas, sino que regresan más tarde a terminar con lo que ha quedado en pie. Y toman escudos humanos para protegerse contra los disparos de la fuerza pública. Así describe su drama Luz Mery Granados, que perdió su casa en Toribío al explotar una ‘chiva’ contra la estación de Policía: “Todo se perdió, no quedó ni la cama porque el peso del techo la quebró. El esfuerzo de años quedó hecho escombros”.
El 13 de junio murió un niño y diez personas quedaron heridas al estallar una bomba cerca al puesto de Policía de Iscuandé (Nariño). Al día siguiente, en ataque en Puerto Rico (Caquetá), fueron asesinadas dos personas y diez fueron heridas. El 17 del mismo mes, un carro bomba hirió a 17 personas en Popayán. El 19 fue secuestrado un candidato a la alcaldía de Juan de Arana (Meta). Ya son nueve los aspirantes a las elecciones de octubre que han sido asesinados en el país.
El 20 de junio, las Farc volaron una patrulla en Antioquia. Al otro día fueron asesinados dos policías en la carretera entre Cali y Buenaventura. El 29, las Farc bloquearon, cerca de Yarumal, la troncal entre Medellín y la Costa y fue asesinado el comandante de la policía de carreteras de Antioquia. En el primer semestre del año ocurrieron 23 masacres, 21 por ciento más que en el mismo periodo del 2010.
Este, a grandes saltos, es el cuadro que dibuja la escalada de inseguridad que se percibe en la nación. A esto se suman los atracos y asesinatos en las ciudades, los robos de carros y residencias, el raponazo a los celulares, la proliferación de las armas blancas. La ciudadanía tiene temor a transitar por las calles. Al propio Peñalosa le robaron en el norte de Bogotá la bicicleta que estaba asegurada en la parte trasera de su vehículo.
En la última encuesta de Gallup, el 74 por ciento de la gente manifiesta que la inseguridad en el país está empeorando (el registro más alto en casi tres años). Esto no coincide con los partes de tranquilidad de las autoridades. Bueno es el optimismo, pero ignorar la realidad es malo. El presidente Santos habla del cerco estrecho que se tiende desde hace buen tiempo sobre ‘Alfonso Cano’. Sin embargo, siempre se escapa.
Ayer, al inaugurar las sesiones del Congreso, reconoció Santos que el reto que tiene el gobierno es “afinar las estrategias” para contrarrestar los golpes de las Farc. Lo está haciendo, pero aún no se ven resultados contundentes. Por otra parte, se habla de cansancio de las tropas. Desde el exterior, The Economist dice que la reducción de la seguridad obedece a una baja de la moral de las Fuerzas Militares, debida a decisiones judiciales.
Esta percepción de inseguridad, que es dramática, aunque susceptible de mejorar (así lo esperamos), se sintetiza en lo expresado por Francisco Barrera en carta enviada a la revista Semana: “No queremos volver a la situación de comienzos de la década, cuando los ataques guerrilleros eran el pan de cada día y no se podía recorrer el país por carretera”.
El Espectador, Bogotá, 21-VII-2011.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VII-2011.
Eje 21, Manizales, 23-VII-2011.