Los ausentes
Por: Gustavo Páez Escobar
Comienza otro año con miles de hogares destrozados por la ausencia de sus seres queridos. Muchas de esas personas murieron en manos de la guerrilla, y sobre otras nunca se ha sabido, ni se sabrá, si están vivas o muertas. Desde 1997 han sido secuestrados 17.000 colombianos, lo que representa un promedio de 2.800 por año, 300 niños entre ellos. Entre los años 2001 y 2002 las estadísticas muestran que no existió ninguna variación notoria: durante 2002 se reportaron 2.986 plagiados. Hoy siguen en cautiverio alrededor de 2.000 personas, algunas con más de cinco años de esclavitud. Estas tragedias fantasmales hacen helar la sangre y estremecer el corazón.
El drama del secuestro toca la fibra más sensible del país. Se le considera, junto con el problema de los desplazados, la calamidad más grave del continente. Nunca podrá comprenderse la absoluta falta de sensibilidad humana de los autores de esta barbarie, que los sitúa en el nivel de las fieras. Aunque no: las fieras matan de una dentellada, pero no torturan. No tienen hígados para tanto. En cambio, los monstruos contemporáneos se complacen con la crueldad y se sacian con el dolor ajeno.
Hace ocho meses no se reciben pruebas de supervivencia de Íngrid Betancourt. De todos los políticos secuestrados, es ella la que más campañas ha librado por la suerte de los desprotegidos. Su libro La rabia en el corazón es la denuncia más valiente que se haya producido en los últimos tiempos contra la corrupción política y la injusticia social. ¿Por qué, entonces, la tienen secuestrada? ¿No dicen los insurgentes que ellos luchan por las causas populares? Su esposo le dice en un mensaje por la prensa: «Yo sé que ahora estás en un horno muy caliente y que las otras dificultades por las que hemos pasado no son nada comparadas con eso que estás viviendo».
El cabo Carlos Marín es uno de los 22 militares que continúan secuestrados después de 54 meses de cautiverio. No conoce a sus hijos gemelos, y ellos comienzan a entender y sufrir el drama. Serán con el tiempo, sin duda, seres lesionados por la guerra. Guerra fratricida que está engendrando las almas desadaptadas del mañana. Lo único que se sabe de Teresa Castellanos de Figueroa, que fue sacada de un hotel de Valledupar hace año y medio, y que padecía de artritis severa, es que ha perdido 30 kilos y se mantiene con los pies ampollados por causa de sus constantes desplazamientos por el monte.
Carmenza pasó la segunda Navidad esperando el regreso de su esposo y de su hija Natalia, de 17 años, secuestrados hace año y medio. Dacheira Cifuentes hace dos años que no ve a sus abuelos en poder de la guerrilla, y esperaba tenerlos en casa en la Navidad pasada. Como esto no ocurrió, la esperanza se trasladó para este año… «Completamos –dice Héctor Angulo– 983 días sin tener una sola prueba de supervivencia de mis padres, retenidos por las Farc desde el 19 de abril de 2000».
Similar tiempo de retención lleva el senador Luis Eladio Pérez. Seis meses después del secuestro, en diciembre de 2000, su esposa recibió de él la última carta. Sufría serios problemas de salud y su familia ignora qué había podido ocurrirle en tanto tiempo sin atención médica. Como él, son más de veinte los políticos en poder de la subversión.
Entre ellos están el gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y Guillermo Echeverry, ex ministro de Defensa, retenidos en abril del año pasado; Fernando Araújo, ex ministro de Desarrollo, en diciembre de 2000; Ancízar López, ex gobernador del Quindío, el 11 de abril de 2002; Jorge Eduardo Gechem, hace un año, sobre quien no se ha recibido una sola señal de vida.
En algunos casos de políticos no ha faltado la información. Quizá sus captores son más humanos (corrijo: menos perversos) y han permitido las despiadadas pruebas de supervivencia. Esto ocurre en relación con Óscar Tulio Lizcano, ex congresista secuestrado en Riosucio hace dos años y medio, quien en carta a su familia manifiesta que «ha pasado hasta ocho meses sin que nadie le hable, ha sufrido leshmaniasis, paludismo y graves infecciones intestinales, sin tratamiento médico».
Esta Colombia martirizada que agoniza con cada uno de los secuestros que se perpetran a lo largo y lo ancho del territorio, sin que las autoridades sean capaces de reprimir tanto salvajismo y tanta impunidad, es el infierno que desde años atrás vivimos con horror y que les vamos a dejar a nuestros hijos. A los colombianos de esta era nos correspondió el peor país de todos los tiempos. El holocausto de Hitler era racial. El nuestro es de exterminio absoluto de la condición humana y la dignidad del hombre, sea éste blanco o negro, rico o pobre, intelectual o ignorante.
¡Cinco y más años de cautiverio en el monte! ¿Se sabe lo que esto significa para el secuestrado, su familia, el país entero? Ha vuelto a hablarse en estos días del intercambio humanitario, figura que, ante la impotencia del Gobierno para liberar a las víctimas, debe adoptarse como fórmula salvadora de tanta desgracia humana.
El Espectador, Bogotá, 6-II-2003.