Nueva etapa de El Espectador
Por: Gustavo Páez Escobar
Independencia y equilibrio: con estas palabras sintetiza el nuevo director de El Espectador, Ricardo Santamaría, lo que será su desempeño al frente del periódico. El profesionalismo y entusiasmo que lo acompañan, al igual que los claros objetivos que se traza al asumir su delicada tarea, permiten esperar que la nueva etapa de este «periódico centenario con mentalidad joven» –como lo llama– será exitosa.
El editorial del primero de este mes, donde el doctor Santamaría anuncia su llegada a la casa ancestral, está escrito con «independencia y equilibrio», según se desprende de los enfoques certeros con que analiza la accidentada vida de El Espectador, y de los firmes criterios con que desempeñará el reto que ha aceptado.
Entendida dicha responsabilidad como una función de interés público, hecho que se deriva de la respetable tradición que exhibe el periódico, trabajar en él, y sobre todo dirigirlo, significa servirle al país desde esta el triibuna de amplia audiencia nacional y de nítida estirpe republicana. En el pasado reciente, por causas bien conocidas, el diario entró en período crítico, que impuso el severo ajuste de cifras y la planeación de nuevas estrategias, lo que determinó que la edición escrita saliera sólo los domingos, y que el resto de la semana se difundiera por internet, sistema que cual cada día aumenta más el número de visitantes, tanto en Colombia como en el exterior.
El éxito de esta operación ha sido ostensible: la edición dominical duplicó los lectores en el último año, hasta coronar la cifra récord de 823.800 personas –resultado que hay que reconocerle al editor general y director encargado, Fidel Cano Correa, lo mismo que a su equipo de colaboradores–. El estado financiero se encuentra en franco camino de recuperación, que permitirá en un futuro no muy lejano, como es la meta del director entrante, que el periódico vuelva a ser diario.
Salvadas las cifras, El Espectador puede cantar victoria sobre sus reveses pasados. Si en algún momento llegó a pensarse que iba a desaparecer, este peligro ha quedado conjurado. En toda ocasión, incluso en las crisis más agudas que ha tenido que sortear –tanto en el orden económico como en los cruciales atentados y en las aleves persecuciones de que ha sido objeto a lo largo de su historia–, siempre ha protegido los mandatos tutelares que justificaron y explican su existencia: libertad de pensamiento, defensa de los derechos humanos, lucha contra los abusos públicos, la deshonestidad y la corrupción.
La independencia no se conseguiría si los dueños de la publicación la coartan. Por fortuna, el Grupo Bavaria ha mantenido la sana política de no interferir el manejo libre, por parte de los directores, de las políticas editoriales. Desde luego, no podría lograrse la sanidad financiera, que hace imposible la vida de las empresas, sin el acertado ejercicio económico y administrativo. El equilibrio de que habla el doctor Santamaría puede entenderse en dos sentidos: en la correcta disposición de las cifras (campo del directo resorte gerencial) y en la mesura y reflexión, no carentes de claridad y firmeza, con que él se propone actuar en el terreno periodístico.
Al decir que en su actuación no habrá gobiernismo ni antigobiernismo, sino sólo periodismo, apuntala una de las columnas vertebrales de El Espectador, y con esa manifestación le da mayor solidez al propósito de independencia –¡qué importante acentuar esta palabra!– que regirá su labor directiva.
El anuncio de un periodismo constructivo y al mismo tiempo de denuncia, «que se ocupará de esa Colombia mayoritaria e innovadora que aguanta y empuja, que no pierde la esperanza, que supera dificultades», reitera el espíritu de lucha contra los desafueros y los vicios públicos, norma que ha distinguido a la ilustre casa periodística.
Celebro, como viejo columnista del periódico, la afirmación de los principios éticos y morales que invoca y refrenda el nuevo director, los que han hecho cosible el sacrificado y victorioso itinerario de la idea patriótica que hace 115 años forjó en Medellín don Fidel Cano, visionario y maestro –con alma de quijote y redentor– del mejor periodismo colombiano.
El Espectador, Bogotá, 12-XII-2002