La herencia de Caro y Cuervo
Por: Gustavo Páez Escobar
Este par de eruditos de la lengua española no podían suponer que sus nombres se unieran en los actos conmemorativos del centenario de sus nacimientos, al amparo de la ley 5a. del 25 de agosto de 1942, para bautizar el principal organismo con que cuenta el idioma, tanto en España como en los países hispanoamericanos. Don Rufino está considerado el mayor lingüista español del siglo XIX, y don Miguel Antonio, uno de los clásicos más descollantes.
Jorge Eliécer Gaitán, ministro de Educación en 1940, creó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, uno de cuyos propósitos era continuar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, comenzado por Cuervo en 1872 y que se hallaba suspendido desde 1909, año de la muerte de Caro. De dicha entidad dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, y dos años después tuvo vida propia en virtud de la ley atrás citada.
Tuvo que transcurrir un siglo largo desde el inicio del Diccionario hasta su conclusión hace pocos años. Obra monumental, tanto por su volumen como por la profundidad que posee. Se trata de la mayor contribución que se ha hecho en todos los tiempos al idioma español. La paciente labor que demandó tamaña empresa lleva el sello de este par de sabios compenetrados con la idea de realizar el más grande y completo estudio lingüístico de los países hispanos. Muchas luces del espíritu se han derramado sobre estos tomos de la ciencia, que hoy enorgullecen al Instituto, en primer lugar, y luego a Colombia como cuna de estas inteligencias superiores.
Los 60 años de vida cumplidos por el Caro y Cuervo ponen de presente el significado de los propósitos tesoneros que, forjados por el esfuerzo y el ánimo creativo, coronan resultados como el que hoy se aplaude desde España y los países que profesan la misma cultura. El tamaño de la obra culminada camina parejo con las realizaciones que en diversos campos exhibe la entidad, la más sólida que tiene el país, la que ha contado con la suerte de ser liderada por cuatro figuras de la mayor prestancia: el padre Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero e Ignacio Chávez Cuevas, y Fernando Antonio Martínez, director encargado.
Las distintas series bibliográficas ponen de presente el empeño del Instituto por defender y difundir el idioma y la cultura. Estos libros, elaborados con impecable rigor editorial, son un lujo para las bibliotecas selectas y se difunden por fuera de nuestras fronteras como embajadores de alto rango. Logros tan destacados como el Nuevo Diccionario de Americanismos, La Granada Entreabierta, Biblioteca Colombiana, Archivo Epistolar Colombiano, Series Minor, Thesaurus, Noticias Culturales y demás publicaciones cumplen ponderable función como órganos difusores del pensamiento.
Cualquiera pensaría que con semejante cúmulo de méritos, el Instituto recibe, en la parte presupuestal, el debido tratamiento. Esto no ocurre. La precariedad de las cifras va en contravía de los sacrificios y los triunfos que muestra la benemérita institución. Aquí habría que hablar, en relación con la nómina laboral, de mártires del idioma. Los gobiernos, que han sido indolentes con estos abnegados servidores de la cultura, se olvidan de quienes más trabajan por la superación espiritual de los colombianos.
Llega así el Instituto Caro y Cuervo a sus 60 años de vida en medio de la admiración nacional y con la resonancia internacional obtenida por los varios galardones que le han sido conferidos. Esta hazaña cultural merece público reconocimiento.
El Espectador, Bogotá, 5-IX-2002.