La hora de Francisco Santos
Por: Gustavo Páez Escobar
La oposición familiar al nombramiento de Francisco Santos como fórmula vicepresidencial de Álvaro Uribe Vélez, lo mismo que las voces que se han pronunciado en el mismo sentido, no restan validez a otros argumentos que lo señalan como carta idónea para dicho cargo. Si una persona suscita discusión es porque tiene importancia. Las opiniones divergentes son parte de la democracia.
Por respetable que sea la actitud familiar del clan Santos, expresada en editorial vigoroso de su diario, la gente sabe que esa manifestación defiende reglas internas del grupo pero carece de razón para desconocer las virtudes del elegido. Debe extrañarse que el editorial empleara términos desbordados y duros, tal vez producidos por la noticia inesperada, como los siguientes: «Un hecho desconcertante y doloroso. Una decisión equivocada, que lastima la credibilidad del periódico. Francisco Santos no podrá volver a ejercer su profesión desde este periódico».
Son conocidas las viejas controversias que existen en el seno de esta familia, las que han marcado dos líneas de competencia dentro de los descendientes del fundador y dispensador del capital: el presidente Eduardo Santos. Los líderes de uno y otro grupo –antes, los Santos Castillo; hoy, los Santos Calderón– conforman dos ramas de sucesión ubicadas en campos distantes, si se mira el poder accionario en El Tiempo, y protagonistas de diferentes maneras de ser y de interpretar la evolución del país. La misma casta, con distintos matices. Sus miembros buscan la unidad familiar, aunque no siempre lo consiguen.
Cuando El Espectador suspendió hace siete meses su edición diaria, Santos hacía desde España una sentida evocación del viejo y combativo periódico, del que había aprendido sólidas lecciones de periodismo. Recordaba en esa columna (9-IX-2001) los lazos de amistad que lo unían con la familia Cano y que le permitieron asimilar las claves de su profesión.
Temía que el silencio de la competencia pudiera convertirse en desajuste para su periódico. «Para El Tiempo –decía– el cierre de este diario puede ser tremendamente perjudicial. No tener un marco de referencia puede llevar a un aburguesamiento en el que es fácil caer». Sería interesante saber si ese aburguesamiento ya llegó.
Dos características principales distinguen la personalidad de Francisco Santos: la de periodista vertical y la de patriota auténtico. Su pasión por el periodismo se la inculcó su padre y maestro, y el alumno la acrecentó en su recorrido por las rotativas familiares, donde terminó como jefe de redacción y editor, con posibilidad de llegar a la dirección del periódico.
Exiliado en España durante dos años, ocupó el cargo de asistente de la dirección de El País. Prueba clara de que el periodismo lo lleva en la sangre, además de haberlo estudiado en la Universidad de Texas, si bien este oficio de combate –el más hermoso del mundo, en palabras de García Márquez– no se aprende en las universidades sino al pie del cañón.
Francisco Santos conoce bien al país. Lo interpretó durante su ejercicio en El Tiempo y lo sufrió con la amarga experiencia de su secuestro a manos del narcotráfico. Este hecho le hizo sentir en carne propia el mayor flagelo que azota la vida de los colombianos. Su poder de convocatoria lo demostró con los diez millones de votos depositados en las urnas, bajo su liderazgo, con los que consiguió la aprobación de una dura legislación contra el secuestro.
Ha sido trabajador incansable de los derechos humanos y denodado defensor de la libertad de prensa. Su pensamiento libre le permite expresar opiniones atrevidas y verdades rotundas, con lo que revela solvencia moral para distinguir la conducta humana y valor para desenmascarar los hechos confusos de la vida nacional. Combate la corrupción y la politiquería con la misma entereza con que abandera desde País Libre la causa de los perseguidos por la violencia.
Estas dotes representan garantía para su probable desempeño en la actividad pública. El país clama por un cambio de rumbo en la conducción del Estado, después de tantas corruptelas y tantos desastres como los que afloran en el panorama nacional, cometidos por personajes de relumbrón.
Nada mejor para ese propósito que escoger gente incontaminada y recta, inteligente e imaginativa, dotada de liderazgo y de vocación social, virtudes indudables en la discutida personalidad de Santos, a quien le ha llegado la hora de demostrar sus capacidades de gobierno.
El Espectador, Bogotá, 18-IV-2002.