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Los rasguños de Osuna

sábado, 28 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

El periódico El Tiempo se inventó un año sabático para explicar la salida de Héctor Osuna de la revista Semana. Para el descanso le asignó el oficio ideal: la pintura. Sin embargo, el caricaturista da otra versión de los hechos en carta enviada a la revista:

«El propietario y el novel director del semanario saben muy bien que no me voy porque tenga nuevos proyectos y que fueron muy otras las circunstancias en que se produjo mi desvinculación como colaborador de Semana, las cuales pasa­ron por el no va más de la columna ‘personalísima’ de Lorenzo Madrigal, lo que forzó mi retiro, y siguieron con nuevas condiciones, sorpresivas e inaceptables, que ni siquiera consideré».

Quienes conocemos a Héctor Osuna sabemos que es hombre de una sola pieza. De carácter altivo e inquebrantable. A lo largo de su labor periodística, que acaba de pasar la barrera de los 40 años, lo que más ha defendido ha sido la libertad de expresión.

Vale la pe­na aclarar que El Espectador nunca le coartó la libertad para censurar u opinar, por más que en muchas ocasiones no siguiera el pensamiento editorial del periódico. Sin el requisito de la independencia conceptual es imposible que Osuna, o Lorenzo Madrigal, permanezca en algún medio de comunicación.

Osuna ha sido siempre caricaturista político, cam­po en que ha esgrimido con bizarría y porte de gladiador romano armas contundentes para el cabal desempeño de su oficio: irreverencia, firmeza de las verdades, claridad de los conceptos, arremetida contra lo divino y lo intocable. La caricatura exige estar en línea de oposición para que conserve su real espíritu contra los desmanes del poder y los desvíos de la moral pública. No se puede ser buen caricaturista cuando se es complaciente o débil con los gobernantes.

«El golpe debe ir a la mandíbula», recomienda Don Wright, ganador del Premio Pulitzer. «Un caricaturista reverente no se llama caricaturista sino jefe de relaciones públicas», agrega Daniel Samper.

Con estas reglas, que jamás han desmayado en la confección de sus figuras de combate, Osuna hizo célebres la perrita Lara, en el gobierno de López Michelsen; los caballos de Usaquén, en el de Turbay; sor Palacio, en el de Belisario. Cuando esta monja culta y obesa (hija de Botero) fue retirada de los salones palaciegos, la sustituyó en el gobierno de Bar­co sister Alice of the Saints –religiosa gringa y santista–, y hasta ahí llegaron las monjas.

No hay que aguzar demasiado el cerebro para de­ducir que la salida de Osuna de la revista Semana obedeció a presiones políticas. La razón es clara: co­mo sus trazos y comentarios herían determinados intereses que el semanario no quería lastimar, y el autor no estaba dispuesto a modificar su tradicional conducta crítica, la publicación debía tomar medi­das. Por lo tanto,  al colaborador se le fijaron nuevas pautas, y como él no podía aceptarlas, se fue. Luego la revista publicó una galana nota de despedida, que para el “homenajeado” contenía una oculta píldora amarga, nota que éste interpreta co­mo «la descarnada separación de cuerpos a la que se llegó en la nueva etapa santista».

Ahora Osuna se ha quedado sin puesto, circuns­tancia que eleva a 21 por ciento el índice de desempleo del país. Queda fácil pensar que al maestro le han llegado varias propuestas atractivas, pero el meollo está en que pocas resultan coherentes frente a su concepción filosófica de la caricatura y la ética profesional. Aquí no se trata de dinero sino de principios, y éstos no tienen precio.

Por no compartir la compra de El Espectador por parte del Grupo Bavaria –pulpo empresarial, según el carica­turista, que sólo buscaba concentración de poder–, en noviembre de 1997 se retiró del diario luego de 38 años de solidaridad con los Cano. El Tiempo le pre­guntó entonces si quedaba alguna puerta abierta pa­ra su posible regreso, y él contestó: «Pues inmediata, no. El Espectador seguirá siendo mi casa en tanto vuelva a ser lo que fue. Si, en una hipótesis imposible, volviera a ser El Espectador, sería fácil mi regre­so».

En días pasados el doctor Carlos Lleras de la Fuente lo invitó a volver a casa. Está pendiente la respuesta de Osuna. Como los hechos demuestran que el «pulpo» financiero ha concedido libertad al doctor Lle­ras de la Fuente para el manejo editorial del diario (circunstancia sin la cual él no hubiera aceptado la Dirección), y por otra parte el combativo y caracterizado Director –a la manera de Lorenzo Madrigal– ha recuperado el es­pacio para la crítica vigorosa e independiente de otras épocas, cabría esperar el regreso del hijo pródigo.

El Espectador, Bogotá, 24-III-2001

 

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