Fortaleza quindiana
Por: Gustavo Páez Escobar
A través de la historia el pueblo quindiano se ha caracterizado por su espíritu de resistencia para derrotar las adversidades. Este talante le viene de los bravos aborígenes que aprendieron el arte de la guerra como la manera de sobrevivir en medio de escaramuzas y de terrenos hostiles, para asegurar sistemas de convivencia y prosperidad.
Los valientes guerreros, entre quienes sobresalen los quimbayas como pueblo laborioso y creativo, fueron los que prolongaron en el tiempo dos conceptos fundamentales que distinguen la raza quindiana: el de la lucha y el progreso.
Después de pasar por complicadas circunstancias, como el despoblamiento de la región debido a la disminución de los primitivos indígenas –hecho que impuso el rigor de la selva inexorable–, irrumpiría a mediados del siglo XIX el ímpetu de la colonización antioqueña que volvería a habitar el territorio y descuajaría los bosques para transformar el paisaje y hacer germinar la tierra con la bendición de los cultivos. Así nacía el café, un grano vuelto mito y realidad, que gobierna desde entonces la vida de los quindianos como dios soberano que premia y castiga, y del que es imposible prescindir.
En los tiempos de la colonia y de la naciente república, este territorio formó parte de la provincia de Popayán, y luego del departamento del Cauca. Años después pasó a integrar otras fórmulas administrativas, siempre cambiantes, como lo era el país, y en 1905, al crearse el departamento de Caldas, fue anexado a su jurisdicción.
Este rumbo itinerante, que algo se parece a la suerte nómada de los cosechadores de café, no hizo felices a los quindianos, quienes abrigaban a esperanza de redimirse de toda suerte de yugos para poder vivir su propio destino. Tras duros combates, lo consiguieron en 1966, y desde entonces respiran los aires de la independencia soñada, y fieramente perseguida, como una enseña del carácter libre que le legaron sus antepasados.
Deseo resaltar con estos antecedentes históricos el carácter recio con que el pueblo quindiano ha vencido los escollos del camino. Nunca se ha frenado ante pequeñeces, y de las dificultades y catástrofes ha aprendido que es preciso afrontarlas sin desfallecimientos para luego triunfar. Si no se poseyera ese coraje, hoy sería una región abatida bajo el cataclismo. El valor espartano de que el Quindío ha dado ejemplo ante el país, y que ha movido la solidaridad del mundo, dice hasta qué grado de paciencia y reciedumbre llega su temple invencible.
Los reveses que hoy sufre la gente en medio de privaciones y toda suerte de sacrificios hace a los quindianos más duros, resistentes y laboriosos. ¿No eran esos acaso los principales atributos de los quimbayas? Y si se agrega el poder de artistas y creadores, como fue aquel pueblo de orfebres, tendremos en pocos años el ejemplo vivo de una región mutilada que logró salir de las cenizas para levantar sus pueblos y ciudades, los que se niegan a desaparecer por estar edificados, más que con objetos materiales, con el vigor de la raza.
¡Cuánta visión tuvo Rodrigo Arenas Betancourt al erigir en la plaza de Armenia su Monumento al Esfuerzo! El artista, que comprendía muy bien la idiosincrasia quindiana, perpetuó en ese emblema la mayor virtud regional: el ánimo de lucha. Lo mismo que el quindiano no conoce de cobardías ni languideces, tampoco ignora que el esfuerzo con que ha escrito su historia será el único capaz, en esta hora adversa, de conquistar el futuro.
Un día los quindianos se empeñaron en librar la campaña de independencia que les permitiría tomar sus propias decisiones, y lo lograron. Con la pala del progreso al hombro abonaron los campos e hicieron florecer las cosechas, hasta que el infortunio de los bajos precios del café desarmó su economía básica. Sin embargo, no se intimidaron y buscaron otras alternativas.
Ahora, las fuerzas desatadas de la naturaleza han destrozado la región. Pero ahí vemos a los habitantes, cavilosos acaso, pero nunca vencidos, reconstruyendo las ruinas y mirando con optimismo al futuro. Confían en sus fuerzas y saben que saldrán adelante.
Al paso de los años, Armenia y las poblaciones quindianas serán de nuevo otro milagro de superación. Detrás de ellas, como en la vida de los grandes hombres, habrá la explicación de un pueblo valeroso que no se dejó ganar la partida de las calamidades y que, por el contrario, supo ser grande en medio del mayor desastre colombiano de este siglo.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-IX-1999.