A la hora de las promesas
Por: Gustavo Páez Escobar
La política colombiana está al rojo vivo. Todos los días y a toda hora los candidatos repiten, a lo largo y ancho del país, con increíble poder de movilización y resistencia, sus mismos discursos cargados de promesas, casi idénticas en todos los movimientos, aunque con diferentes enfoques. Se promete el cielo y la tierra. «En mi gobierno habrá paz, no habrá nuevas reformas tributarias, bajará el costo de la vida, se aumentará el empleo, disminuirá la pobreza, se fortalecerá la industria, el campo volverá a producir»…, etcétera.
Las mismas promesas de hace cuatro años. Claro que esta vez hay nuevos ingredientes de perturbación. Como el de los dineros corruptos, que siempre han existido, pero que llegaron al tope en la anterior campaña. Y que luego, en el gobierno de la gente, infestaron los ámbitos oficiales e impusieron la peor ola de inmoralidad pública que jamás se había conocido.
Por fortuna, muchos fueron a dar a la cárcel y aún pagan sus condenas (en la mayor parte de los casos, condenas ridículas), pero otros peces gordos, incluso el pez gordo, siguen disfrutando de las prebendas y de la impunidad de un gobierno protector.
Todo esto se acabará en el próximo período. Aquí es donde los candidatos, comprendiendo a los que nada tienen qué hacer y nadie los escucha –folclóricos quijotes de la democracia–, arremeten contra la depravación de las costumbres y anuncian pureza absoluta en el manejo del Estado. Desde luego, habrá guerra a muerte contra los ministros negociantes, contra los funcionarios deshonestos, contra los comisionistas de toda laya, contra toda clase de serruchos y componendas.
Cuando el pueblo ya no resiste más cargas y a duras penas consigue para medio subsistir –pero dejando que el Upac cercene la vivienda imposible, crezcan las cuentas atrasadas de los colegios y se corten los servicios públicos–, es bueno hablar de dinero. ¿Cuál es el candidato que no ofrece bajar los impuestos, o por lo menos frenarlos? Cuando uno de ellos ofrece disminuir el IVA, hay incredulidad nacional con sobradas razones; y no faltan quienes piensan que si lo hace será un mago.
El pueblo también escuchó hace cuatro años que habría millón y medio de nuevos empleos. Bajo esa sola perspectiva muchos depositaron su voto esperanzado, y hoy pasan hambre por ilusos. No ha habido mayor desempleo en el país. Tal vez sea éste el problema más palpitante de la actualidad. Generador de miseria, de guerrillas, de delincuencia, de atraso social y económico.
En este carnaval de las promesas electorales en que vemos a los candidatos recorrer el país como ciclones, existe razón para el escepticismo. En las giras no queda pose por mostrar, ni sombrero por exhibir, ni plato por probar, ni niño del pueblo por besar. Halagos que a veces producen efectos, es decir, votos.
Y no es que se crea en las promesas. El común de la gente sabe que son retozos de la democracia. Volátiles como las falsas ilusiones. Pero hay que votar. Y que Dios nos lleve de la mano.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-V-1998.
El Espectador, Bogotá, 18-V-1998.