Soatá con carretera
Por: Gustavo Páez Escobar
Logra Soatá, tras un siglo de penalidades, tener carretera pavimentada. Los pocos kilómetros que faltaban desde la salida de Susacón, donde la obra –que ya estaba a punto de llegar a mi pueblo olvidado– se paralizó por largo tiempo, al fin fueron concluidos. Desesperante y monstruosa esta indiferencia con una de las carreteras vitales para el progreso del país –la que va de Bogotá a Cúcuta–, que el presidente Reyes impulsó a comienzos del siglo hasta Santa Rosa de Viterbo. Y allí se quedó dormida por una eternidad.
Contra esa eternidad, o sea, contra la apabullante incuria oficial, no se cansó de protestar Eduardo Caballero Calderón. Al caballero de Tipacoque lo leían, claro está, los presidentes y los ministros del ramo, pero no le hacían caso. Y lo dejaron morir sin que la carretera llegara hasta su pueblo.
Detenido hoy el milagro en Soatá –noticia que merece destacarse con letras de periódico como tributo a las sinfonías inconclusas que gastan cien años en su ejecución–, habrá que preguntarnos cuántos años más se gastarán para realizar los 13 kilómetros que separan a Soatá de Tipacoque.
No hagamos cuentas alegres respecto al avance de la vía hasta Capitanejo, y mucho menos hasta Cúcuta, porque para estos propósitos se requieren voluntades progresistas y patrióticas (tan escasas en nuestros días) como la del presidente boyacense Rafael Reyes, que tantas obras públicas construyó en el país. ¿Cuándo Boyacá volverá a tener líderes de verdadera dimensión nacional?
He celebrado con Carlos Eduardo Vargas Rubiano, hoy el mayor promotor del progreso boyacense, la buena nueva de esta carretera eterna. Me comenta él que ojalá los descendientes de Caballero Calderón rediman la legendaria hacienda de Tipacoque, erigida como Monumento Nacional en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, y que hoy amenaza ruina, para levantar una gran hostería que atraiga turistas hacia aquellas tierras de maravillosos paisajes. Excelente idea.
El norte de Boyacá recibe algún alivio con la conversión de sus viejos caminos en vías pavimentadas. Esto es halagüeño, pero no suficiente. La pauperización que allí se vive a causa de la esterilidad de las tierras, de la falta de industria y de los escasos medios de subsistencia, ha creado, tras largos años de orfandad causada por los gobiernos, un dramático estado social que reclama urgente atención. Los grupos guerrilleros, que cada vez penetran más en aquellos contornos, desdibujan el sosiego pastoril de otras épocas y agravan la miseria.
De todas maneras es preciso aplaudir la llegada de la carretera a la Ciudad del Dátil. No hay mal que dure cien años.
El Espectador, Bogotá, 19-I-1998.