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Celajes contra el azar

viernes, 16 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Bernardo Pareja, hijo de uno de los fun­dadores de Quimbaya, donde nació en 1918, ve transcurrir sus días del atarde­cer en un predio cafetero cercano a dicha población. En época lejana ejerció la polí­tica y fue concejal de su pueblo y diputado a la Asamblea de Caldas. Como caficultor que siempre ha sido, ha vivido ligado a los vaivenes del grano y conoce, por consiguiente, las angustias y recompensas de esta actividad azaro­sa.

Su fundo es más sentimental que eco­nómico. Allí ha pasado la mayor parte de su vida dedicado a pensar y soñar. Sus libros nacieron entre surcos y paisajes cam­pesinos. Antes que cafetero ha sido poeta. Desde que adelantaba los estudios prima­rios en Cartago ya era poeta. Después se volvió lector voraz. Y escribíaen periódicos y revistas de la comarca.

Sus dos primeros libros –Arcilla ilumi­nada y Limo constelado– le dieron celebridad. Sus títulos parecen emerger de la propia entraña de la tierra. Sobre el prime­ro dice el crítico antioqueño Anto­nio Mora Naranja: «Sus versos suben a esferas apenas vislumbradas por el sue­ño, son ellos como sutiles vuelos de gavio­tas espirituales, cadenciosos y armónicos, llenos de humanidad y divinos acentos».

Recibo ahora su tercera obra, Celajes contra el azar. Bella edición patro­cinada por el Comité de Cafeteros del Quindío y que lleva el sello de Fudesco, empre­sa editora que se distingue por el esmero de sus publicaciones.

Bernardo Pareja, a quien conocí en mis remotas andanzas por lo caminos quindianos, me llega en las páginas de este libro con su palabra iluminada y su estampa de soñador, de la que es im­prescindible su pipa irrevocable. De ella salen versos telúricos como volutas de ilu­sión. Libro memorioso, de evocación y nostalgia, que se desliza por las simien­tes de su parcela y el alma del tiempo y escribe el testimonio de un andador de emociones estéticas.

Hondos sentimientos, bellas imágenes, dolorosos recuerdos afloran al borde del camino, unas veces en el verso leve y otras en el soneto perfecto, de este poeta itinerante por las tierras cafeteras, que se pega a su propio fundo para ennoblecer el tránsito humano.

Discípulo de León de Greiff, es pes­quisidor del idioma que crea vocablos y metáforas plenas de ritmo y vivacidad, de destello y sinfonía. En sus notas de pesa­dumbre deja jirones del alma enamorada: enamorado de la mujer, de la tierra, del paisaje, del afecto y la esperanza. Le canta al dolor, a la muerte y al olvido para recordar que el hombre es transeúnte de su propia soledad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 25-IX-1997.

 

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