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Año Nuevo en Melgar

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Bogotá, la salida hacia Melgar y Girardot –los sitios más buscados por los bogotanos para disfrutar de sol y descanso durante los puentes y fines de semana– es desastrosa. El tránsito se vuelve desesperante debido a la congestión de vehículos y al mal estado de las vías, y desde luego a la indisciplina de los conductor­es y la inoperancia de los agentes de circulación. En el recorrido a Soacha se gasta, si bien nos va, alrededor de hora y media, cuando debería em­plearse la tercera parte de este tiempo desde el norte de la ciu­dad. Hacer ágiles y ordenadas las salidas de la ciudad es uno de los mayores retos del alcalde Mockus.

Sólo en Soacha se inicia el viaje por carretera abierta, la que ha merecido todos los cui­dados para brindar la comodi­dad y seguridad que deben po­seer las vías nacionales. En ge­neral, el estado de éstas es de­plorable a lo largo y ancho del país y, sin embargo, se pretende nacer turismo sin contar con uno de los requisitos básicos para explotar renglón tan pro­misorio, convertido hoy en una vergüenza frente a otras nacio­nes con verdadera conciencia turística.

En fin, estamos en Melgar. Fuimos a pasar en familia los festejos navideños en una quinta aledaña al pueblo, y reci­bir el nuevo año en las conforta­bles instalaciones del Club Mili­tar. Esta estadía le permitió al periodista, aparte del buscado reposo entre libros y el disfrute de la piscina plácida, tomarle el pulso a la población y percibir desde allí el eco de la vida nacio­nal. Viajar ha de ser, más que el simple deambular por carrete­ras y parajes, acto reflexivo que nos ponga en contacto con los dones de la naturaleza y nos permita auscultar el alma de los pueblos.

El pintoresco municipio tolimense le debe su importan­cia al empuje que recibió del general Rojas Pinilla, 40 años atrás. De aquel punto insignifi­cante sobre la vía que lleva a Girardot, Ibagué, Armenia y otros destinos remotos, surgió, en forma sorpresiva, el vigoroso centro turístico de la actuali­dad que ya tiene visos de ciu­dad. Y se convirtió en hervi­dero de gente, hoteles, complejos vacacionales, comercios di­versos y múltiples problemas. Sobre todo el elemento medio de la capital, cuyo presupuesto no alcanza para lugares más leja­nos y más costosos, encuentra allí, a la mano, su Cartagena simulada.

Como los hospedajes no al­canzan para tanta demanda, a muchos les toca buscar alber­gue en los parques, en las mesas de café o en plena calle, con el lenitivo de la botella de cerveza o de aguardiente, que ambos lí­quidos circulan en alegre profu­sión durante los días de jolgorio. Melgar, plaza asediada por el turismo creciente, no sólo avanza a pasos desmedidos sino que no está preparada para en­carar el gigantismo avasallador que trae consigo el progreso.

Debe hacer, antes que sea tarde, el esfuerzo enorme para salirle adelante al futuro. Alguien me decía, frente a los continuos apagones de la electricidad, la recolección deficiente de las ba­suras y los desmanes alcohóli­cos en las calles, que el nuevo alcalde debe tener la vocación cívica de Mockus (quien ojalá no nos defraude) para que el pue­blo no le caiga encima.

Con todo, justo es reconocer el esfuerzo, y en no pocos casos el esmero de su hotelería, nego­cios de comidas y demás esta­blecimientos comerciales. Las calles están bien pavimentadas, y las viviendas, bien presenta­das. Pero como gobernar es pre­venir, acaso este diagnóstico del periodista que pasó en Melgar una grata temporada entre vi­llancicos y los globos de Año Nuevo, tenga buen recibo en la administración municipal que se inicia.

El Espectador, Bogotá, 9-I-1995.

 

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