Códigos de la comunicación Social
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El comunicador social es el fiscal por excelencia que tiene la opinión pública. Es utópico pensar en pueblos libres sin libertad de expresión, e ilusorio aspirar a que la gente cumpla sus ideales sin el motor de los periódicos, la televisión y la radio. Imaginemos qué sería de la vida colombiana sin medios de información, como ocurre en los países oprimidos: sería vivir sin oxígeno y entre sombras.
Cuando se pierde la libertad de prensa, como ha ocurrido en nuestro país en épocas funestas, es cuando se aprecia cuánto vale el derecho de informar e informarse, de opinar y criticar. Uno de los mayores oprobios que se pueden infligir al ser humano es la mordaza del pensamiento.
Por su parte, a los medios de comunicación les corresponde ser voceros idóneos de la opinión pública. Para que se les crea, deben conservar el don de la credibilidad. Tarea difícil ésta de ser dignos de la fe ciudadana. La prensa se hizo para defender principios, informar con objetividad y sin pasión, criticar con altura. Cuando tales postulados se desvían, es fácil incurrir en el amarillismo y el sensacionalismo, que se dan la mano para desfigurar el sentido de vivir con decencia.
Si no se escribe en lenguaje claro, conciso y sobrio, el presunto profesional de esta carrera está perdiendo el tiempo. Logrará que le publiquen sus columnas, pero su mensaje, al nacer endémico, se ahogará. Para el comunicador social, la palabra ha de ser mágica. A veces el columnista, el comentarista radial o el presentador de televisión se olvidan del lector y del oyente. ¿Cómo hablar sin interlocutor? ¿O transmitir ideas si las ideas propias son desarticuladas?
Otra regla de oro es decir la verdad. La gente detesta que la engañen. Decía José Umaña Bernal en sus magistrales Carnets, «que el escritor debe decir la verdad precisamente cuando nadie la espera; y en palabras desconcertantes para todos».
El crítico social debe vivir a contrapelo de la opinión general, sin lisonjear a los gobernantes ni inclinarse ante los poderosos, no sólo para mantener su categoría y su independencia, sino para hacerse respetable en la sociedad. La unanimidad con los gobernantes, o lo que significa estar siempre de acuerdo con ellos, es causa de no pocos desastres sociales. El derecho de disentir es otro de los sagrados atributos que nos concede la democracia.
Ese derecho no podrá desempeñarse sin prensa libre y responsable. Sin periodistas bien formados y bien informados. Sin auténticos medios de comunicación que luchen por la causa de los humildes, por la justicia social, por el progreso material y espiritual del pueblo.
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GRAMATIQUERÍAS.– No me cuesta trabajo reconocer la razón de Sófocles respecto al diminutivo de la palabra perezoso. Todos nos equivocamos, y él mismo ha rectificado errores de su columna. Ahora bien, si antes de glosar al redactor de El Tiempo sobre el término colincharse, que Sófocles no halló en ninguno de sus diccionarios, me hubiera llamado –como el amigo sugiere que he debido hacerlo con él en mi vacilación gramatical–, yo le habría indicado la obra que registra esa expresión: el Nuevo Diccionario de Colombianismos, de Haensch y Werner, publicado por el Instituto Caro y Cuervo. Según Azorín, «todo es provisional en el idioma. Todo es provisional en la gramática».
El Espectador, Bogotá, 28-X-1994