Gramatiquerías
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En mi último artículo, el corrector del periódico me hizo cometer errores que no figuraban en el original. Escribí en una sola palabra viacrucis –camino de la cruz– y él me la convirtió en dos: vía crusis. Es lícito escribirla de las dos maneras –aunque la costumbre prefiere un solo vocablo–, pero no con la ese horrorosa que se dejó deslizar, con lo cual la sufrida cruz quedó desfigurada. No se entiende por qué el Diccionario de la Real Academia, en contra de lo que consagra el uso popular y admiten casi todos los diccionarios, no ha fusionado en una palabra las dos voces latinas. Permite, en cambio, otras expresiones: avemaría, padrenuestro, sursuncorda, mediodía, medianoche, viaducto…
En el citado artículo, donde critico las colas desesperantes del Seguro Social, escribí lo siguiente: como los consultorios viven atestados de público, la atención será contra reloj. Aquí, al revés del caso anterior, unieron en el periódico dos palabras: contrarreloj. Protesto, ya que no se trata de una carrera de ciclismo (y en el Seguro lo menos que saben es de velocidades), sino de realizar un asunto en tiempo perentorio.
Esto de meterse uno de corrector del idioma tiene riesgos serios. Sófocles glosaba en días pasados a un columnista de El Colombiano por haber escrito peresositos, y le indicó que, por provenir la palabra de pereza, lo correcto era perezositos. El maestro incurrió en un nuevo error, ya que la terminación del diminutivo cito va con ce. Es decir: perezocitos. (Ojo, amigo corrector, con estas mezclas peligrosas).
En otra Gazapera, Sófocles manifestaba que nunca había escuchado la palabra colincharse, utilizada por un redactor de El Tiempo, y que no la había encontrado en ningún diccionario. Pero el término, aunque disonante y con cierto sabor plebeyo, está extendido en el vulgo. Así lo traduce el Nuevo Diccionario de Colombianismos publicado hace poco por el Instituto Caro y Cuervo: viajar agarrado de la parte posterior externa de un autobús, automóvil, etcétera. O sea, lo que se estila en las calles bogotanas.
El idioma, como ser vivo, es cambiante. Los diccionarios, comprendido el de la Real Academia, viven desactualizados. El pueblo es el que impone las normas. Palabras como elixir, exegeta, Nobel (todas sin tilde) cambiaron de sonido: elíxir, exégeta, Nóbel, y se pueden emplear en forma indistinta. La ortografía es caprichosa. ¿Por qué de pretensión (con s) sale pretencioso (con c)? (El último Diccionario de la Real Academia permite ya que se empleen las dos formas). ¿Por qué de hueco (con h) sale oquedad (sin h)? ¿O de huérfano, orfandad; de hueso, óseo; de huevo, ovoide…? En cambio, la h se conserva en hortelano, de huerto; o en hospedería, de huésped. Esto parece una dictadura del idioma. Caballero Calderón, espíritu crítico, se inventó hablamientos y pensadurías.
En la revista Cambio 16 parece que dos hombres ocuparan las presidencias de la empresa: Juan Tomás de Salas en el Grupo 16; y Patricia Lara en la edición para Colombia. En ambos casos aparece el título de presidente, sin distinción de sexos. La tendencia del idioma es que los oficios o profesiones de la mujer tengan la debida precisión: médica, abogada, presidenta, gerenta, jueza, jefa, ministra, poetisa… Sin embargo, Patricia firma su correspondencia como presidenta, lo que indica que no está dispuesta a renunciar a su bello sexo. La desactualizada es la revista.
El Espectador, Bogotá, 19-X-1994
(Ver artículo Códigos de la comunicación social)