Vía crucis en el Seguro Social
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Esta entidad padece de una enfermedad grave y contagiosa: el gigantismo. En desarrollo del programa que busca extender la seguridad social a la mayoría de los colombianos, la institución se volvió inoperante. En el ramo de la salud, han ingresado miles de nuevos afiliados que antes no contaban con ninguna protección, como las empleadas de servicio doméstico y los trabajadores independientes. Esto, que es loable, corresponde a una sana concepción social, cuyo objetivo es llevar la asistencia del Estado a los sectores más desprotegidos.
Lo deplorable es que la entidad carezca de la estructura necesaria para brindar servicios eficientes. No se entiende cómo, antes de expedirse las leyes, no se prepara la organización para que los reglamentos sean efectivos y no se conviertan en letra muerta. La arremetida publicitaria realizada por el Gobierno anterior en torno a su programa bandera –el Sistema de Seguridad Social– deja muchas frustraciones, que es preciso enmendar.
Veamos casos concretos. El primero es el suplicio de las colas. Hasta la diligencia más simple está sujeta a largas y desesperantes filas en los dispensarios de la salud. Desde antes de las seis de la mañana comienzan a llegar los usuarios en solicitud de las citas médicas, que se conceden para un mes más tarde. Si el paciente resiste tanto tiempo, el médico lo atenderá una o dos horas después de la cita que se le fijó. Y como los consultorios viven atestados de público, la atención será contra reloj. Es decir, la completa ineficiencia.
Si hay prescripción de medicinas, lo más probable es que estén agotadas en el Seguro. Si se ordena la remisión del paciente a una dependencia o a un especialista externo, hay que esperar otro mes, después de cumplida una serie de trámites engorrosos. A todo esto se suma la incomodidad de los despachos y la falta de urbanidad del personal.
Las preguntas son obvias: ¿Esto puede llamarse servicio de salud? ¿Por qué se abusa hasta tales extremos de la paciencia de los usuarios? ¿Por qué se formulan medicamentos agotados, que por ese motivo debe comprarlos el usuario con su propio peculio? ¿Por qué no se sanciona la descortesía de los empleados? ¿Por qué no se le imprime al organismo una sólida reforma que sirva en realidad para proteger la salud de los colombianos?
Otro calvario es el de las tarjetas de derechos, que en gran parte se reclaman en medio de los baturrillos más impresionantes; y algunas, en los bancos, cuando se es cliente de ellos. Lo indicado sería que todas se despacharan por correo a los domicilios particulares, y que las facturas pudieran pagarse con toda comodidad.
El Seguro Social, hoy por hoy, es un elefante blanco. Se ha querido hacer tanto, que el organismo se desvertebró y dejó de ser una garantía de servicio. Hay que salvarlo. Ojalá el Gobierno actual –y hablemos sobre todo del actual gerente de la entidad– asuma esta necesidad dentro de sus afanes prioritarios.
El Espectador, Bogotá, 14-X-1994.