Los primeros televisores
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El país ha celebrado, este 13 de junio, los primeros 40 años de inaugurada la televisión colombiana, hecho trascendental que tuvo como protagonista al general Gustavo Rojas Pinilla, al año siguiente de iniciado su gobierno. En aquellos días, cuando el mundo comenzaba apenas a dar los primeros pasos a la luminosa tecnología de la época actual, la televisión surgía como invento de magia, con cierta sospecha de incredulidad.
Los jóvenes de aquella época abríamos los ojos estupefactos ante la caja embrujada y no podíamos concebir cómo el mundo lograba transmitirse al natural, con personas que se movían y hablaban como si hicieran parte de nuestro entorno, con sólo apretar un botón.
Los primeros televisores fueron vendidos por el Banco Popular. Por esos días iniciaba mi carrera en dicha entidad, y esto significa, en buen romance, que soy testigo y actor del despegue de la televisión, lo que no es poca cosa. Conforme Gonzalo Mallarino nos ha contado en estas páginas, en gratísimas crónicas, sus experiencias empresariales de años remotos, yo quisiera encender para mis lectores el primer televisor que nos regaló a los colombianos el general Rojas Pinilla. Si los años posteriores de su administración hubieran tenido el mismo brío y la misma rectitud del inicial, habría sido el mejor gobierno de este siglo.
La Caja de Ahorros del Banco Popular le puso gran colorido a la naciente televisión (por aquella época, en blanco y negro) con el programa que denominó el Lápiz Mágico, por donde desfilaban los mejores caricaturistas de la prensa e incentivaban el ahorro nacional mediante entretenidos concursos de dibujo, abiertos al público en medio de un clima de acertijos, humor y creatividad. El programa dependía del departamento de Relaciones Públicas y Propaganda del Banco Popular (cuyo director era Alberto Acosta), en el que tenían principal figuración Gloria Valencia de Castaño, como animadora, y Maruja Pachón Castro, como asidua dibujante.
El Lápiz Mágico era el mejor medio publicitario para la venta de televisores, los que, a precios módicos y con plazos cómodos, se distribuían en las oficinas del Banco Popular. Ya se me había olvidado que en mi vida empresarial fui un día vendedor de electrodomésticos (y en esto le gano a Gonzalo Mallarino). La televisión fue entrando en los hogares con goce y cultura. Al principio, a la innovación se le miraba con recelo y no todos se mostraban dispuestos a adquirir su propio aparato. Pero cuando, a través de campañas de tanto aliento como la aquí evocada, la imagen se volvió contagiosa, Colombia dio el gran paso al modernismo actual.
Pionero de este avance es Fernando Gómez Agudelo, el joven director de la Radiodifusora Nacional que se encargó de adquirir los primeros equipos y poner en marcha el programa. Otro personaje lo es el Banco Popular, el nervio dinámico (vendedor, llaman hoy los profesionales del mercadeo) para que el experimento pegara. Duele que esta benemérita institución, comprometida en tanta realización grande del país, haya llegado a su ocaso por culpa de los afanes privatizadores del Gobierno, que en lugar de entregarlo al mejor postor como una mercancía jugosa, ha debido robustecerlo y conservarlo como la bandera social que fue por largos años.
El Espectador, Bogotá, 9-VII-1994.