Libros del Instituto Caro y Cuervo
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Formidable labor cumple el Instituto Caro y Cuervo en su empeño por preservar la cultura colombiana. Es de las pocas entidades que se han mantenido incontaminadas de los afanes burocráticos y las interferencias políticas tan comunes en otros organismos del Estado, vicios que suelen trastocar incluso los proyectos mejor estructurados. Baste señalar que en los 51 años de su existencia, cumplidos en agosto de 1993, sólo ha tenido cuatro directores titulares y uno encargado, poseedores todos de ponderados méritos.
Varias series editoriales, manejadas con rigor científico (como la Granada Entreabierta, la Biblioteca Colombiana, los Clásicos Colombianos, el Archivo Epistolar Colombiano), han levantado a lo largo de los años una mole al pensamiento de la nación. La Imprenta Patriótica, en Yerbabuena, es una pieza infatigable en la tarea de lanzar a la voracidad del lector culto los innumerables testimonios de los autores privilegiados, que sobrevivirán en la memoria de las futuras generaciones por el solo hecho de haber pasado la prueba de la selección. Son ediciones pulcras, sobrias, dirigidas con impecable precisión idiomática y elevado criterio académico.
Tres libros recientes entran a enriquecer este acervo cultural y a ellos voy a referirme. El pintor Carlos Dupuy, que tiene mucha garra de escritor, describe en Recuento de imágenes –opúsculo de apenas 88 páginas– rasgos veloces sobre un grupo de amigos (Gonzalo Ariza, Joaquín Piñeros Corpas, Danilo Cruz, Eduardo Carranza…) que a lo largo de los años posaron en su estudio de retratista. Dupuy fue recogiendo las impresiones, fragmentos de diálogos y determinadas facetas que surgían en esos encuentros, sistema novedoso que aparte de revelar momentos íntimos de los personajes, permite interpretar sus personalidades. Varios de los relatos, elaborados con sutiles tonos poéticos y filosóficos, parecen fábulas: en ello reside su encanto.
Cecilia Hernández de Mendoza es autora de un estudio sobre Jorge Rojas y de la antología que arranca con la primera obra del poeta, La forma de su huida (1939), y concluye con El libro de las tredécimas (1991). La trascendencia de Jorge Rojas está reconocida por la crítica. Como el primer impulsor de Piedra y Cielo (movimiento del que es uno de sus maestros) le correspondió liderar un salto revolucionario de la poesía. Bardo universal del amor, su mensaje es puro, emotivo, radiante de imágenes. Al decir de Carranza, «es uno de los grandes poetas de todos los tiempos colombianos». Su acento sobre la soledad y su pasión por la mujer y la naturaleza lo convierten en un espíritu que ha visto crecer el mundo dentro de su propio mundo encantado.
La lira nueva, antología publicada hace cien años (1886) por José María Rivas Groot, y que albergaba a los poetas contemporáneos de entonces, se rescata hoy, en edición facsimilar, como auténtica primicia.
En las palabras de presentación que escribe el profesor Ignacio Cuevas se anota que desde años atrás buscaba el Instituto Caro y Cuervo recoger la obra de Rivas Groot, misión que se había encomendado a su hijo José Manuel Rivas Sacconi, presidente honorario de la institución, muerto a comienzos de 1991. Dicho propósito comienza con La lira nueva, trabajo que enfoca el país poético de aquellas calendas. La antología abarca la obra de 35 poetas, y de ellos sólo pasaron unos 10 a los tiempos futuros (Candelario Obeso, Julio Flórez, Ismael Enrique Arciniegas, José Joaquín Casas, José Asunción Silva, Rivas Groot…) En la nómina no figura ninguna mujer, como era la realidad de entonces.
El crítico Femando Charry Lara, eminente conocedor del acontecer literario del país, escribe como prólogo un estupendo ensayo sobre la historia de nuestra poesía.
El Espectador, Bogotá, 2-XI-1993