Un santandereano integral
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Dos nuevas obras le publica la Universidad Central a Antonio Cacua Prada: El general José de San Martín, y Poeta y pintor: Carlos Torres Durán y Leonel Torres García Herreros. Hacía buen tiempo que yo no veía libros de la Universidad Central, y en los recibidos ahora de manos del propio autor, con amables dedicatorias que mucho estimo, he podido apreciar la excelente factura editorial realizada por Editorial Presencia, firma que ejecutó ambos trabajos.
Buen aporte hace Cacua Prada para el estudio del héroe latinoamericano que al igual que Bolívar, O’Higgins, Martí o Morelos cumplió valerosas hazañas por la independencia americana y dejó hondas lecciones para el progreso de nuestros pueblos.
El libro dedicado al poeta Torres Durán y a su hijo Leonel, economista y pintor, me permitió descubrir dos talentos ocultos, el primero fallecido 1955, y el segundo consagrado a su arte en la ciudad de Miami. Cómo fortalece ver el rescate que hace Cacua Prada de la obra olvidada de Torres Durán, que nació predestinado para la poesía. En 1916 compone Canto a Bucaramanga, uno de los homenajes más emotivos que haya recibido la Ciudad Bonita. En 1919, recién llegado a Bogotá, se gana –con el soneto Boyacá– el concurso abierto por El Espectador para conmemorar los 100 años de la batalla libertadora.
Por aquellos días Eduardo Castillo hacía alto elogio del joven poeta experto en «la confidencia amorosa al oído de la mujer amada» y especializado, al igual que Villaespesa, en el madrigal, la balada, la canción susurrante que llega a las profundidades del alma. La vida de Torres Durán es rica en hechos culturales. Funda revistas con Jaime Barrera Parra, elabora tierna poesía que causa impacto en el país, escribe para diferentes periódicos, crea la Revista del Banco de la República, de la que es su editor durante los primeros 25 años.
Y le queda tiempo para dirigir la Cámara de Comercio de Bogotá, labor que cumple por espacio de 32 años con el aplauso de la ciudadanía. Su hijo único, Leonel Torres García Herreros, reúne a los 25 años de la muerte del poeta la producción que éste no se había decidido a publicar en libro. La bautiza Algunos madrigales y otras cosas de entonces.
Leonel Torres es otro capítulo sorprendente. Como estudiante rebelde, dotado de gran inteligencia, pasa por varios colegios de Bogotá y en ninguno logra el diploma de bachiller. Se matricula en la Escuela de Bellas Artes, que no exige ese requisito, y allí estudia un año de pintura. Pero como desea ingresar a la facultad de Economía del Gimnasio Moderno, pide al Ministerio de Educación que lo sometan a un examen de revisión para obtener el título de bachiller. A pesar de lo difícil de la propuesta, el estudiante consigue su propósito.
Su tesis de grado como economista es laureada por la junta que preside el doctor Carlos Lleras Restrepo. De ahí en adelante ocupa altas posiciones tanto en el Banco de la República (donde llega a ser subgerente) como en la vida pública del país. Hace parte de distintas comisiones internacionales y se vuelve una autoridad en moneda y banca. Cuando se retira de la vida laboral, siente el aguijonazo del arte. En Miami pinta su primer cuadro al óleo y descubre que es pintor. Se vuelve retratista de personas. En abril de este año exhibe en la Biblioteca Luis Ángel Arango 80 cuadros de figuras nacionales que el artista, para despistar, firma con el nombre de Leo Nelt. La exposición resulta un gran éxito.
Una palabra final para ponderar una faceta relevante en la personalidad de Antonio Cacua Prada, que le va a endulzar los oídos: su regionalismo santandereano. En su amplia bibliografía he contado ocho obras dedicadas a su comarca, y además es autor de infinidad de ensayos y artículos dispersos que destacan el mérito de sus paisanos. Ha sido el apologista, entre otros, de Custodio García Rovira, Ismael Enrique Arciniegas, Alejandro Galvis Galvis, Aurelio Martínez Mutis, Rafael Ortiz González, Ramiro Lagos. Ahora revela las vidas maravillosas de Torres el poeta y de Torres el pintor, apasionantes por su creatividad. Si sigue escarbando, es posible que en las breñas de Santander le descubra otro hijo secreto a Bolívar.
El Espectador, Bogotá, 11-X-1993