El Banco Popular en venta
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
A lo largo de sus 43 años de existencia, al Banco Popular se le ha considerado la entidad financiera más ligada al sector oficial. Cuando en 1957 se hundió en aguda crisis moral y económica como consecuencia de los descalabros sufridos en la dictadura del general Rojas, el Gobierno siguiente lo salvó del desastre. Superada la bancarrota, vino un lento período de saneamiento dirigido por el doctor Eduardo Nieto Calderón. Años más tarde, la institución competía con la banca grande y prestaba excelentes servicios a la gente de escasos recursos económicos.
La pequeña y mediana industrias, que se mantenían marginadas de la banca tradicional, encontraron en el Popular su mejor aliado para el progreso.
Se convirtió en el banco de mayor sensibilidad social del país. El apoyo que brindaba al pequeño comerciante, al artesano, al ama de casa o al empleado público, tan carentes de protección financiera, le hizo acrecentar la fama de Banco de los pobres, como lo fue en forma muy marcada en sus inicios, y lo siguió siendo por varias décadas, hasta desaparecer hoy esa distinción.
Los Gobiernos, conscientes de la enorme utilidad pública que prestaba el Banco, a través de él desarrollaban grandes políticas sociales. Al cabo del tiempo, la pequeña entidad que había creado en 1950 el doctor Luis Morales Gómez al entrar en quiebra el Montepío Municipal de Bogotá, llegó a ser uno de los bancos más pujantes y sólidos del país.
No sólo fue poderoso en el amplio sentido bancario del término, sino que se ideó los sistemas más originales –que no tenía ninguno de sus competidores– para llegar a todas las capas de la población. Los préstamos a los empleados por el sistema de libranzas, el Martillo, la Sección Prendaria, Corpavi, el Fondo de Promoción de la Cultura, el Servicio Jurídico Popular, la Corporación de Ferias y Exposiciones, la Corporación Financiera Popular, la Almacenadora Popular, para no mencionar otros engranajes novedosos de menor resonancia, atestiguan el vigor de una idea revolucionaria que rompió los moldes de la banca ortodoxa y partió en dos la historia bancaria del país.
Sorprende, por eso, que el Gobierno actual piense vender su banco líder. Así lo anuncia el ministro de Hacienda, que no descansa en la búsqueda afanosa de recursos públicos. Meses atrás había dicho que el Gobierno, en la venta de los bancos oficiales, excluía al Popular por considerarlo el de mayor espíritu social. Ahora dice que en realidad no se está adelantando, a través de él, ninguna política gubernamental de importancia.
No se entiende esta contradicción en tan corto tiempo, ni se justifica que en aras de los negocios apresurados se olvide la larga trayectoria de servicios que el Banco Popular le ha prestado al país con el auspicio oficial. Empero, no hay que desconocer la transformación traumática que sufre la entidad de cierto tiempo para acá, como consecuencia de la politización que se impuso en los altos cargos, de un sindicalismo beligerante y de la renovación del personal antiguo con el argumento de que era muy costoso.
Ahora ocurre esta paradoja: al cambiarse la vieja nómina por las nuevas generaciones doctoradas (como es la moda de los tiempos modernos) tal vez se rebajaron costos pero se perdió profesionalismo. Y así, el servicio ha venido en notoria mengua en todas las oficinas. El factor humano incide, sin duda, en la falta de vocación social que hoy se echa de menos en la institución. Si se ha debilitado esa vocación, antes que llevar a cabo la venta de un organismo útil para el Gobierno y la sociedad –negocio que parece orientado por el prurito de la ganancia rápida– valdría la pena aceitar los mecanismos oxidados.
El Espectador, Bogotá, 7-VII-1993.