Soatá
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En el viaje a Boyacá tras las cenizas de Eduardo Caballero Calderón, que quedaron sepultadas en la capilla de la hacienda de Tipacoque, me detuve en Soatá, la Ciudad del Dátil, y allí pasé la Semana Santa. Regresar a la patria chica es como volver a encontrarse con uno mismo, con los recuerdos de la infancia y con los personajes que hacen la historia de los pueblos.
Uno de esos personajes, Laura Victoria, que en la década del 30 estremeció la vena romántica del país con su fina poesía erótica, vive en Méjico hace más de 50 años. Visité la casa de la cultura que lleva su nombre y en manos de su directora dejé una colección de libros para incrementar el patrimonio de la entidad, a la que acuden todos los días numerosos estudiantes en busca de ilustración. Supe por la directora que una de sus inquietudes es fomentar la representación de obras teatrales, y por eso se mostró interesada en localizar libros de ese género entre los que doné para mi pueblo.
En conversación con el alcalde, ingeniero agrónomo Humberto Báez Vega, me enteré de los programas que viene acometiendo su administración. Uno de ellos es la pavimentación de vías, si bien los recursos son cada vez más escasos dentro de las cifras de un presupuesto precario. Eso les sucede, en general, a todas las regiones del país. Por eso es preciso acudir a Findeter, la única entidad que puede financiar a largo plazo obras de desarrollo municipal.
Uno de los progresos que muestra Soatá en los últimos años es el de su plaza de mercado, que vino a sustituir la improvisada en el parque principal, el que se veía deteriorado por el desaseo y el revoltijo que suponen los mercados públicos. Hoy la plaza principal es un hermoso sitio arborizado, al que se le dispensa atención permanente. Lo único lamentable es que allí haya dejado la administración anterior un Bolívar tan desfigurado que no es Bolívar Una pregunta: ¿Por qué en ningún sitio de la población se ha erigido un bronce de Carlos Calderón Reyes, hijo destacado de la población y figura ilustre del país a finales del siglo pasado?
El alcalde Báez se preocupa, además, por el mantenimiento y conservación de los caminos veredales y la instalación de canchas deportivas en los campos. Fundó un interesante medio de comunicación con la comunidad para dar cuenta de sus proyectos y realizaciones. Me comenta que el sentido de La Chiva –como se llama el periódico municipal– es el de la movilidad y la acción constante en busca de información y soluciones para el municipio apremiado por múltiples necesidades. Mientras la voluntad de servicio del alcalde es excelente, la mayoría de los concejales, según lo escuché en diferentes versiones, no le prestan la colaboración necesaria para hacer progresar a Soatá. En lugar de impulsar el desarrollo como abanderados del pueblo, lo frenan.
La Semana Santa en Soatá conserva, y ojalá no se deje perder, el brillo de viejas épocas. Las procesiones son un espectáculo de fervor y arte religiosos, con el desfile de las imágenes santas (los llamados pasos) por las calles de la población, bajo la armonía de las bandas y el desfile marcial de los estudiantes. Otro día marchan los niños con pintorescas imágenes en miniatura, y se visten de ángeles, de papas y pastores para celebrar su propia Semana Santa. Cuadro en verdad fascinante.
Y no podían faltar los exquisitos manjares de que es tan generosa mi tierra, ni el suculento cabrito que se prepara en Puente Pinzón. Los dátiles, las toronjas y los limones dulces, los masaticos y la gran variedad de golosinas que hacen tan grata la estadía en Soatá, nos prodigaron días santos y azucarados. Ahora, de regreso a la capital del estrépito, se extraña la quietud apacible de aquellos contornos bucólicos.
El Espectador, Bogotá, 23-IV-1993.